Serenamente,
pero sin dilación, hay que joderse. Hace al menos media hora que intento
rebanarme las uñas de los pies, cuesta reconocerlo pero la intrínseca verdad es
que te vas disecando sin solución de continuidad. Prueba de ello es que este
simple y modesto gesto de aplicarte la manicura en los pinreles se traduce, sin
casi apercibirte, en un magnífico ejercicio de contorsionismo por el que merecerías
ser aplaudido. Sin pasar por alto que mi predilección siempre han sido las uñas
muy cortas y, claro, la visión tampoco es la que era, con lo cual, más de un
mordisco cárnico siempre me llevo. Un desaguisado, vamos.
En el
transcurso de este intervalo de soledad ungular, meditaba el por qué siempre
abrimos los medicamentos por el lado opuesto, y qué fuerza invisible nos impide
volver a poner las pastillas en la cajita. Me aterra que alguien descienda de
mi coche y al tiempo que dice adiós, no cierre bien la puerta, o que peguen un
portazo que te ondulan las orejas, y con la manita me vayan diciendo adiós. Los
ejecutaría allí mismo. ¿Verdad que hay tratamientos para pacificar el dolor de
hemorroides o fulminar un puto grano de pus en el culo? Entonces porque
subsiste todavía gente con una halitosis caballar que, no conformes con emanar
bocanadas de aliento putrefacto a tu cara, te dejan la habitación como una
perrera. Maldigo el ambientador que cuelga de un enchufe. Jamás doy la mano a
nadie que provenga del baño, sé de historias que les dejarían aterrorizados y
sin sangre en las venas. Hoy estamos asediados, casi sodomizados con las ventas
por internet, teléfono, o el timbre de casa. ¡Alerta! Tomen medidas, no se
confíen, el monstruo no retrocede, se disfraza de vendedor de biblias o elixires.
Cierren puertas, ventanas, el retrete, sellen el hogar de fuego si lo tienen y
amordacen a su suegra para que no grite. Si les llega esta melodía, quédense
inmóviles, “¿le gusta leer? ¿tienen
segunda residencia? ¿Le gustaría disponer de diez mil gigas al precio que paga
ahora? ¿No me diga que no conoce las islas griegas? ¿No tiene un seguro de su
casa?” Sobre todo, mucha calma, no abra ni conteste, me lo agradecerá. De
otra manera podría encontrarse en un desierto con toda su familia, en pelotas y
sin un maldito euro. O tal vez limpiándole el culo al presidente de alguna
compañía telefónica mientras juega al tenis con el director de su banco. No se
trata de asustar a nadie, sino de ser precavido. ¿Verdad que no le gustaría
encontrase en su recibidor con ochocientos volúmenes de los mejores limpiabotas
de Harlem, acompañados de regalo con trescientos CD de lo más visto en Sálvame,
y cien informes desclasificados acerca de los insectos homosexuales y su
sentido del humor, amén de una litografía con los mejores palmeros de la
historia?
No se
lo tome a broma, aquí dirimimos un asunto casi de vida o muerte, porque no
solamente le van a estorbar en el recibidor de su casa, sino que se habrá
comprometido a pagar unos costos que ni en su quinta posterior generación lo
habrán liquidado. Y todos ellos con el culo al aire y haciendo palmas.
En fin,
ya ven ustedes lo que dan de si unos cuantos minutos de tala de uñas. Cruel y
farragoso, de acuerdo, pero peor es el mal del miserere. Ya me he duchado y
todo. Por cierto, mientras me masajeaba la cabeza con champú para pelo blanco,
de ahí mi parecido con Richard Gere, me he acordado de que la semana pasada en
Berlín, me debí tomar unos cinco litros de cerveza rubia y alimenticia. Toda la
semana entre diez y doce grados bajo cero. Llegué a confundir mi mujer en la
calle con otra señora a la que cogí del brazo. Me queda la punzante duda, y no
me refiero a la asesina mirada de mi consorte, si tal distracción era
consecuencia de la inhumana temperatura o de la rubia con espuma. En mi próximo
corte de uñas intentaré analizar el enigma.
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