dissabte, 12 de juliol del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (II)

Esta semana ha venido mi nieto mayor a compartir unos días con nosotros. Sus frescos e inocentes doce años se ajustan a un perfil envidiable: guapetón, buen estudiante, prudente, mesurado en sus impulsos, deportista impertérrito y multidisciplinar y auto declarado hijo adoptivo del Barça.  Los cinco, porque tengo cinco nietos, lo mismo en temporada escolar como vacacional, están sujetos a un abanico disciplinar que poco tiempo les queda libre. De ahí que agradezca que haya hecho un hueco para estar junto a sus antecesores. Compartimos paseos en bicicleta, desayuno frente al mar y mesa a las horas de la manducatoria, única asignatura en la que apenas alcanza un modesto aprobado, manifiestamente mejorable.

Hoy al concluir el paseo matinal se me ha ocurrido una idea genial, le he dicho a mi mujer que de la comida me ocuparía yo. Con la presencia de un invitado de lujo era preceptivo lucirse. La experta y titular es ella, pero me he librado de la verdura y el pescado. Solo me ha condicionado a que le cocinara un lenguado con verduritas. Sin problemas, he desenfundado mi mega plancha, fileteado calabacín, berenjena, cebolla y lo he asado al dente. Se lo he presentado en un plato grande, unas rodajas de limón y un ramito de espárragos verdes. Genial. Ahora viene lo bueno: dos platos con dos huevos fritos como dos soles, un lecho de patatas a lo pobre, unas lonchas de jabuguito, cuatro pequeñas tiras de chorizo gallego y todo ello salpicado con ramitas de cebollino mini troceadas. Un éxito, genial. Mientras me reñía por hacerle este plato al niño, preparaba un postre de tiramisú por aquello del reciente recuerdo de La Toscana. La cuestión es que mi nieto se ha comido el plato antes que yo, genial.

Jueves, sección quesos de un supermercado. Después de surtirme de los quesos habituales busco alguna especialidad con la que sorprender la mesa. Una mujer a mi lado con buena presencia y vestida con gusto, se apodera con una mano de dos cuñas de Gouda y con exquisita destreza introduce una en el bolsillo del pantalón y la otra en el carro. Al apercibirse de mi casual intromisión, se me acerca al oído…no diga nada, por favor. Uno, que es de sangre caliente, pero siempre comprensivo hacia el género femenino, he dudado un instante y con una mueca de resignación le he dado la espalda. No estoy satisfecho de mi decisión, pero qué otra cosa podía hacer. He cogido un Gouda para los postres. Es un día espléndido, luce el  sol sin abrasar y el aire es fresquito. Hay poca gente en la terraza y sigo siendo una de las pocas excepciones que todavía lleva pegado un cigarrillo en los labios. El camarero me sugiere lo de siempre; un café muy corto y un agua tónica. Me disgusta contradecir su buena disposición pero me apetece un Macallan con hielo. Ya no bebo las barricas que me bebí antaño, eso sí, cuando me apetece un whisky ¡zaska! Me lo zampo.


Si por mí fuera marcharía unos días a cualquier enclave del Pirineo, toda la vida veraneando en la playa cuando yo soy espiga de secano. Pero me dicen que ya tienen suficiente campo durante el año, y yo tan a gustito entre mis montañas. En verano no viajamos nunca, demasiadas multitudes y calor. Para ver mundo, primavera y otoño. Tan solo una corta escapadita de cinco días a Port-Bou y tengo entendido que este año ni esto. De los últimos doce meses recuerdo con cierta morriña Viena y Praga, pero la escapada de diez días a principios de junio pasado a La Toscana me ha dejado algo turbado y melancólico, es excepcional. Mi idolatrado Puccini era toscano y tuve el inmenso placer de visitar su casa-museo. Voy a ponerme Manon Lescaut, un verdadero orgasmo para los sentidos.