Somos muchos los convencidos pero todavía no son
suficientes para alcanzar una mayoría cómoda. Imágenes como las del miércoles
o, sin ir más lejos, las de 11/S del año pasado, transmiten una sensación,
alimentada por el deseo y la emoción, de que hemos llegado al final del
trayecto, de que el tren ya se ha detenido en la estación término. Y,
desgraciadamente, esto no es así. No solamente queda mucho por hacer, sino que
son muchas las personas a las que hay que persuadir de que hay otras maneras de
hacer las cosas, de administrar los propios recursos, de trabajar y vivir con
seriedad. Sin intermediarios, sin esbirros imperialistas, sin aprovechados. En
libertad.
Otra cosa son las relaciones con el estado español
o, dicho de otra forma, esa insufrible dependencia que arrastramos
secularmente, de ser considerados una colonia a la que se puede expoliar sin
miramiento alguno y menospreciar su cultura, su idioma y su idiosincrasia. Dejando
al margen la afilada y sutil verborrea de los gobernantes españoles, y de la
oposición también, es una triste evidencia que todos, salvo pocas excepciones,
sufren de una catalanofobia más o menos mal
disimulada. Tras un lenguaje frecuentemente adulador y elogioso yace siempre
larvado un sentimiento de desconfianza y desprecio, fruto, quizá, de una
envidia malsana y una aversión a lo distinto, a unas señas de identidad propias
que les revuelven los higadillos. Cierto que España no es Inglaterra, ni Rajoy
es Cameron, pero esa actitud envarada, displicente y autoritaria, hace del
politiqueo español un negociador intratable. Muchas son las amenazas que a
diario reciben los catalanes por parte del establishment centralista, no se
interesan por nuestras necesidades o reivindicaciones, no se sientan a hablar,
tan solo nos amenazan con el advenimiento del apocalipsis y de todas las plagas
juntas; Cataluña fenecerá en sus propósitos de segregación. Pero ya nada cuela,
nada es creíble, cualquier persona con dos dedos de frente y exento de malicia
sabe que el problema que se avecina es para España, no para nosotros. Cabe
preguntarse con relación a España ¿Hay vida sin ese 19% de aportación al PIB y sin
esos 16000 millones de euros
escamoteados año tras año a la colonia? Puede que vida si, pero qué vida!!
Ciertamente tienen un problema ellos.
A estas alturas del recorrido hablar de negociación
con España es una opción estéril y baldía. Se ha terminado el tiempo, han hecho
tarde y lo saben, aunque miren hacia otra parte. La “marca” España no cotiza en
bolsa ni lo ha hecho nunca, es la hora de apuntalar la marca Barcelona, capital
de un nuevo estado en Europa. Cataluña ha de mantener su eterna apuesta por la
serenidad, el diálogo, la constancia, el trabajo y la excelencia. Dejemos para
ellos los mamporros, insultos, zafiedad y amenazas. Es lo suyo. Miremos a
Europa como modelo viendo en ella nuestro futuro. Girar la vista no nos
proporcionará nada de bueno, ni nuevo. Antes al contrario, inmovilismo,
oscurantismo, ahogo como pueblo y expoliación.
Ahora la solidaridad es la que llama a nuestra
puerta, hay que ser solidarios con nosotros mismos, recuperar el tiempo perdido
y repartir el rédito de nuestros esfuerzos en crear un futuro próspero para
este viejo pueblo. La solidaridad la aplicaremos allá donde lo creamos
oportuno, en el caso de que nos la podamos permitir, y sin imposiciones ni
maniobras maquiavélicas. Cataluña quiere tomar su camino libre, pero libre de
verdad. Queda mucha pedagogía por impartir, mucho que explicar. No podemos dar
por supuesto que la euforia de unos será suficiente para arrastrar a los otros.
Unos por ignorancia, otros por temor, los que tienen vínculos familiares, los
enemigos de la independencia, los que sencillamente pasan. En estos próximos
meses habrá que prestar atención a esa pedagogía. No podemos fallar.
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