dimarts, 2 d’octubre del 2018

EL PEQUEÑO GIGANTE DE OJOS TRISTES


Súbitamente nos ha dejado. Digo súbita porque Charles Aznavour no tenía de morirse, no estaba previsto, ”Con mi hermana hemos acordado pasar de los cien años”. Le han estafado seis. Tan solo un año atrás triunfó en Bercy, con noventa y tres años, una orejera por si fallaba la memoria y una butaca entre bastidores para pequeños descansos. Nunca claudicó, cayó innumerables veces y se repuso otras tantas. Carne de escenario, compositor, de buena pluma y un timbre de voz que le sobrevivirá. A tres generaciones amamantó con su voz rota, sus más de mil doscientas canciones en repertorio preñadas de vida cotidiana. Ciento ochenta millones de discos vendidos en cinco lenguas. Adoraba las lenguas, al contrario de aquí. Y un buen puñado de películas entre las que destaca Tirez sur le pianiste, de Truffaut. Y premiado con un César.

Hace una semana me encontraba pateando el Barrio Latino en Paris y lo ignoraba. Ahí nació en 1924 el pequeño genio. Los inicios en el escenario fueron duros y largos. Con 22 años es descubierto por Edith Piaf y se lo lleva de gira por América. El pequeño cantante de voz extraña seduce a la diosa de la chanson. De regreso a Francia se convierte en regidor, telonero, secretario, chofer, confidente y autor de alguna de las canciones de la diva. Se dice que también ejerció de maestro de ceremonias de su alcoba. Así mismo también escribe algunas canciones para Gilbert Becaud. Je m’voyais déjà, la historia de un artista fracasado lo catapulta definitivamente al estrellato, en 1960. Se prestó, en muchos casos desinteresadamente, a cantar duos: Ray Charles, Sinatra, Toni Benet, Stevie Wonder, Julio Iglesias, Sting, Céline Dion, Johnny Hallyday, Paul McCartney, Streissand o Liza Minelli. Profundamente francés y visceralmente ligado a sus raíces armenias.



Feo y bajito –J.Luna dice que hubo un tiempo en que parecía español-, posiblemente antes de reconstruir su nariz por mandato de la Piaf. Hacía muchos años que dejó atrás su Paris, para irse a vivir a la Provenza, a un tiro de piedra de la Costa Azul y las inigualables fragancias de la banda y sus cálidos colores. Montado en su tractor gustaba de recorrer la finca agrícola y jactarse de su plantación y producción de aceite. Creo que La Provenza y su mansión fueron sus últimos amores de verdad. Sin abstenerse ni un solo día de encerrarse por las tardes a sentarse en su taburete, las manos en el piano y la libreta de las corcheas y familia. Tres generaciones han bailado y enamorado con los fondos musicales del pequeño gigante de ojos tristes. A diferencia de la gran mayoría de cantantes, Aznavour contaba sus éxitos musicales por centenares. Resulta absurdo limitarlo a Venecia sin ti o La Boheme. Sus páginas hablan de alegrías y tristezas, de muchos fracasos, los suyos, y de ingentes triunfos, que también los hizo suyos. Dicen que fue un motor de besos y lágrimas, de halagos y desprecios. “Soy política y poéticamente incorrecto”. Tozudo como una mula para el trabajo, inquieto, nervioso, curioso, algo huraño pero receptivo, “Me encanta lo que hago y siempre que tenga la salud y la fuerza para hacerlo lo haré”.

Adiós, adiós Aznavour, has vivido mucho, pero es muchísimo más lo que nos has dejado. Sepas que no estoy aquí para aprovechar el momento, que, pese a la blancura de mis sienes, sigo tarareando Les comédiens desde aquella lejana década en que tú música se alojó en mi cerebro. Bohémio!