Lo primero que hago por las mañanas, antes de
salir a captar la instantánea cotidiana,
es sacar la perrita a hacer un paseo y que tome nota de las fragancias
matutinas provenientes de los regadíos vecinos, antes de impregnar el momento
con sus antagónicas y escatológicas olores. Muy a menudo, casi a diario, se
produce la esperada coincidencia del paso de una señora de ya avanzada edad, no
me gusta decir una señora mayor sino sólo señora. Es esbelta y delgada como un
fideo, alta y de pies pequeños, tiene los dedos de la mano largos y afilados y
camina con aires aristocráticos. Se cubre con una pamela blanca no muy grande y
con la mano sostiene una sombrilla también completamente blanca. Recuerdo que
al principio, tal vez desconfiada, se alejaba de mí yendo a la acera opuesta,
ahora ya no, pasa por el lado y responde a mi saludo con una sonrisa y una
dulce mirada al perro. Muchas veces el momento queda medio desgarrado por el
paso de un tren veloz que brama como una fiera liberada mientras corta como un
cuchillo en dos un campo de olivos y atraviesa el puente. Se dirige a la playa,
pero al no llevar bolsa ni cesta debo entender que sólo va a pasear, un
saludable hábito diario. Sin saberlo diría que debe de hacer como yo, debe
hablar con el mar, mirar el horizonte sentada en una roca y esperar las
respuestas del viejo amigo Neptuno. ¿Por
qué me ha huido la vida como un puñado de arena entre los dedos?
Hay un tema que me tiene bastante preocupado
y muy cabreado: pronto hará dos meses que como frutos del mar con goma de manguera.
Es inaudito, inexplicable, inverosímil, desconcertante, casi todo el pan que se
vende en la costa es talmente una mierda integral, que no quiere decir de
régimen. Principalmente me refiero a la maltratada Baguette, representante
genuina de las esencias harineras francesas; delicioso, crujiente, esponjoso y
perfumado. Y que quede claro qué en ningún momento estoy hablando de los
panaderos de pueblo y mucho menos de los fabricantes de masa congelada que, con
toda modestia, conozco muy bien. Tanto es así que lo voy a buscar a un pueblo
de interior cada día. Sí que hoy te dan la comodidad de tener pan en
gasolineras, quioscos, chiringuitos, charcuterías y posiblemente pronto en
tiendas de lencería, y que todo lo que hacen es cocerlo. ¿Dónde está el
problema? Pues en la cocción. No hay buen profesional que no tenga en cuenta
temperatura, tiempo de cocción y humedad teniendo presente el clima, básico
para hacer un buen pan. Y como que por estos lares cuece el pan el primero qué
pasa, el resultado suele ser lastimoso, el precio no. Una tarde al sacar el pan
de la bolsa para cortar unas rebanadas a la nieta, se dobló como un bumerang,
las puntas se tocaban, y la niña dijo que
es eso, abuelo. Y yo que soy de fácil cabreo le iba a decir es un hombre triste y solitario, pero,
claro, la mujer me fulminó con un calla
... calla ..., que te veo venir.
Tiempo habrá para examinar las estadísticas
pero, digan lo que digan, este año se ve menos gente por las playas y los
restaurantes y tiendas. Se quejan, y aunque sea un deporte nacional me parece
que lo hacen con razón. También es cierto que ir a comer en familia en un
restaurante digno, no baja de los doscientos cincuenta euros, y ni la cosa está
para estos dispendios ni la mesa es una orgía pantagruélica. Y por otro lado
toda esta multitud de ingleses y franceses que llevan unas camisetas y
sandalias de a dos perras la tirada y que han venido con un forfait cerrado, si
los sacudes del revés no se les cae ni la caspa. En fin, turismo de alpargata y
birra, primera empresa nacional... "To be or not to be, that its de
question".
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