divendres, 5 de setembre del 2014

RAÍCES


Cuatro días después de haber entrado en el otoño por la puerta grande envejeceré un año más. Doce meses que añadir a la larga lista de estaciones que el tren lleva ya acumuladas. Si como dicen, durante este trayecto has de haber plantado un árbol, escribir un libro y tener un hijo, creo que tengo ya colmadas esas aspiraciones desde hace mucho tiempo. Árboles ni recuerdo cuantos, libros uno; tierno, joven y desorientado. Raíces dos de las que nacieron cinco hermosos tallos. Me pregunto si estos tres requisitos son suficientes para colmar una vida, sinceramente creo que no. Creo que la vida es algo mucho más sustancial que una bonita frase o un ingenioso rimado que cae bien.

En ese tiempo reconozco haber sido algo rebelde y egoísta en este largo viaje de estación en estación. Desde muy joven entendí, o creí entender, que nadie más que yo daría las órdenes a bordo de mi tren, nadie pensaría por mí, ni tampoco habría quien se aprovechase de mis éxitos si los tuviera, pero tampoco de mis fracasos. Tampoco he confiado ni creído nunca en papá Estado o papá empresa, siempre he sabido que todo lo que no hiciera yo en esta vida no me lo haría nadie. Es fácil pasarse el tiempo despotricando o culpando a los demás de nuestras incertezas o carencias, casi siempre echamos las culpas a los demás olvidando que en esta comedia nosotros somos los propios protagonistas y, como tales, siempre hemos de tomar la iniciativa.

No es fácil retomar la rutina de la normalidad, del encaje en esa parte que te mantiene enjaulado y a la vez ocupado durante todo el año. Casi tres meses es mucho espacio de tiempo conviviendo con lo intrascendente, lo banal, lo que no es más que un espejismo que se inmiscuye en la realidad. Pero en mi caso son tantos los kilómetros recorridos que ya no valoras el tiempo en minutos ni horas, solo el espacio en donde te encuentras. Ahora ya el tiempo es un juego donde puedes acudir a tus recuerdos y moldearlos a tu manera, de la misma manera que dibujas o sueñas con un futuro que satisfaga tus deseos. Aunque por muchos circunloquios en los que te revuelvas, por muchas vueltas que le des al tarro, el tiempo puede que borre alguna herida, pero no borra las cicatrices.

 

Papeles y más papeles, revistas y montones de correspondencia se amontonan en mi mesa. Francamente no sé por dónde empezar y lo más fatídico de todo ello es que no tengo apetencia alguna por iniciar su clasificación. La ausencia te aleja de la cotidianidad, pero la obligación y el mínimo sentido de la responsabilidad te sumergen en la más pura y diáfana realidad de la que es totalmente imposible evadirse. Los ventanales no se han movido un ápice, el sol se bate en feroz retirada creando un juego de luces y sombras que visten el valle con sus mejores galas, la vertiente de la montaña que da frente a mí se divierte en una cálida recreación del camino que la serpentea, a cierta altura es visible el trazo del camino y más abajo queda oculto en la sombra refrescante del anochecer.

Hablaba antes de actitudes o posicionamientos ante la vida, y he de confesar que ahora acuso una fuerte desazón, no diré desánimo, pero sí una inquietud que me lleva a ver demasiados nubarrones. Yo soy de un país pequeño, un país respetuoso, que recibe al visitante o al emigrante con la cordialidad del civismo y la educación, que hace de su europeísmo y democracia sus señas de identidad. Pero, en mala hora, pertenecemos a un estado que basa su existencia en el inmovilismo, la envidia, y la injusticia. Ya no me valen los hechos puntuales, ni de unos ni de los otros, en todo caso que la justicia sea igual para todos, cosa que no es. Este país, harto de oprobios, ha decidido preguntarse a si mismo si quiere seguir siendo apéndice del hazmerreir mundial o prefiere ser un país absoluta y rigurosamente normal. Yo abogo claramente por la normalidad, me gusta ser normal, como Holanda, por ejemplo. Soy consciente de las advertencias que llegan de fuera: pasaremos hambre, no cobraremos pensiones, nos repudiaran todos los organismos internacionales, volveremos a los años cuarenta, sufriremos las siete plagas, etc. Qué le vamos a hacer, resistiremos. Pero todavía no me ha explicado nadie como quedarían ellos.