Ascendíamos a lo alto de la montaña en busca del
nuevo resplandor, a la descubierta de los verdes pastos que alfombran prados y laderas,
de las flores que salpican y colorean nuestros ojos, del tímido murmullo de
juguetones arroyos que se deslizan
cuesta abajo empapando sinuosos lechos entre musgos encallecidos y helechos de
verde esperanza. “Doña Primavera de
aliento profundo, se ríe de todas las penas del mundo. Doña Primavera de manos
gloriosas, haz que por la vida derramemos rosas. Rosas de alegría, rosas de
perdón, rosas de cariño y de exultación”. El tren resopla en su lento y
cansado camino, exhala pequeñas nubes de vapor blanco que se diluyen entre
hojarasca y las copas de los pinos. El silencio de la montaña impone su ley y
los oídos gandulean, tan solo captan los sonidos del silencio.
Casi tres meses sin subir al tren proporcionan una
apetencia improrrogable que por fin he resuelto: volvemos a surcar viejos y
nuevos caminos hasta allí donde los raíles se cruzan y desaparecen en el
horizonte. Los girasoles desfilan tras la ventanilla mostrando sus maquilladas
caras, pícaras y cambiantes, inacabables extensiones de diminutos sembrados
asomando su tímido verdor. Y las cepas extendiendo sus brazos al sol
disfrazadas de retorcidos esqueletos de madera. La naturaleza narcotizada por
el crudo invierno vuelve a sonreír con la llegada de la primavera. El tren
atraviesa desfiladeros, cruza puentes y se sumerge en la oscuridad de las
entrañas de la montaña. Las ciudades desaparecen bajo un manto de polución y
los pueblos le siguen mirando como aquel destino deseado y desconocido. Andenes
vacíos y otros llenos de lágrimas y pañuelos.
Los versos de Gloria Mistral enardecen la llegada de
la primavera con rosas de alegría, nos habla de la luz, de los colores, de los
fértiles campos y la madurez del espíritu. De la vida nueva, morir y renacer en
primavera, explosión de la sabia naturaleza, eclosión y colorido en las paletas
del pintor, en las estrofas poéticas. Qué es la estación de las flores sino juventud. Claro que si, la primavera se
transforma en el lado amable de la vida, donde los corazones palpitan con rubor
de pecado, con guiño enamorado, con la ilusión de todo lo deseado. Amor de
juventud, pasión de sangre caliente, derroche de sentimientos y orgía de sueños
inalcanzables. Esto es primavera, esto es juventud. Lo canta el poeta y lo digo
yo. Derramar rosas.
Pasó el afligido otoño y el crudo invierno y, con
ellos, muchas primaveras quedaron ya olvidadas y sin retorno posible “Con unas hebras de plata me pintará los cabellos y alguna línea en el
cuello que tapará la corbata. La
vejez... está a la vuelta de cualquier
esquina, allí, donde uno menos se imagina se nos presenta por primera
vez”. Quisiera volver a ser niño, a creer que la vida es una sucesión
interminable de primaveras, confiar en que nadie es más que ninguno, en que el
sol calienta lo mismo para todos. Abrir las ventanas y dejar que el aire fresco
y limpio sea siempre mi fuente de inspiración, que el trino de los pájaros al
amanecer no sea un sueño. Dejar que mi
cuerpo y mi alma se llenen de amor, amar con desvelo, sentir que una mirada me
turba y el calor de un aliento me hipnotiza.
Soy propietario de muchos otoños, pero no por ello
voy a dejar envilecer mi pensamiento ni mis entrañas. Ya siento la primavera
penetrar por todos los resquicios de mi alma, es como algo que llama a tu
entornada puerta y te llena de vida. Es la primavera que aunque no haya venido
para quedarse, llena los campos y los corazones de atrevidas flores y aromatiza
nuestros sueños para hacernos olvidar los otoños y recordar que la vida es
bella.
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