Pues por aquí, bien, sin novedad
destacable. Transcurre el verano de forma plácida y sin sobresaltos dignos de
mención, si acaso dejar constancia de que hay menos gente de la habitual por
estas fechas. Un trompazo con la bicicleta y el reventón de la rueda trasera
son los incidentes más destacados de esta semana, en lo que a un servidor
concierne. Tan solo me ha llamado la atención un artículo de Gloria Moreno en
el que nos pone al corriente de cómo andan las cosas por Finlandia.
Concretamente hace referencia a la ropa interior y al alcohol.
“Kalsarikänni”. Con esta palabreja definen
los fineses o finlandeses el hábito de embriagarse en ropa interior. Lo que
podría traducirse en agarrar una cogorza en pelotas. Así es, la oscuridad y el
intenso frío de esas latitudes cercanas al Ártico, propician un alto consumo de
alcohol, casi siempre en casa. Las rígidas inclemencias meteorológicas inducen
a pasar muchas horas en casa, emborracharse en calzoncillos –es un eufemismo,
deben de ir en pelotas-, relajarse y cargas pilas. Ignoro como se relaja uno,
con el cerebro atestado de ginebra, vodka o whisky. Precisamente cuando andas a
rastras por el suelo, a la relajación se la llama gelamación, como pisándote la lengua. El Kalsarikänni se practica
siempre solo, pura intimidad, tú vas dando tumbos por todas las estancias con
la botella en la mano. Me imagino que si se pasean delante de un espejo, deben
enfurecerse por ver a alguien delante de él.
La gente de más edad tiende sin paliativos a
considerar que la singular y secular
liturgia de darle a la botella a solas y en bolas, no es más que coger una mona
como un pufo. Sin embargo los más jóvenes dicen que se trata de beber
moderadamente. Y ya sabemos que beber moderadamente puede provocar entrar en
una autopista en sentido contrario o arrancar de la gasolinera después de
repostar, con la manguera conectada. Por lo que hace al perfil de los mamones
solitarios, se considera que es una buena opción para aquellas personas de
clase media, en aquella fase de la vida en que los niños son todavía pequeños,
la vida laboral es exigente y es necesario ahorrar para pagar la hipoteca. Los
niños dicen “mamá tengo hambre” y mamá les dice “ejpega que denga papi”. Si
papi llega a casa a las cuatro de la tarde, pongamos por caso, y no contesta
nadie al timbre, papi sabe que debe aguardar hasta las ocho de la mañana, bajo
una temperatura de 40 grados bajo cero, en espera de que mami se saque los
rulos de dentro del cerebro. Querido, estoy en bolas practicando Kalsarikänni.
¿Qué fonito! Es el estado quien controla la venta de alcohol en Finlandia y con
cierta rigurosidad. Menos mal. Razón por la que muchos finlandeses se embarcan
en un ferri hacia la vecina Estonia, donde el comercio de bebida dura está
liberado y es más económico, y se ponen de botellas hasta los dientes. Creo yo
que si van con asiduidad a Estonia, ni circuitos culturales, ni turísticos, ni
hostias con vinagre. Las maletas y bolsas de deporte cargadas hasta los hígados
de destilados, nunca mejor dicho, y los tupidos y acolchados anoraks hinchados
hasta las costuras de cristal etiquetado.
Es lógico pensar que a su vuelta a casa a
los niños no les llevarán de recuerdo un reno con la cornamenta de plástico o
un Santa Claus de corcho montado en un trineo. A lo sumo unas botellitas de
vodka como las de los aviones, tamaño bolígrafo gordo. Vivir para ver ¡Qué
digo! Vivir para columpiarse en bolas y atizándole a la botella. ¡Uy que frío!
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