El verano y el otoño se llevan
todas las alabanzas como tiempo propicio para la fotografía, la poesía o la
literatura, sin menospreciar la primavera que viene a ser como el estallido de
los sentidos y las emociones por sus vivos colores, su dimensión paisajística y
donde, según dicen, en las lluvias de primavera todas las cosas son más bellas.
Aún más, vistiéndola de flor, en una rosa caben todas las primaveras. Pero
todavía no hemos llegado, faltan menos días de los que tienen dos semanas.
Estamos en invierno, a finales de la estación más fría, excluyente, triste y
esquelética. Antonio Gala lo resume de esta manera "Era invierno; llegaste y fue verano. Cuando llegue el verano
verdadero, ¿qué será de nosotros?
Si te detienes por el camino
dirigiendo los ojos más allá de tu nariz, te das cuenta que el entorno está
mutando, los cambios se hacen evidentes, los verdes escondidos y oscurecidos se
diluyen en una escala de intensidades que se extiende del más pálido hasta el
verde estridente y selvático. Los troncos de los árboles enseñan desprevenidos
las cicatrices infringidas por la naturaleza descontrolada. Lluvias, vientos,
tormentas, fríos gélidos, nieblas y nieve, hieren los troncos retorcidos de
tanta y larga vida. Y no se quejan, no se lamentan, no lloran. Los sembrados se
sacuden la pereza y muestran ufanos sus dos palmos de caña verde empujados por
la rica y húmeda sazón que les ha salvado de una muerte segura, bien tostada la
caña y de su hombro brotará la espiga de oro. Los humanos y los vegetales
tenemos las mismas costuras; Sólo hay dos razas, las que son libres y las que
no lo son. Y de vegetales, los que están vivos y los que son naturaleza muerta.
Me vuelvo a detener en un
recodo donde los longevos y elevados pinos privan de toda intromisión en el
espacio al padre sol, leyenda viva del fuego, consuelo de los frioleros y
administrador de las vidas. Miro a mi alrededor y sólo veo la suprema
grandiosidad del bosque, la suave brisa me acaricia y peina el pelo, el humedal
se huele en el ambiente, no molesta y me recuerda la infancia. En un curioso
gesto la chispa de viento fastidia un arbusto haciéndolo bambolear de derecha a
izquierda dejando ver el llano y las diferentes parcelas de los cultivos. El
sol ilumina la estampa y me permite ver un cerro donde los bancales bien
escalonados parecen teclas de cepas. No hacen música las teclas, pero dan vino.
La grandiosidad de montañas y sus bosques es despampanante, pero la modestia
del campo nos alimenta.
Inmóvil y callado observo a poca distancia dos personajes animados en sus cosas, el diálogo es vivo y la gesticulación, también. No parecen asustados por mi presencia y no dan tregua a la palabrería. Mueven las pequeñas alas y de vez en cuando se dan el pico. No entiendo nada de ornitología, mejor, si no debería ser clasista, y nada más lejos de mi intención. Son dos pájaros y basta. Curioso sí que me siento ahora, me gustaría saber de qué hablan, si son amigos o no se pueden ver, si están festejando, hablan de poesía o se confiesan su amor. De ser así, deben hacerlo todo rápido porque tienen una corta vida, de tres años más o menos. Esto me lleva a pensar que tanto si son sólo amigos, como si están perdidamente enamorados, no caerán en la indolencia de los humanos. No se engañarán nunca, se dirán toda la verdad y nunca inventarán excusas para ocultar su infidelidad. Tampoco fingir sufrimiento para poner mal cuerpo a su compañero (a). Y si por alguna ignorada razón, cualquiera de los dos fuera invitado a volar un fin de semana o vacaciones a otros parajes con otras compañías, se negarían en redondo.
Los pájaros son más cabales y honrados que muchas personas. Yo no tengo pájaro, no deben encarcelarse. El bosque es fuente de vida y, porque no, de enseñanzas. Y como los troncos del árbol no me quejo, no me lamento ni lloro. Vuelvo a casa, empieza a oscurecer.
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