Las personas menos exigentes, más dialogantes, de
carácter sosegado y tranquilo y con una formación "normal", suelen
ser bastante más transigentes y a valorar los impedimentos o las desavenencias
desde una posición más centrada. Alejados de las estridencias, los gritos, la
blasfema o, incluso, de la agresividad. Son gente dada al consenso, el acuerdo
y a la realización de objetivos en común. Tienen un punto de vista constructivo
y respetuoso en relación a los bienes públicos y se ajustan mayoritariamente en
que las leyes determinan, las normas aconsejan, y suelen entender que una
comunidad no es viable si no es mediante el establecimiento de impuestos a los
que todos estamos obligados con el fin de tener un bienestar compartido. Se
trate de mobiliario urbano, oferta académica y cultural, cuidados médicos o
pensiones de jubilación.
Todo ello con independencia de la eficacia, acierto
o calidad democrática del país que se trate. No en vano los países nórdicos son
los que tienen la tasa más alta de calidad democrática entre sus ciudadanos. Y
donde menos en los países del sur. En el otro lado del escenario se agrupan
todos aquellos que o bien creen que no es necesario un Estado, o que el estado
les proveerá de todos los bienes posibles, incluyendo los públicos y privados y
que se creen con el derecho inalienable de tener de todo. O sea, los que trabajan por
un estado fuerte y democrático, y los que constantemente se preguntan qué puede
hacer el estado por ellos. En España ha habido una cultura sindical, si se
puede decir cultura, que durante décadas ha hecho lo imposible para complicar,
y en algunos casos derrumbarse, la supervivencia de las empresas. Y me estoy
refiriendo a empresas medianas y grandes. Abuso incontrolado de las bajas por
supuesta enfermedad, sabotajes sangrantes en cadenas de producción, huelgas
salvajes con destrozos, amenazas, siliconado de cerraduras, agresiones a
propios compañeros, rotura de ruedas y cristales de autobús, etc. Y ni la más
mínima inculpación en nombre de un traicionado derecho a la huelga. Bienes que
hemos tenido que pagar los demás con nuestros impuestos. No hemos tenido
sindicatos daneses o suecos, para entendernos. Y siempre algo queda.
En este país hay un indeterminado y voluminoso
número de personas que cobran pensiones obtenidas en los años setenta y
ochenta, que son ofensivas para muchos, y fueron obtenidas por inconfesables
desaguisados de unos y el mirar para el otro lado de otros. Como por ejemplo
dolor del dedo pequeño, dolor ilocalizable de espalda o pérdida de
concentración. Leyendo esto es probable que muchas personas se sientan dolidas u
ofendidas. En este caso sepan seguro que no va para ellas. Todos sabemos de qué
pie calzamos. A raíz de lo que hablábamos al principio, la mayoría de personas
razona y reflexiona para dirimir las cuestiones más diversas y adopta un tono
conciliador aunque defendiendo su punto de vista. Otros, con el rostro
enmarcado por el enfado y la pillería del desprecio, ignoran otras razones que
no sean los gritos, la provocación y el pobre argumento disfrazado de razón.
Las dos caras y el tortazo como verdad suprema. Y que nadie olvide que a la
hora de depositar el voto en la urna, igual vale uno como el otro. Esta es la
grandeza de la democracia que todavía muchos no han entendido.
España tiene 1.100.000 analfabetos según
estadísticas oficiales, pero la realidad le suma muchos más. Es un pecado?
Evidentemente que no, bastante pena tienen. Pero mientras el resultado de la
encuesta no sea del ciento por ciento hace que determinadas cuestiones sean muy
difíciles de cultivar con las herramientas de la ponderación y la moderación.
Ya sé de sobra que hay gente formada que son unos golfos, de la misma manera
que gente sencilla nos pueden dar lecciones de saber estar. Pero hablamos de
generalidades. Y tanto a unos como a los otros: menos exigencia, menos
arrogancia, más moderación, más diálogo, una pizca de educación y una
consideración a los demás.
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