dissabte, 18 de novembre del 2017

LAS PALABRAS DEL ALMA ROTA (Anónimo).

No lejos de aquí el camino se bifurca y toma dos direcciones, una al oeste y la otra hacia el Norte. Es como una parábola de la vida, una encrucijada que se planta ante ti y debes tomar una decisión sin más remedio. Blanco o negro, derecha o izquierda, húmedo o seco, salida o entrada. Acierto o error. Hubo un tiempo en qué, sin apenas pensarlo ni saberlo, optaba siempre por la ruta del éxito, el camino acertado. La suerte jugaba a mi favor. La gente me saludaba y daba muestras de compartir mis ilusiones incluso, para qué negarlo, con una dulce y socarrona pátina de envidia. ¿Te van bien las cosas? Me alegro por ti, te lo mereces. El sol brillaba como nunca lo había hecho y la brisa colisionaba con las ramas secas y las plateadas hojas, originando una preciosa melodía de cristal. Desaparecieron autopistas y sinuosas carreteras, tampoco se conocían las distancias, bastaba con tener un sueño y amanecer en aquel lugar tan deseado. Acercar los labios a los pétalos de una rosa era como besar cien mejillas, cien labios, amar como nunca nadie había amado. Las palabras todas, átonas y tenues como el leve descenso de un riachuelo en la noche de luna.



Un desdichado día equivoqué el camino y la cagué. Me adentré en el bosque siguiendo el pedregoso sendero, llovía, hacía frío, y el viento azotaba la maleza  creando figuras fantasmales. Sin apenas dar por cierto mi espanto, atemorizado contemplé bajo la luz de un rayo como el lobo feroz se acercaba a mí con su asqueroso rostro ensangrentado. No había duda, acababa de zamparse a la abuelita de la zorra Caperucita. Me mordió el culo, pero pude evadirme. Bañado en sudor por la pesadilla, me encontraba en medio de la autopista sorteando veloces coches que parecían correr a por mí. Desperté bañado en sudor, sin duda erré el camino, nadie me saludaba, nadie tenía una palabra para mi consuelo, las cosas te van mal, verdad? Jódete cabronazo, te lo mereces. El sol se equivocó de planeta y vivía en las tinieblas, los ríos se desbordaron y salvé el pellejo en lo alto de un campanario en donde el jorobado, el muy canalla, no cesaba de aporrear las malditas campanas. Acerqué mis labios a una rosa y la muy puta me cosió a pinchos. Aquellos añorados cien labios me incrustaron unos pavorosos cuernos que me hicieron huir a brincos. Mientras se relamía entre los brazos (y las piernas) de su amante, me mandó un repugnante WhatsApp, diciéndome “Te añoro mucho”. Hostia que mala suerte la mía, me equivoqué de camino, de puerta, de color, y yo qué sé, coño, pero ahí voy cubierto de mierda hasta el cuello! Y sin luna.