Entramos
en San Sebastián por Amara, a pesar
de sus limitadas proporciones, Donostia
es una ciudad de corte francés y aburguesada que no solo cautiva a simple vista,
es de una belleza inconfundible y me une a ella una larga tradición de
admiración y respeto. La Bella Easo
es un compendio de tradición y modernidad, rodeada de paisajes entresacados de
los mejores lienzos, y en otro tiempo llamada Pequeña Paris o Paris del Sur. A principios del siglo XX la ciudad
vive su Belle Époque convirtiéndose
en la ciudad más cosmopolita de Europa, dándose cita en su famoso Casino personajes de la talla de Mata Hari, León Trotsky, Maurice Rabel o
Romanones, por nombrar solo algunos. El dictador Franco veraneó durante 35
años en el palacio de Ayete de esa
ciudad.
Por
alguna u otra fatalidad jamás tuve oportunidad de acercarme a la cúspide del Monte Igueldo, razón por la cual ha sido
lo primero que he hecho en esta ocasión. Después de una visita fallida al Peine del Viento por obras, emprendimos
la ascensión al Monte mediante el funicular. Un remodelado parque infantil
junto a generosas y estratégicas terrazas proporcionan al visitante una visión
del espectáculo donostiarra que nos acerca a la sublimación de la belleza: la
bahía de la Concha, la playa de Zurriola y la isla de Santa Clara en el centro de la bahía. El
enclave guipuzcoano encercado por verdes y frondosos tapices forestales es un
destino para no perderse o, quizás, para perderse en él y no buscar la salida.
El largo paseo marítimo de la Concha condensa los elementos arquitectónicos y
ornamentales característicos de San Sebastián, las grandes farolas, la
Barandilla, los relojes, el balneario de La
Perla y la Real Casa de Baños, terminando en la playa de Ondarreta con el famoso Peine de Chillida.
La Parte Vieja junto al pequeño
puerto pesquero reúne una considerable concentración de tascas, restaurantes y
tabernas por metro cuadrado. Si Miguel
Ángel cinceló la piedra y el mármol con insuperable maestría, los vascos
esculpen con mano diestra los elementos culinarios hasta convertirlos en
coloridos y sabrosos “pinchos” que,
más que alimentos, se asemejan a bellas diapositivas. Decir País Vasco también es una referencia
obligada al "tapeo".
He
detectado menor consumo de txacolí,
parece que domina mucho más el tinto, casi todo de Rioja. Matiz que puede
extenderse a todo el norte. Excepto el vino blanco, que en Cantabria i Asturias se
consume el Albariño gallego.
Excelente, por cierto. Es posible que el territorio vasco sea el campeón
indiscutible en el levantamiento del codo, además de los aizkolaris y sus cortes de tronco con hacha. Pero el consumo de
vino es un común denominador de toda la España septentrional, con mayor
repercusión en la cornisa cantábrica. Se
dejaron oír algunas bromas al relacionar la posición de la mano en forma de
cazoleta, para atenazar la copa de vino, causando afectación general de
tendinitis de mano.
Partimos
con regusto a añoranza y un cierto disgusto de dejar atrás esta soberbia y
elegante ciudad. Los verdes prados, los edificios, los caseríos, los
acantilados, el costumbrismo, la gastronomía, y el talante abierto y
hospitalario de sus habitantes, hacen mella en nuestra sensibilidad y nos dejan
abierta en el alma una ventanita para soñar con repetir. Euskal Herria agur, laster arte.
Proseguimos
nuestro particular rutero hasta los 800 km, ladeamos Bilbo y enfilamos destino
hacia Santander. Dejamos Santurce, Castro Urdiales, Laredo, y
marcamos en rojo la capital de Cantabria. Nos esperan los quesos de Cabrales,
las anchoas y el imperio Botín a
cuatro pasos del Sardinero. El sol nos acompaña y el reflejo del cantábrico nos
induce a calmar la tendinitis de mano. Agur,
laster arte!
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