dissabte, 14 de juliol del 2018

PRÓXIMA ESTACIÓN, NEW YORK


Sé que puede parecer insólito, pero el tren también tiene alas, y estas alas, atravesando el Atlántico, me llevaron hasta Grand Central, en New York, en la calle 42 entre Lexington Av., y Park Av. Medio estación termini y medio museo, monumental nudo de comunicaciones enterrado. La primera vez que caí en este Polifemo urbano tengo que reconocer que me impresionó mucho. Y las posteriores visitas, cada vez me impactaron más. Aquello no es una ciudad, es como el río cuando se transforma en mar. La inmensidad te ahoga, pero revives. ¡Y de qué manera!

Tenía diez días por delante y quería aprovechar al minuto mi estancia. Un minucioso estudio del plano, cuadriculación de la ciudad con lápiz de color y reparto de zonas por los días de estancia. Perfecto, una rotundo chapuza. Pobre de mí, cada cuadricula necesitaba diez días yendo rápido. Decidí no coger ningún transporte público, no perderíamos ningún detalle de las calles, las tiendas, los edificios, la gente, la policía, los bomberos. Lo quería ver todo a pie y... me los planché.

El primer día no cené, estaba rendido y con los pies hinchados. Todavía me duraba el cabreo con el perro de inmigración en la aduana del aeropuerto JFK. Me dormí pronto con la imagen del puente de Brooklyn clavada en el cerebro. Como he dicho, no cené pero si tomé una copa en The River Café, bajo el mismo puente y colgado sobre el río Hudson, con unas vistas tan increíbles del skyline de Manhattan que me prometí volver, pero para cenar tranquilamente y dejar volar la imaginación o los sueños frente a Chinatown.

Rápidamente decidí que la magnitud de la ciudad no me permitía sacar adelante mi cuidadosa planificación para rastrear aquel monstruo de gigantes de acero y hormigón. Dedicaría los diez días a hacer el turista, sacar una fotocopia mental de los cientos de lugares emblemáticos y dejar para futuras ocasiones el detalle de los cinco distritos y los incontables barrios. Tres días para tener una idea de Brooklyn y una semana para recorrer Manhattan. Por eso esta crónica también será una primera estación en la que, con el tiempo, intentaremos añadir otras rutas. En esta ocasión no hablaremos de El Bronx, Queens, ni Staten Island, sería necesario un libro.


A unas cuatro travesías al este de mi hotel, junto a Grand Central, está la confluencia de Broodway Av. con la séptima, donde aparece una especie de ombligo del mundo: Times Square. Si pones en marcha unas mínimas dotes de observador, te darás cuenta del porque Estados Unidos es la primera potencia, del porque tienes que dejar la piel si quieres destacar y ser alguien en medio de aquella neurasténica sociedad. En la que, en principio, toda persona tiene posibilidades de escalar posiciones: trabajando duro, muy duro. Esta es la clave. Ni pereza, ni bajas, ni pillería, ni puentes, ni eso no me toca. Trabajar mucho, nada más. Nadie te da la hora que es ni te abre la puerta del taxi, si a cambio no se escupe un dólar. El dólar es más que una moneda, allí es una forma de vivir y de entender la vida. ¿Fumar?, me parece que yo era el único fumador en la City. Dado mi interés por escudriñar al máximo, hablé con varios hispanos que trabajaban dos turnos cada día en diferentes empresas, con el fin de reunir suficiente dinero y poder crear ¡su propia empresa! Al hablarles de vacaciones o "bajas" se echaban a reír.

Junto a Times, en la 43, el Tony's de Napoli, es un buen lugar para retomar fuerzas y lubricar las tuberías con excelentes vinos australianos, sudafricanos o chilenos. En NY comenzaron a decaer mis convicciones en torno a los vinos. Muchas veces creemos que somos los reyes del mambo en diversos sectores cuando, a la hora de la verdad, adviertes que sólo somos el chico de los bongos.

Hoy cerraremos las breves impresiones en el Lincoln Center, el Metropolitan Ópera House, el MET para los amigos. Porque ¡eh!, yo he ido a New York también para ver ópera. Es el alimento básico de mi vida. Aquel día, el segundo, los trinos y la frescura del cercano Central Park, me acompañaron hasta las puertas del teatro para ver una Manon Lescaut que ya no podría olvidar nunca más.

(Publicado el 10/01/2010)