Se
supone que a estas horas todo el planeta está pendiente de las elecciones
presidenciales en USA. También hay que suponer que a cientos de millones de
personas les importa una higa lo que pueda acontecer en el solar de los
yanquis. Craso error, la influencia de las grandes potencias en los demás
países del globo no se ve, pero se nota. Depende de la orientación de su
política económica puede hacerle perder su puesto de trabajo, hasta aquí
llegamos. Seguramente se trata del eufemismo que hemos dado en llamar
globalización. Trump es un vaquero del salvaje oeste, un Clint Eastwood, que de
un escupitajo puede cegar una serpiente cascabel. Biden es un hombre de
concordia con un sólido conocimiento de los entresijos de la Casa Blanca. Dios proveerá,
pero de notar, se notará. Y en este nido de serpientes llamado España, no vean.
Malos
augurios para los países de la vieja Europa. El islamismo más cruel y sanguinario
vuelve a campear a sus anchas sembrando de muertos y sangre las calles. Nadie
está a salvo, nadie. París, Lion, Niza y Viena han sido las primeras víctimas
de esta nueva tanda de terror. Recuerdo con nostalgia mis viajes por toda
Europa, donde todo era placentero, sorprendente y, si cabe, espectacular. En
paz. Hoy no sería capaz de ir ni a Marsella, ni a Perpiñán. Claro que ahora
tenemos el temido y puto virus, agravio a sumar para no desplazarse. Con tal de
no viajar, no lo haría tampoco a Huelva, que está más cerquita. Por las calles
de esa ciudad transitaba ayer un tío apodado el mexicano con una bolsa de
plástico que contenía una cabeza humana, así, como suena. Detenido ya, se ha
podido saber que el mexicano tenía algunas diferencias con el individuo al que
decapitó. Ya me contaran, bajas tú de
noche con las alpargatas recosidas y tu bolsita de orgánica y al abrir el
contenedor te encuentras con una sonrisa dentro de una bolsa. Nada, que no
salgo ni por error, ni a Huelva, ni a París ni al salvaje oeste.
Nos
vemos.
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