dijous, 9 de març del 2017

UN BOSQUE Y DOS PÁJAROS

El verano y el otoño se llevan todas las alabanzas como tiempo propicio para la fotografía, la poesía o la literatura, sin menospreciar la primavera que viene a ser como el estallido de los sentidos y las emociones por sus vivos colores, su dimensión paisajística y donde, según dicen, en las lluvias de primavera todas las cosas son más bellas. Aún más, vistiéndola de flor, en una rosa caben todas las primaveras. Pero todavía no hemos llegado, faltan menos días de los que tienen dos semanas. Estamos en invierno, a finales de la estación más fría, excluyente, triste y esquelética. Antonio Gala lo resume de esta manera "Era invierno; llegaste y fue verano. Cuando llegue el verano verdadero, ¿qué será de nosotros?

Si te detienes por el camino dirigiendo los ojos más allá de tu nariz, te das cuenta que el entorno está mutando, los cambios se hacen evidentes, los verdes escondidos y oscurecidos se diluyen en una escala de intensidades que se extiende del más pálido hasta el verde estridente y selvático. Los troncos de los árboles enseñan desprevenidos las cicatrices infringidas por la naturaleza descontrolada. Lluvias, vientos, tormentas, fríos gélidos, nieblas y nieve, hieren los troncos retorcidos de tanta y larga vida. Y no se quejan, no se lamentan, no lloran. Los sembrados se sacuden la pereza y muestran ufanos sus dos palmos de caña verde empujados por la rica y húmeda sazón que les ha salvado de una muerte segura, bien tostada la caña y de su hombro brotará la espiga de oro. Los humanos y los vegetales tenemos las mismas costuras; Sólo hay dos razas, las que son libres y las que no lo son. Y de vegetales, los que están vivos y los que son naturaleza muerta.

Me vuelvo a detener en un recodo donde los longevos y elevados pinos privan de toda intromisión en el espacio al padre sol, leyenda viva del fuego, consuelo de los frioleros y administrador de las vidas. Miro a mi alrededor y sólo veo la suprema grandiosidad del bosque, la suave brisa me acaricia y peina el pelo, el humedal se huele en el ambiente, no molesta y me recuerda la infancia. En un curioso gesto la chispa de viento fastidia un arbusto haciéndolo bambolear de derecha a izquierda dejando ver el llano y las diferentes parcelas de los cultivos. El sol ilumina la estampa y me permite ver un cerro donde los bancales bien escalonados parecen teclas de cepas. No hacen música las teclas, pero dan vino. La grandiosidad de montañas y sus bosques es despampanante, pero la modestia del campo nos alimenta.



Inmóvil y callado observo a poca distancia dos personajes animados en sus cosas, el diálogo es vivo y la gesticulación, también. No parecen asustados por mi presencia y no dan tregua a la palabrería. Mueven las pequeñas alas y de vez en cuando se dan el pico. No entiendo nada de ornitología, mejor, si no debería ser clasista, y nada más lejos de mi intención. Son dos pájaros y basta. Curioso sí que me siento ahora, me gustaría saber de qué hablan, si son amigos o no se pueden ver, si están festejando, hablan de poesía o se confiesan su amor. De ser así, deben hacerlo todo rápido porque tienen una corta vida, de tres años más o menos. Esto me lleva a pensar que tanto si son sólo amigos, como si están perdidamente enamorados, no caerán en la indolencia de los humanos. No se engañarán nunca, se dirán toda la verdad y nunca inventarán excusas para ocultar su infidelidad. Tampoco fingir sufrimiento para poner mal cuerpo a su compañero (a). Y si por alguna ignorada razón, cualquiera de los dos fuera invitado a volar un fin de semana o vacaciones a otros parajes con otras compañías, se negarían en redondo. 

Los pájaros son más cabales y honrados que muchas personas. Yo no tengo pájaro, no deben encarcelarse. El bosque es fuente de vida y, porque no, de enseñanzas. Y como los troncos del árbol no me quejo, no me lamento ni lloro. Vuelvo a casa, empieza a oscurecer.