Si hay
una película en donde uno se descojona de risa, se comprime la caja torácica de
espasmos irrefrenables, esta es La Gran
Bouffe. Escatológica donde las haya hasta niveles insospechados. Cuatro amigos
unidos por el hedonismo y el tedio más absoluto se reúnen en una mansión con la
idea de suicidarse comiendo sin parar. Mastroianni,
Tognazzi, Piccoli y Noiret, ponen los rostros a esta hilarante historia. El
reventón de la cloaca y el consiguiente baño de mierda pura, las prostitutas
huyendo al ver la sucesión de escatológicos acontecimientos, la bañera llena de
excrementos, la muerte súbita de Piccoli, materialmente reventando tras una interminable
traca de ventosidades, etc. El sexo más obsceno y delirante se mezcla con
cerdos, quesos, caviar o jamón. Angustiosos vómitos al pairo de montañas de
comida por devorar. Una de las muchas escenas para revolverse en la butaca es
cuando Tognazzi, moribundo encima la mesa de la abarrotada cocina, y conectado a
un gran embudo, le van remetiendo, como a las ocas, la comida empujada por un
gran mortero. El primer plano se va moviendo para detenerse en los amigos que
le jalean para seguir tragando, al mismo tiempo que lo masturban. El cenit de
la muerte, el placer, la lujuria, la gastronomía más ulcerante, y la muy seria
comicidad llevadas a extremos estratosféricos. Con toda esta síntesis puede
parecer algo abominable para quien no haya visto la cinta, pero no es así. Tuvo
un estreno muy discutido por la crítica, pero sin ninguna duda ha quedado como
una película de culto para todos los cinéfilos del mundo. Más allá de la
metáfora, los cuatro actores se llaman por su propio nombre de pila, el suyo,
hay una base anecdótica, que contarían Berlanga
y Azcona, amigos de los protagonistas, que las juergas
gastronómico-sexuales que se corrían las estrellas del cine
hispano-franco-italianas, como Paco
Rabal y Fernando Rey, eran más que habituales.
Cambiando
el registro, no les voy a hablar de cine, pero me propongo contarles otra
historia, real como la vida misma. Eso sí, mucho más humorística y escatológica.
Se inicia con estas sesudas y ministeriales palabras “En relación con la revalorización de las pensiones del sistema de la
Seguridad Social para el año 2018, me complace informarle de que, conforme al
ordenamiento jurídico vigente, procede un incremento de su pensión del 0’25%,
con efectos de uno de enero.”
¡Virgen
Santa! No puedo ni creérmelo, nada más y nada menos que 1’94 euros al mes.
Palabras de regocijo de Pepe Street,
buen amigo y persona comedida. Ha llegado el momento de los viajes, de las
compras superfluas, de hacer lo que no pude en mi vida laboral, dice Pepe. Un
café al mes, medio periódico de un domingo, una propina al camarero, 50 gramos
de chuches para el nieto, un pétalo de un ramo de rosas, una postal de navidad,
información detallada de un crucero por el Mediterráneo, en fin, el cielo
abierto. Podré hacer una cosa de estas opciones, no todas, una.
No me
dirán que no es gracioso, que no te secciona la yugular de tanta risa. ¿Acaso
no es mucho más cómico que morirse reventado de ventosidades? ¿O es que
sentirse humillado hasta las mismísimas burbujas de la médula, no es como para
morirse de risa lastimera? ¿Es cierto que vivimos en el envidiado Occidente,
somos parte de las grandes y prestigiadas democracias? Creo firmemente que sí, que
sí que esto es un coñazo. Cuantísimas personas anhelarían morirse comiendo,
pero ni eso pueden. Ni tampoco de risa, demasiada tristeza.
Mi
amigo era un forofo de la serie Canción triste de Hill Street,
crónica de la vida cotidiana de una comisaría neoyorquina, de sus relaciones y
de su cara más humana. El sargento Esterhans terminaba su reunión matinal con un:
Tengan cuidado ahí fuera. Por fin
Pepe ha entendido el sentido de la frase. Y desde entonces creo que está riendo
sin parar y sin consuelo.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada