El lunes tuve que ceder, claudicar, abjurar
de mi estimada rutina, y dejar huérfana una parte de la costa mediterránea sin
mis observaciones a pie de agua. Literalmente secuestrado y privado de mi
autoridad patriarcal, se organizó a mis espaldas la asistencia a lo que hoy le
llaman un concierto, en Calella de Palafrugell. El evento fue dentro del
Festival de Cap Roig y la estrella del acto Sergio Dalma. He de reconocer que
el artista tiene gancho, pronto se hace con el dominio de las tablas, conecta
con el público y sus melodías romanticoides, pegadas a esa voz destruida entre
polvo de chatarra y carajillo de ron, llegan a satisfacer el patio de butacas.
Es de estos cantantes que, en todo caso, no dejan a nadie indiferente. Para qué
negarlo, me gustó. El quid de la cuestión es que hace un par de semanas propuse
la genial idea de acudir a Peralada para asistir al concierto, con mayúscula,
de Jonas Kaufmann. La respuesta unánime fue “no digas tonterías”.
Hace mal tiempo, las nubes cubren los
resignados bronceados que deambulan por las calles de la población, predominan
los grupos familiares y las parejas. Singularmente las parejas son de avanzada
edad o muy jóvenes. Los más veteranos visten prendas que les resten años pero
que a la vez incrementan su ridícula estampa. Los adolescentes, sobre todo
ellas, no sabría decir como visten porque es tarea meticulosa descubrir si van
vestidas o no. Las bicicletas, sin mencionar la mía, también son elementos que
perpetúan su presencia por todos los rincones. Desde mi atalaya particular
apuro la tónica, una noticia me ha dejado atónito y, en mala hora, el hielo se
ha fundido. Un auténtico caso de renovarse o morir, de reinventarse, es lo que
le ha sucedido a la empresa Denier S.A. Antiguo fabricante de copas de sostenes que se encontraba en caída libre
y ahora navega a velocidad de crucero con la confección de bañadores con
relleno destinado a “realzar la belleza
de las formas masculinas”, también por detrás. Se lo he comentado a Joaquín, el
camarero, mientras me servía dos cubitos con cuatro gotas de whisky, el hombre
me ha mirado sin pestañear y se ha encogido de hombros. Tan dado como soy al
conservadurismo en las formas y al negacionismo de la excentricidad, me he
preguntado si no sería buena idea hacerme con una prenda de éstas, llamadas pack up, y sorprender a mi mujer desde
lo alto de la escalera en actitud agresiva y fiera. Pero una vez despierto y
con los pies bien anclados en el suelo, he pensado que una vez despojado de la
prenda igual acusaba un zapatillazo en el pescuezo. Más que nada por una
cuestión de realidades y evidencias indiscutibles sin reinvención alguna.
Las páginas salmón del diario, dedicadas en
verano a la cosa refrescante y sandunguera, informan de las andanzas playeras
del tal Kiko Pantojo, al que no tengo la desgracia de conocer, oigo decir que
es un buen tronco, un pedazo de madera al estilo ortiga picante, que no ha dado
palo al agua en su vida y vive de cojones, como diría el bueno de Pepe Rubianes
que de adjetivar sabía un huevo. En la foto aparece emergiendo de las olas y mi
cortedad de descripción me impide ver otra cosa que no sea un abdomen a punto
de estallar con barba y gafas de sol.
Como posiblemente recuerde el lector, este
año no me he desplazado unos días, como cada verano, a Port-Bou, si bien la
razón ha sido una causa de fuerza mayor. Tampoco me he desplazado a Montpellier
para presenciar uno de sus fantásticos espectáculos operísticos al fresco
nocturno. No sé si es que estoy entrando en recesión o tal vez se trata de que
el conformismo haya hecho mella en mí. Sin embargo yo creo mantener mis
principios. La semana pasada me susurraron al oído que acompañara a mis
nietecitas al “concierto” de David Bisbal. Me negué en redondo y enfurismado. Sí,
creo que mantengo mis principios.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada