No
soy amigo del viento, me perturba, pone en valor su divina impunidad activando en
rebeldía todas nuestras neuronas. Por el momento su presencia es asidua, no
cesa ni da tregua la mayoría de tardes. Tras el ventanal observo como el mar se
cubre de infinitas manchas blancas que permanecen en la superficie
balanceándose sobre unas aguas removidas
hasta el fondo. Hay mar de fondo. En un acotado espacio, como a unos
cincuenta metros de la línea de costa, aparecen una multitud de surfistas
entrecruzándose, sorteándose y dejando una blanca estela en las salpicadas
aguas. Unos batiéndose el cobre sobre una tabla y diminuta vela, y otros
pendientes de una gran cometa que dominan con elegancia y bellas estampas.
Reconozco que su coloreada presencia es un bello espectáculo, pericia solo
reservada para iniciados.
El
domingo asistí a una representación, con cordial compañía, en el coliseo de La
Rambla, en Barcelona. Es la primera vez en mi vida que acudo a las cinco de la
tarde al Liceu, dónde los silencios se tornan sueños y la música se convierte
en la palabra del alma sensible. No era de mis preferidas, pero después de casi
tres horas de oír el sufrimiento de un amor eterno e imposible, por boca de
Romeo y Julieta, uno ve reforzados y enaltecidos sus más íntimos sentimientos.
Un cálido beso a Julieta en su alter ego, la soprano Patrizia Ciofi, por su
impactante recital de coloraturas líricas con rango de excelencia. Y mención de
agradecimiento para el maestro musical, Riccardo Frizza, conductor de la
sinfónica de la casa, con sutil naturalidad y controlando los tempos.
Espléndido espectáculo, solo enturbiado a la salida del santuario por las
corredizas, sirenas y presencia policial para sofocar y calmar a los de
siempre.
Hoy
si he podido acceder a la terraza del náutico, desbordante visión del mar en
primera fila, sol radiante, nubes a la vista y jarra de cerveza muy fría con
anchoas de La Escala. El periódico encima de una silla, la pluma y la libreta
atentas a mis anotaciones. Se aprecia más gente pululando por las calles, pero
sigo observando exiguos negocios en las tiendas y demasiadas mesas vacías en los
restaurantes. En una cercana mesa se habla con evidente furor de la Sra. Colau
y los okupas. La conversación sube de tono cuando alguien sostiene que la
cupera Reguant ha manifestado que las
segundas residencias también son “Okupables”. Me abstengo de reproducir sus
exabruptos por la cuestión. La Sra. Colau, con mil argucias confusas y
dilatorias, parece que se inclina a favor de los okupas y pone en duda la
actuación de la policía, de los mossos. Muy al contrario de un servidor, que no
entiende como profesionales que trabajan para la comunidad, con evidentes
riesgos, tienen que soportar las ofensas y perogrulladas de unos marginados.
Auto marginados. Y ya que hablamos de viento al principio, no hay viento
favorable para quien no sabe adónde va.
Cada
día aparecen contratiempos que vetan mis paseos en bicicleta. Cuando no son
verdes, son maduras, Por qué no hay mar plana, por qué han de surgir siempre
gestiones inesperadas que dan al traste con tus perspectivas? Teniendo en
cuenta que mis labores tendrían que asemejarse a las de un monje de clausura:
meditación, reflexión, observación, conversación y conclusión, si la hay. Tengo
una muela que ya hace quince días no cesa en tocarme aquello que medio suena.
Es irritante, cabreante, sofocante, desesperante y doloroso, claro. El caso es
que dentro de cuatro días me esperan 2400 km. y quince días por tierras
norteñas, y no lo digo como objeción,
sino por la puñetera muela, que puede amargarme los vinos o los pinchos.
En
fin, levo anclas ya, las anchoas han desaparecido y me levanto raudo, antes de
que los malos pensamientos me inciten a endilgarme otra jarra de cerveza. Hasta
la vista.
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