divendres, 16 de març del 2018

LA SAGA DE LA FELI



Feli es una mujer joven de aristocráticos antepasados, de la zona alta de Barcelona. Sus bisabuelos fueron una familia muy adinerada que, en su  tiempo, formaban parte de la aristocracia más elitista, excluyente y rancia de la ciudad. Eran propietarios de una empresa dedicada a la importación, preferentemente de Cuba y algún otro país antillano. Se les consideraba unos expertos en temas navieros, teniendo la mano rota en el noble arte de burlar impuestos y demostrar una especial y reconocida habilidad en ser prestigiados lameculos de todos aquellos que ostentaban el poder, o el poder de decisión. Actitud que suele ser generosa y muy provechosa para los solicitantes y los consentidores. Hoy es igual, pero en vez de hombres de empuje y creadores de riqueza, algo deshilachada, hoy, decíamos, lo conforman unos cuantos políticos, pseudo políticos y sinvergüenzas esquiladores de nucas. Las fiestas de alta sociedad que los bisabuelos de Feli celebraban en su mansión crearon un estilo, un nuevo modo de reunirse lo mejor y más granado de los grandes apellidos locales. Cabe decir que casi todos estos distinguidos y lujosos eventos, terminaban con unas peas que crearon época destilada, y que a la mañana siguiente el personal de servicio debía proceder a una cuidadosa inspección de los jardines y zonas modernistas de recreo. No en vano el día se despertaba repleto de bragas, bragueros, corsés o calzoncillos en los lugares más inverosímiles e inconvenientes. Razón por la que el señor Amadeu y doña Ramona, los bisabuelos, ignoraban con toda rotundidad cualquier asunto ajeno a los salones engalanados, los tapices de terciopelo rojizos, la amabilidad de los caballeros y la gentileza de las damas, escotadas más allá del más allá. Sin obviar los espléndidas vistas sobre la ciudad.


Así como el Sr. Amadeu no se desprendía del sombrero de copa ni para dormir, Jordi, su único hijo, y abuelo de Feli, se cubría con un sencillo canotier, no tenía la voluptuosidad ni presencia del de copa, pero también imprimía un sello de solvencia y credibilidad a según quien lo llevaba. Naturalmente todos encargados a Chonoir, de Paris. De hecho, no solo significaba metafóricamente descender un peldaño en la escala de la elegancia y distinción, sino que llevaba aparejado, como el que lleva un pendiente o una verruga en el culo, una disminución sostenida y alarmante de los ingresos de la familia. Ya lo pronosticaba Amadeu en el crepúsculo de su periplo vital "No quisiera ser testigo en vida de la ruina familiar", y así fue, no lo vio. La providencia lo escuchó. Ya no se hacía importación ni estraperlo, las fincas de Lleida y los arrozales del Ebro estaban baldíos, y de la fortuna heredada Jordi decía que se consumía como los fuegos de San Juan. Si Bien yo creo que más que hogueras del solsticio se trataba del incendio de Babilonia. El caso es que, finalmente, los negocios, las propiedades, la mansión de St. Gervasi, los sombreros de fieltro y paja, las apoteósicas y fastuosas celebraciones, el Ford con incrustaciones y marquetería, las entretenidas vestidas de señora, los bastones con cabeza de marfil, el refinamiento, la distinción, la misa diaria y las buenas maneras, todo, absolutamente todo, se fue a hacer puñetas. Tanto es así que haremos un puente generacional, dado que los siguientes en la saga ya fueron dos figurantes de cartón piedra, Joan y Dolors, si bien hay que destacar que por primera vez en muchísimos años fueron los primeros en doblar el espinazo, encargándose de inaugurar el feísimo estigma de tener que trabajar. Joan de secador de  tinteros en un banco madrileño y la Dolors haciendo zurcidos por encargo, ¡qué manos!, y de ama resignada de casa. Dolors era la descendiente directa de la riquísima familia arruinada.

Feli, hija única, tiene un carácter abierto y alegre. Cuando alguien le pregunta siempre contesta que Feli es un diminutivo de Felicity, nombre inglés de lejanas cunas. Y se llama Felipa por órdenes concretas del bisabuelo. Reservada para su intimidad y amiga de todos. No le cuesta adentrarse en los ambientes nuevos o desconocidos. Sí que exhibe un talante un poco altivo, busca las respuestas con un desliz de exclusividad, y la gente sin modales o incorrectas la sacan de quicio. Su madre dice que se parece mucho al abuelo Jordi, un hombre inquieto y movedizo, sin demasiados miramientos y directo. En el mercado de Sarriá siempre se comentaba que el "Señor" frecuentaba los ambientes de luz de sangre roja y sábanas remendadas, como un collage pero cutre. Ya se sabe, a la gente le gusta hablar y, a ser posible, voltear y descascarar hasta poner el dedo en la llaga. Feli trabaja de maestra de francés en un colegio privado, de la Bonanova, naturalmente. También ella es de la zona alta, vive en un pequeño y sobado apartamento cerca de las Escuelas Pías. Ronda la cuarentena y no ha encontrado todavía caballero para subir a su grupa. Conoce el valor del dinero y lo que cuesta vivir la vida. A pesar de que tiene un sueldo para vivir medio dignamente, siempre se muestra inconformista, siempre quiere más. En eso se parece al abuelo, siempre quería más, pero cada vez tenía menos. De hecho, ya hace unos años que decidió hacer algo extra que le reportara un poco más de ganancias, siempre fuera de las horas de trabajo en la escuela y preferentemente de noche y, a ser posible, el fin de semana. No podría describir con precisión cuál es este trabajo tan liberal de horarios y por el que demuestra un gran interés. La llaman por teléfono y le hacen encargos de asistencia a domicilio. Siempre les dice, máximo cinco personas. Al parecer una vez en el domicilio convenido, se le suministra una habitación para que se cambie de ropa, ni más ni menos que en pelota picada. Los comensales, que ya han cenado, están esparcidos por toda la sala en sofás o sillones, vestidos de noche, en bolas. Todas las luces apagadas, y resulta que Feli entra a gatas y hace de gallinita ciega, ¡qué gracia! Comienza  a hacer recorridos recurrentes y ahora toca el arpa, ahora se aferra al clarinete. No sé de qué se trata pero sin duda debe ser divertido. Y el caso es que le pagan por un par de horas, mil euros. ¡Jesús! Nunca he entendido que para hacer buena música apaguen las luces.

Bien, nada más que añadir. Ya veis que de más poderosos han caído. Grandes familias que con los años se han convertido en repartidores de gaseosas o lamedores de sellos, y otros que provenían de las legañas y las alpargatas sin cordones que, con esfuerzo y maledicencias, se han convertido en malhechores de bolsillo lleno, sea por desaguisados de carácter político, por una mueca  de la sonrisa de la fortuna o porque se han dejado los testículos trabajando. Sin menospreciar los comisionistas de larga mano.