El día de La Fiesta Nacional, que
en esta ocasión no se trataba de una corrida de toros, reunió a un montón de
gente bajo la lluvia, en donde destacaron más las ausencias que las presencias.
En definitiva más de lo mismo, los besamanos, los saludos fraternales con
derecho a cuchillo, las genuflexiones, los paraguas pintados de nacionalismo
español, la legión para orgasmo de muchos, los reducidos apartes con la mano en
la boca y ciertas prisas para desplazarse al palacio de los canapés. Exaltación
fervorosa y exultante del nacionalismo español, tan rancio y excluyente como de
costumbre. Una celebración con toda la pompa que se inventó Felipe González
allá por 1980 y pico para realce y gloria del pesebre nacional y las
rimbombantes fuerzas armadas con sus marciales saludos y tal y tal. Resumiendo,
un acto de lo más caduco, con menos glamur que el acto sexual, pero con una
fulgurante chispa que lo destaca de sus homónimos europeos, donde cunde la
racionalidad, el regio glamur y su concepción urbi et orbe, para todos y de todos los colores.
Según cuentan las malolientes crónicas la función costó 800.000 Euros, que
yo no me creo. Pero aun siendo así pienso que todo ese dinero, en los tiempos
que corren, les habría venido bien a un incontable número de personas que se
revuelcan en la desesperación. No es decente ni serio. Pero es que este país ha
perdido la decencia ya hace muchos años. Y también ha dejado de lado su
posición estratégica; Ya no es el sur de Europa, vuelve a la casilla de salida
la del norte de África que, por puras
razones políticas perdió en su día. Ahora es el paraíso de los chorizos y
mangantes, de los sátrapas con tarjeta visa platino, de los ministros imputados
y premiados con un alto cargo en Bruselas, de los ministros bajo grave sospecha
de intrigas ilegales para abatir contrincantes políticos, de usar mayorías
parlamentarias para conculcar siniestras maniobras, de poner bajo llave las
famosas balanzas fiscales para no hacer enrojecer a muchos, de periódicos capitalinos
que han hecho trizas el sentido común, el contraste y la fiabilidad. Eso sí,
han logrado imponer un sistema ferroviario de alta velocidad que ni los nietos
de nuestros nietos conseguirán zafarse de la deuda. También contamos con la ira
indisimulada de una vicepresidenta del gobierno que se permite amenazar y
condenar supuestos delitos que ni tan siquiera han sido impugnados todavía.
Juego al que también se apunta un ministro de justicia obsesionado por el
“problema catalán” ignorante de que el problema real lo llevan todos ellos
pegado al cogote, el grandísimo problema español.
La Fiesta Nacional del 12 de Octubre y sus símbolos recuerdan mucho a los
fastos del régimen anterior. Y el carácter obligatorio de su observancia ya es
de por si una imposición autárquica, en nombre de qué o quién me pueden laminar
o prohibir mi acceso al trabajo? Las condiciones laborales tan solo se pueden
regular a través de sus agentes: los trabajadores, los empresarios y los
sindicatos. Todo lo demás es folclore perturbador. Las imposiciones no son nada
aconsejables y los abusos de poder, menos. Para muestra, un botón. En Catalunya
tenemos ya las alforjas rebosantes de arbitrariedades que no son de recibo en
un estado democrático. Todas las iniciativas parlamentarias, de un parlamento,
ojo, son sistemáticamente impugnadas, incluidas las destinadas a favorecer a
los más desvalidos y los más necesitados.
Dice Fernando Ónega que lo acontecido en Badalona este fin de semana, el
desacatamiento a un mandato judicial, puede haber sido el primer acto de gran
desobediencia institucional (Qué significa desobediencia). No es del todo
cierto porque ha habido un buen número de Ayuntamientos y empresas privadas que
han desacatado. Pero da igual, España, mal les pese, es un conjunto de naciones,
todas con su propio idioma, sus hábitos, sus símbolos, sus creencias y sus voluntades.
Y hay cosas en esta vida que no se pueden regular por decreto, a lo sumo
mediante el diálogo. De seguir con la venda en los ojos, España necesitará un
millón más de jueces pero, créanme, ni así.
El desinterés, la desidia y el olvido seguirán su curso, por simple hartazgo.
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