diumenge, 12 d’octubre del 2014

INEPTITUD y RESPONSABILIDAD

No todo han de ser preocupaciones, también hay que intentar de vez en cuando satisfacer algún deseo, dar rienda suelta a esos caprichos que duermen en la recámara de nuestros sueños. La cansina rutina de la cotidianidad hay ocasiones en que llega a aburrir, a desmotivar incluso. Pese a que en ciertos momentos podamos estar abrumados o inquietos por factores externos u obligados y sintamos la imperiosa necesidad de reencontrarnos con la bendita rutina, sin sobresaltos. Corren tiempos extraños, cunde la inseguridad en muchos aspectos, la gente siente incertezas, teme por lo conseguido y desconfía del que todavía está por llegar. Los políticos, no la política, han contribuido en gran medida a crear este ambiente de desazón y desconfianza, alarma y miedos enrarecidos.

De no arreglarse las cosas me temo qué más pronto que tarde se produzca un estallido social y, a la fuerza, se inviertan los términos. Las soluciones vendrán dadas de abajo a arriba y no al revés. El político ha fracasado en su intento de enrocarse en su reino de Taifas para dar rienda suelta a sus egoísmos y al desmesurado afán por llenarse los bolsillos de manera impúdica, olvidando y menospreciando que su cargo o posición dentro del organigrama de la sociedad le faculta tan solo a estar al servicio de la sociedad y no a la inversa. Y cuando digo que ha fracasado me estoy refiriendo a partir de… por las previsibles reacciones sociales en forma de futuros sufragios. Los que han esquilmado las arcas hasta este punto ya nadie les va a quitar lo bailado. Y no son valses precisamente.

España ha alcanzado el dudoso mérito de ser uno de los países más corruptos del mundo. Después de tres décadas de su implantación, la palabra democracia sigue siendo una entelequia para una gran parte del colectivo con mando y nómina, y para una nada despreciable capa de la sociedad civil. El individualismo se sobrepone a lo colectivo y se pasa de puntillas por una democracia que se cree exigible a los demás pero no a uno mismo. Corrupción también es inhibirse de las responsabilidades derivadas de tus obligaciones, que en democracia suelen afrontarse con la dimisión en el cargo. Aquí la palabra dimisión se borró del diccionario hace ya una eternidad.

Teresa Romero ha sido víctima no solo de una terrible enfermedad y de una cadena de despropósitos, sino que para más inri ha sido vilipendiada por Javier Rodriguez, responsable máximo de la sanidad madrileña. El consejero de sanidad ha tratado con desdén a Teresa y la ha inculpado de la crisis sanitaria por el caso Ébola. Si se muere, ella tendrá la culpa para este impresentable. Y a su pobre perro no le han concedido ni el beneficio de la cuarentena, lo han eliminado en un absurdo gesto de cara a la galería. Pedro Sánchez, flamante, prescindible y previsible, secretario general del PSOE, provoca la hilaridad de la población al sugerir que las fallecidas por maltrato de género reciban un funeral de estado. Pólvora mojada. Monago se erige por propios méritos en chupador de sangre catalana, que tanto odia. Rajoy dice que los presupuestos “son buenos para Catalunya”, malabarismo hipócrita. Ana Mato es ministra de algo que desconoce ni sabe explicar. Susana Díaz dice que ella garantizará la igualdad de España, eso si, seguirá chupando del bote. El Constitucional español es motivo de risa para el New York Times, un desconocido, claro. Mónica Oriol se decanta por no contratar mujeres en edad fértil, podrían quedar embarazadas, si no es más tonta es porque no entrena. Y así sucesivamente, sin solución de continuidad. Por escabroso, mal intencionado, por ineptitud, por prepotencia o despotismo, aquí no dimite ni la madre que lo parió. Tampoco tenemos partidos políticos en su acepción anglosajona, tenemos dos mastodónticas organizaciones de amigos para lo que haga falta, o sea, quítate tú que me pongo yo.


A lo dicho, hora de endilgarse una cervecita fresca y observar como la brisa mece los almendros al paso de los tractores cargados de uva, no de mala uva.