dimecres, 10 de gener del 2018

PALABRAS HERIDAS AL ATARDECER.

¿Cómo te hiciste esa herida?

Me atropelló un coche en una esquina.

Pues a simple vista no parece que hayas acudido a ningún hospital, veremos que se pueda hacer. ¿Tienes hambre?
En el fuego del hogar los troncos crepitaban y escupían diminutas chispas. Ya se amontonaba un buen rescoldo de brasas que parpadeaban su rojizo fuego. En el exterior los árboles mantenían una cruel batalla con las ráfagas de viento que barrían todo cuanto encontraban a su paso, el frío era insoportable y los pequeños cristales a modo de ventanitas habían perdido la transparencia.

¿Cuántos años tienes?

Voy a cumplir quince, ya soy muy mayor, me siento viejo y cansado. Me quedé huérfano a los diez años y desde entonces ando perdido, sobreviviendo como puedo o como me dejan.

¿No tienes familia?

No, ya no, todos fueron muriendo, mi madre la última. Vivíamos en una granja, a unos doce kms de la ciudad. Mi padre siempre fue muy retraído, tímido se podría decir, los tiempos eran malos y había mucha escasez. Fue mi madre, que era mucho más osada, la que intercedió por todos y a fuerza de insistir al final nos acogieron en aquella granja, eran buena gente. Ahí nacieron mis dos hermanos, pero en un desgraciado incendio en el pajar, perecieron los dos. Quedaron acorralados y nada pudo hacerse por ellos, eran gemelos y tendrían unos cinco años. Mi padre no lo superó y mal vivió un par de años más. Tres años más tarde fue mi madre la que me dejó solo en este mundo. Y como te dije antes, me vi en la calle con diez años. Acostumbrado a la vida en familia y rodeado de naturaleza por todas partes, jugando, corriendo, ayudando en las labores de casa, de pronto me encontré en medio de la jungla. De la jungla urbana quiero decir. He deambulado sin parar durante años, he hecho de todo y he comido las porquerías más nocivas y humillantes que nadie puede imaginar. Pocos, muy pocos han sido los que me han echado una mano, ayudado o alimentado. El género humano tiene golpes escondidos que dañan mucho, hay mucha maldad. Cuanto más miserable te ven, más golpes te dan. Claro que hay buena gente, mucha, pero resulta insignificante en la vida de uno.


Le lavé y desinfecté la herida y apenas hizo ninguna queja. Me miraba, pero se le cerraban los ojos. No había duda, estaba exhausto, rendido. Le vendé la pierna y dejé que descansara un rato mientras preparaba algo para la cena. Llevaba un vistoso colgante en el cuello, una chapa plateada con una T resaltada y en la mejilla derecha se adivinaba el trazo de alguna antigua cicatriz. Las cejas muy pronunciadas y las uñas desgastadas y sucias, como de barro. Pensé que, aun teniendo las mismas oportunidades, o casi todas, en este mundo los hay que nacen cenizos, marcados, la vida se les pone de espaldas y las penurias y dificultades se adosan a ellos como la hoja a la rama, como el barro a la piedra.
Después de cenar le preparé un lecho donde pasar la noche, poca cosa, aquello no era más que un refugio de montaña, una antigua casa de labrador medio arreglada. Se había rehecho un poco y tenía ganas de hablar, se notaba en la viveza de sus ojos.

Antes te he mentido, te he dicho que mi padre murió de pena por la muerte de mis hermanos, y no es cierto. Me ha dado vergüenza decirte la verdad. A mi padre lo emboscaron entre tres o cuatro malnacidos que lo torturaron y finalmente lo mataron de una patada en el vientre. Ni la policía los encontró ni nadie nos dijo nada nunca más.

¡Dios mío! Pero como es posible llegar a ser tan hijo de puta. Que cosa más horrible. Lo siento mucho.

Ya te he dicho antes que hay mucha gente buena, pero son más los que no tienen corazón ni entrañas. Si no te importa me voy a dormir.

Pues claro, ahí lo tienes. Por cierto, no me has dicho tu nombre.

Toby, siempre me han llamado Toby.

Y se ha dormido. ¡santo cielo! En que mundo vivimos que ¡ya ni perro se puede ser!