Supongamos
que usted está frente a un aparador de ropa para caballero, expuesto todo el
arsenal de prendas con sumo gusto y tintes navideños y, de pronto, sus ojos se
detienen ante un jersey de lana Shetland
de vivos colores y diseño propio de la marca. Y automáticamente se dice para
sus adentros ¡coño que guapo es! Podría fardar con él, marcarme un tanto y, de
pasada, disimular la estúpida barriga que no cesa de darme por el saco. Ya se
lo imagina, ya se ve dentro de ese pedazo de tejido mullido, cálido y esponjoso
al tacto, un diez, vamos. ¿Te lo has comprado en el corte inglés? ¡En el corte
queee! Por favor, muchacho. Entonces le pego la mordida original y lo fulmino.
La dependienta le suelta “Oh good, sir” con ese encanto y aplomo del Imperio
Británico, mientras usted se examina ante el gran espejo, el gran delator de
nuestras carencias y dedo acusador de los paupérrimos michelines. Caguentodo
que barrigón, la madre que lo parió. Pero, que coño, a ver quien puede más,
señorita, cuanto cuesta. ¡Santo cielo! Ciento cuarenta libras, que traducido a
palabras entendedoras rondará los ciento cincuenta y siete euros, lo que vienen
a ser veintiséis mil ciento veintitrés pelas. Ostia macho, vaya ostia, valga la
redundancia. Me lo pondré el día del regreso a casa, más que nada por aquello
de deslumbrar un poco. Aunque bien pensado como coño voy a deslumbrar con esta
facha, con este bodegón entre pecho y bajuras. Pero si lo trincho en la maleta
se va a arrugar o desmejorar sus nítidas trazas. ¿Y si me lo cuelgo a la
espalda a lo Paul Newman? Pero vamos a ver, como coño lo cuelgo a la espalda si
hace un frío de tres pares de cojones y llevo pelliza, bragas al cuello, gorro
de lana a lo Brad Pitt y capucha. Mejor me lo llevo en la bolsa y ya veremos,
eso sí, revisando la habitación a fondo antes de abandonarla. No sería el
primer hotel en donde me dejo…
Hay
situaciones en las que uno se siente como humillado, avergonzado, vigilado,
sospechoso, delincuente o malnacido. Para mí una de las más escabrosas es en el
momento de cruzar la zona aduanera o de
la policía de cualquier aeropuerto. Qué quieren que les diga, verme andando
descalzo, con los zapatos en la mano, el cinturón en una bandeja azul junto al
abrigo, el teléfono, la tarjeta de embarque, la cartera, el cargador del
teléfono, el gorro de NY, la cámara, no se cuantas cosas más y tres litros de
mala leche. Ese jersey fuera, a la cinta. ¡Cómo que fuera! En puta camiseta
Nike Just do It y los zapatos en la mano, presionando las rodillas para que no
se me bajen los pantalones. Venga ya hombre, pero esto que coño es. Pip pip,
vuelva a pasar por el arco, ¿lleva algo encima? Si, sí que llevo, llevo un saco de lágrimas, caguentodo. Ahora el
de la bandeja, que es negro, ¿lleva el portátil en la mochila? Pues…no, solo la
tableta. Pues sáquela de la mochila la pone en la bandeja con la mochila y la
vuelve a pasar por la cinta. La madre que me parió, perderé el vuelo. Bueno ya
está, pasó lo peor. Qué digo, ¿Cómo que ya está? pero si me quedan seis
escaleras mecánicas y medio km. de pasillos hasta la puerta de embarque. Hace
una hora que llevo el DNI atrapado en los dientes, no recuerdo donde guardé la
tarjeta de embarque, el cinturón lo he apretado demasiado y me siento constreñido,
la correa de la cámara la até al cinturón y a cada paso me va repicando los
gemelos. ¡Diós, como me gusta viajar volando!¡Coño y el jersey! A la mierda el
jersey.
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