Llueve a cántaros, el limpia no da el abasto con el agua
que cae y las ruedas parecen flotar. Mal día para jugarse el pellejo en la
carretera. Me cruzo con otros automovilistas en sentido contrario que no
parecen inmutarse con la tormenta, bien, ahora es el momento, el preludio de la
gran ostia que se va a producir en cualquier momento. Ya se sabe, el hombre es
el único animal que siempre tropieza con la misma piedra. Son inútiles las
advertencias, corren y adelantan. Allá ellos, también yo me puedo encastar en
el culo de un camión durante cualquier lance resbaladizo, pero al menos soy
consciente de lo que está en juego. Poca visibilidad y condensación en el
parabrisas. Llevo recorridos 90 km, ya solo faltan 510. Despacito y buena
letra.
Tengo que llevar el perro al veterinario, le ha salido un
pequeño bultito en el vientre. Creo que será un quiste, poca cosa. Aunque, la
verdad, quizá tendría que llevarlo al psiquiatra, es un pulguero muy perspicaz
y atento. Inteligente podría decir, pero entonces ya no sería ningún perro
especial, sería como todos. Y no lo es. Tengo una transferencia pendiente, los
muebles de la habitación de la niña. La semana que viene, no hay prisa. Todo el
mundo quiere cobrar, coño. Tengo ganas de fumar, pero he dejado la chaqueta en
el maletero ¡dios! Padre anda cabreado, dice que su pensión es una mierda, y
razón no le falta, creo que todo este embrollo de las pensiones no es otra cosa
que una estafa colosal. Pasas la vida con más estrecheces que ilusiones, te
haces mayor y depositas grandes esperanzas y proyectos para cuando dejes de
estar en primera fila. ¿Y cual es el resultado, qué es lo que te espera? Pues
que te mandan una bonita carta comunicándote tu nueva situación y que concluye
con el lanzamiento a tu morrera de una nutriente y voluminosa tifa de vaca, con
un lacito escrito en tinta transparente que dice “Querido pringado, le deseamos
un pronto fallecimiento para podernos ahorrar su mierda de pensión”.
Arrecia la lluvia, se han encendido los focos y todavía
veo menos. Me detendré en un área de servicio, un lugar en el que pides un
bocadillo de jamón y te dan una berenjena sudada rellena de no sé qué, pero
fumaré. Ha refrescado y huele a humedad. Me asalta la tentación de mandar un
mensaje, me abstengo. Pero puedo hacerlo cortito, cuatro palabras, no, mejor
cuando me detenga. Está el cementerio lleno de IPhone, y ya no funcionan ni
recargan batería. Arranco de nuevo, me fumaria otro pito, pero no procede. Me
quedan 280 km, todo se andará, la lluvia parece remitir su ímpetu. Mi compañero
de fatigas me alerta de proximidad de radar, a quinientos metros, reduzco, como
todo hijo de madre. Te echan la foto y te joden una pasta. Cabrones. Puedo
decirlo tranquilamente porque estoy en el coche solo. De otra manera podría
considerarse incitación al odio y ¡zasca! al juzgado ¡Caguendiós!
La autopista discurre entre valles verdes, por aquí los
pastos son pinceladas comunes en el paisaje. Los rebaños de ovejas salpican el
campo de puntitos blancos. La lluvia quedó atrás y el sol comienza a desperezarse
entre veloces nubes que buscan el mar para llenar los depósitos. Me quedan 90
km, para subirme al monte Igueldo y dejarme seducir por la bella Easo. Pero eso
será ya mañana. Oigo por la radio un señor con mucho mando que canta las
maravillas del 155 sin arpa ni violín. Desde que implantamos el 155 todo ha ido
bien y se está retomando el buen camino, dice. ¿Mierda! Me acosa la nicotina no
ingerida. Voy solo en el coche todavía, nadie me oye, ningún espía en la guantera,
vacía la retaguardia. ¿Cómo es posible tener tan mala leche como para decir que
todo va bien, cuando todo el mundo sabe que se han propuesto exterminar este
país? No me oye nadie ni mucho menos me propongo inducir a odio alguno. Eso
ellos. ¡Caguendiós! La sensación es de estar cubierto de mierda hasta el tupé.
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