dilluns, 25 de juny del 2018

ESTO ES UN COÑAZO (Trozo II)


Hemos pasado unos días de lo más agitado, ha habido para todos los gustos. El solsticio de verano ha hecho mover miles de personas de un lugar a otro, todo el mundo practicando ejercicios de auto control y dominio de nervios en las largas colas de la carretera. La verbena y las cocas no se han hecho esperar. Grandes corros de familias o amigos se forman a lo largo de todo el litoral. Unos con comidas preparadas y otros con la consagrada tortilla de patatas. Se hace juerga, se cantan canciones y descorchan botellas. Y como casi nadie ha de conducir, se cogen unas trompas de las que marcan territorio. Sin olvidar el baño nocturno del que muchos cantan excelencias, sobre todo los que aprovechan el desenfreno para hacer un par de kikis bajo la torcida mirada de una luna en crecimiento.

Qué podemos decir de estas noches en la playa que no sea una repetición. Casi todo se ha dicho y escrito, son legendarias. Hombre sí, podríamos aprovechar para mencionar como quedan estos idílicos marcos el día siguiente. Pues hechos una mierda. Así es, montañas y montañas de desechos, restos de comida, toneladas de botellas o plásticos de todo tipo. Sólo de las playas de Barcelona se habla de 20 toneladas de basura. Pero aún hay más, si, más. Los cientos de condones enterrados en la arena, o no, y los que flotan sobre las olas como caballitos de mar y se desplazan a la deriva como un barco averiado. No seré yo el que me bañe al día siguiente ¡madre mía! a riesgo de salir del agua con un bigote impostado. A mí me es indiferente que la gente se desahogue a golpe de ingle, como si se quieren ventilar una estrella de mar o dejarse morder una teta por una medusa. Pero, coño, que se lleven la  mierda a su casa, por favor.



Tarragona está de moda, sí señor. Esta ciudad ha permanecido alejada de los grandes eventos durante demasiado tiempo. Cierto que durante el proceso independentista, su voz se hizo notar con frecuencia. Tarragona es una ciudad de tamaño apropiado, bonita, antigua, y vigía privilegiada del Mare Nostrum. Después de un largo camino lleno de obstáculos y sobresaltos, finalmente se pudo realizar e inaugurar su gran sueño: Los Juegos del Mediterráneo. Competiciones deportivas dentro del Movimiento Olímpico del Mediterráneo. La ceremonia inaugural tuvo lugar el pasado sábado, bajo la presidencia del rey de las Españas, el presidente de la Generalitat y el alcalde tarraconense. De entrada les confieso que me quedé muy atribulado, confuso, extrañado. Y esto no tiene nada que ver con la tirantez que se respiraba en el palco de autoridades. Cuando el alcalde Ballesteros presentaba por la megafonía a las autoridades presentes, al nombrar al presidente Torra se oyó una avalancha de gritos y silbidos. Mientras, yo me ocupaba de un aceitoso ibérico, acompañado de un queso ciertamente ofensivo, observé que las gradas estaban llenas de banderas españolas, muy respetables, y de las catalanas que brillaban por su escasez. Ignorando lo que ocurría o podía pasar, lo atribuí a los latigazos de vino tinto que me inoculaba para hacer frente a los sólidos. A continuación la actuación de unos artistas que sin lugar a dudas deben de ser muy buenos, otra cosa es que yo sea un ignorante, que fueron desgranando su programa vocal. Las tomas de las cámaras de TV mostraban grandes espacios del estadio vacíos, fríos, desalmados. Mientras me zampaba la última loncha de jamón, en la pantalla se veía el cielo de la ciudad romana por donde dos paracaidistas militares descendían hacia el centro del estadio mediterráneo. En ese preciso instante, el mando a distancia me transportó hasta una peli de sangre y tiros, creo que de Bruce Willis. La sangre que chorreaba por doquier hacía juego con el vino que me iba infiltrando.

En resumen, sin desmerecer ni censurar a nadie, si me llegan a decir que todo aquello estaba pasando en Guadalajara o Burgos, por ejemplo, me habría quedado tan ancho. Los preciados diseñadores y parideros de grandes espectáculos de masas, las autoridades locales, el tío Ramón que es muy listo, ¿no podían haber dado un aire más catalán, más tarraconense, más ajustado a la realidad de las cosas, a todo aquel esperpento? Y los castellers, ¿dónde estaban los castellers?