Hemos pasado unos días de lo más agitado,
ha habido para todos los gustos. El solsticio de verano ha hecho mover miles de
personas de un lugar a otro, todo el mundo practicando ejercicios de auto
control y dominio de nervios en las largas colas de la carretera. La verbena y
las cocas no se han hecho esperar. Grandes corros de familias o amigos se
forman a lo largo de todo el litoral. Unos con comidas preparadas y otros con
la consagrada tortilla de patatas. Se hace juerga, se cantan canciones y descorchan
botellas. Y como casi nadie ha de conducir, se cogen unas trompas de las que
marcan territorio. Sin olvidar el baño nocturno del que muchos cantan
excelencias, sobre todo los que aprovechan el desenfreno para hacer un par de
kikis bajo la torcida mirada de una luna en crecimiento.
Qué podemos decir de estas noches en la
playa que no sea una repetición. Casi todo se ha dicho y escrito, son
legendarias. Hombre sí, podríamos aprovechar para mencionar como quedan estos
idílicos marcos el día siguiente. Pues hechos una mierda. Así es, montañas y
montañas de desechos, restos de comida, toneladas de botellas o plásticos de
todo tipo. Sólo de las playas de Barcelona se habla de 20 toneladas de basura.
Pero aún hay más, si, más. Los cientos de condones enterrados en la arena, o
no, y los que flotan sobre las olas como caballitos de mar y se desplazan a la
deriva como un barco averiado. No seré yo el que me bañe al día siguiente
¡madre mía! a riesgo de salir del agua con un bigote impostado. A mí me es
indiferente que la gente se desahogue a golpe de ingle, como si se quieren
ventilar una estrella de mar o dejarse morder una teta por una medusa. Pero,
coño, que se lleven la mierda a su casa,
por favor.
Tarragona está de moda, sí señor. Esta
ciudad ha permanecido alejada de los grandes eventos durante demasiado tiempo.
Cierto que durante el proceso independentista, su voz se hizo notar con
frecuencia. Tarragona es una ciudad de tamaño apropiado, bonita, antigua, y
vigía privilegiada del Mare Nostrum. Después de un largo camino lleno de
obstáculos y sobresaltos, finalmente se pudo realizar e inaugurar su gran
sueño: Los Juegos del Mediterráneo. Competiciones deportivas dentro del
Movimiento Olímpico del Mediterráneo. La ceremonia inaugural tuvo lugar el
pasado sábado, bajo la presidencia del rey de las Españas, el presidente de la
Generalitat y el alcalde tarraconense. De entrada les confieso que me quedé muy
atribulado, confuso, extrañado. Y esto no tiene nada que ver con la tirantez
que se respiraba en el palco de autoridades. Cuando el alcalde Ballesteros
presentaba por la megafonía a las autoridades presentes, al nombrar al
presidente Torra se oyó una avalancha de gritos y silbidos. Mientras, yo me
ocupaba de un aceitoso ibérico, acompañado de un queso ciertamente ofensivo,
observé que las gradas estaban llenas de banderas españolas, muy respetables, y
de las catalanas que brillaban por su escasez. Ignorando lo que ocurría o podía
pasar, lo atribuí a los latigazos de vino tinto que me inoculaba para hacer
frente a los sólidos. A continuación la actuación de unos artistas que sin
lugar a dudas deben de ser muy buenos, otra cosa es que yo sea un ignorante,
que fueron desgranando su programa vocal. Las tomas de las cámaras de TV
mostraban grandes espacios del estadio vacíos, fríos, desalmados. Mientras me zampaba
la última loncha de jamón, en la pantalla se veía el cielo de la ciudad romana por
donde dos paracaidistas militares descendían hacia el centro del estadio
mediterráneo. En ese preciso instante, el mando a distancia me transportó hasta
una peli de sangre y tiros, creo que de Bruce Willis. La sangre que chorreaba
por doquier hacía juego con el vino que me iba infiltrando.
En resumen, sin desmerecer ni censurar a
nadie, si me llegan a decir que todo aquello estaba pasando en Guadalajara o
Burgos, por ejemplo, me habría quedado tan ancho. Los preciados diseñadores y
parideros de grandes espectáculos de masas, las autoridades locales, el tío
Ramón que es muy listo, ¿no podían haber dado un aire más catalán, más
tarraconense, más ajustado a la realidad de las cosas, a todo aquel esperpento?
Y los castellers, ¿dónde estaban los castellers?
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