dijous, 8 de març del 2018

¡SILENCIO, ACCIÓN! UNA DE UÑAS


Serenamente, pero sin dilación, hay que joderse. Hace al menos media hora que intento rebanarme las uñas de los pies, cuesta reconocerlo pero la intrínseca verdad es que te vas disecando sin solución de continuidad. Prueba de ello es que este simple y modesto gesto de aplicarte la manicura en los pinreles se traduce, sin casi apercibirte, en un magnífico ejercicio de contorsionismo por el que merecerías ser aplaudido. Sin pasar por alto que mi predilección siempre han sido las uñas muy cortas y, claro, la visión tampoco es la que era, con lo cual, más de un mordisco cárnico siempre me llevo. Un desaguisado, vamos.

En el transcurso de este intervalo de soledad ungular, meditaba el por qué siempre abrimos los medicamentos por el lado opuesto, y qué fuerza invisible nos impide volver a poner las pastillas en la cajita. Me aterra que alguien descienda de mi coche y al tiempo que dice adiós, no cierre bien la puerta, o que peguen un portazo que te ondulan las orejas, y con la manita me vayan diciendo adiós. Los ejecutaría allí mismo. ¿Verdad que hay tratamientos para pacificar el dolor de hemorroides o fulminar un puto grano de pus en el culo? Entonces porque subsiste todavía gente con una halitosis caballar que, no conformes con emanar bocanadas de aliento putrefacto a tu cara, te dejan la habitación como una perrera. Maldigo el ambientador que cuelga de un enchufe. Jamás doy la mano a nadie que provenga del baño, sé de historias que les dejarían aterrorizados y sin sangre en las venas. Hoy estamos asediados, casi sodomizados con las ventas por internet, teléfono, o el timbre de casa. ¡Alerta! Tomen medidas, no se confíen, el monstruo no retrocede, se disfraza de vendedor de biblias o elixires. Cierren puertas, ventanas, el retrete, sellen el hogar de fuego si lo tienen y amordacen a su suegra para que no grite. Si les llega esta melodía, quédense inmóviles, “¿le gusta leer? ¿tienen segunda residencia? ¿Le gustaría disponer de diez mil gigas al precio que paga ahora? ¿No me diga que no conoce las islas griegas? ¿No tiene un seguro de su casa?” Sobre todo, mucha calma, no abra ni conteste, me lo agradecerá. De otra manera podría encontrarse en un desierto con toda su familia, en pelotas y sin un maldito euro. O tal vez limpiándole el culo al presidente de alguna compañía telefónica mientras juega al tenis con el director de su banco. No se trata de asustar a nadie, sino de ser precavido. ¿Verdad que no le gustaría encontrase en su recibidor con ochocientos volúmenes de los mejores limpiabotas de Harlem, acompañados de regalo con trescientos CD de lo más visto en Sálvame, y cien informes desclasificados acerca de los insectos homosexuales y su sentido del humor, amén de una litografía con los mejores palmeros de la historia?


No se lo tome a broma, aquí dirimimos un asunto casi de vida o muerte, porque no solamente le van a estorbar en el recibidor de su casa, sino que se habrá comprometido a pagar unos costos que ni en su quinta posterior generación lo habrán liquidado. Y todos ellos con el culo al aire y haciendo palmas.

En fin, ya ven ustedes lo que dan de si unos cuantos minutos de tala de uñas. Cruel y farragoso, de acuerdo, pero peor es el mal del miserere. Ya me he duchado y todo. Por cierto, mientras me masajeaba la cabeza con champú para pelo blanco, de ahí mi parecido con Richard Gere, me he acordado de que la semana pasada en Berlín, me debí tomar unos cinco litros de cerveza rubia y alimenticia. Toda la semana entre diez y doce grados bajo cero. Llegué a confundir mi mujer en la calle con otra señora a la que cogí del brazo. Me queda la punzante duda, y no me refiero a la asesina mirada de mi consorte, si tal distracción era consecuencia de la inhumana temperatura o de la rubia con espuma. En mi próximo corte de uñas intentaré analizar el enigma.