divendres, 15 d’agost del 2014

CRÒNICAS EN TINTA AZUL (VII)

El lunes tuve que ceder, claudicar, abjurar de mi estimada rutina, y dejar huérfana una parte de la costa mediterránea sin mis observaciones a pie de agua. Literalmente secuestrado y privado de mi autoridad patriarcal, se organizó a mis espaldas la asistencia a lo que hoy le llaman un concierto, en Calella de Palafrugell. El evento fue dentro del Festival de Cap Roig y la estrella del acto Sergio Dalma. He de reconocer que el artista tiene gancho, pronto se hace con el dominio de las tablas, conecta con el público y sus melodías romanticoides, pegadas a esa voz destruida entre polvo de chatarra y carajillo de ron, llegan a satisfacer el patio de butacas. Es de estos cantantes que, en todo caso, no dejan a nadie indiferente. Para qué negarlo, me gustó. El quid de la cuestión es que hace un par de semanas propuse la genial idea de acudir a Peralada para asistir al concierto, con mayúscula, de Jonas Kaufmann. La respuesta unánime fue “no digas tonterías”.

Hace mal tiempo, las nubes cubren los resignados bronceados que deambulan por las calles de la población, predominan los grupos familiares y las parejas. Singularmente las parejas son de avanzada edad o muy jóvenes. Los más veteranos visten prendas que les resten años pero que a la vez incrementan su ridícula estampa. Los adolescentes, sobre todo ellas, no sabría decir como visten porque es tarea meticulosa descubrir si van vestidas o no. Las bicicletas, sin mencionar la mía, también son elementos que perpetúan su presencia por todos los rincones. Desde mi atalaya particular apuro la tónica, una noticia me ha dejado atónito y, en mala hora, el hielo se ha fundido. Un auténtico caso de renovarse o morir, de reinventarse, es lo que le ha sucedido a la empresa Denier S.A. Antiguo fabricante de copas  de sostenes que se encontraba en caída libre y ahora navega a velocidad de crucero con la confección de bañadores con relleno destinado a  “realzar la belleza de las formas masculinas”, también por detrás. Se lo he comentado a Joaquín, el camarero, mientras me servía dos cubitos con cuatro gotas de whisky, el hombre me ha mirado sin pestañear y se ha encogido de hombros. Tan dado como soy al conservadurismo en las formas y al negacionismo de la excentricidad, me he preguntado si no sería buena idea hacerme con una prenda de éstas, llamadas pack up, y sorprender a mi mujer desde lo alto de la escalera en actitud agresiva y fiera. Pero una vez despierto y con los pies bien anclados en el suelo, he pensado que una vez despojado de la prenda igual acusaba un zapatillazo en el pescuezo. Más que nada por una cuestión de realidades y evidencias indiscutibles sin reinvención alguna.

Las páginas salmón del diario, dedicadas en verano a la cosa refrescante y sandunguera, informan de las andanzas playeras del tal Kiko Pantojo, al que no tengo la desgracia de conocer, oigo decir que es un buen tronco, un pedazo de madera al estilo ortiga picante, que no ha dado palo al agua en su vida y vive de cojones, como diría el bueno de Pepe Rubianes que de adjetivar sabía un huevo. En la foto aparece emergiendo de las olas y mi cortedad de descripción me impide ver otra cosa que no sea un abdomen a punto de estallar con barba y gafas de sol.


Como posiblemente recuerde el lector, este año no me he desplazado unos días, como cada verano, a Port-Bou, si bien la razón ha sido una causa de fuerza mayor. Tampoco me he desplazado a Montpellier para presenciar uno de sus fantásticos espectáculos operísticos al fresco nocturno. No sé si es que estoy entrando en recesión o tal vez se trata de que el conformismo haya hecho mella en mí. Sin embargo yo creo mantener mis principios. La semana pasada me susurraron al oído que acompañara a mis nietecitas al “concierto” de David Bisbal. Me negué en redondo y enfurismado. Sí, creo que mantengo mis principios.