No
lejos de aquí el camino se bifurca y toma dos direcciones, una al oeste y la
otra hacia el Norte. Es como una parábola de la vida, una encrucijada que se
planta ante ti y debes tomar una decisión sin más remedio. Blanco o negro,
derecha o izquierda, húmedo o seco, salida o entrada. Acierto o error. Hubo un
tiempo en qué, sin apenas pensarlo ni saberlo, optaba siempre por la ruta del
éxito, el camino acertado. La suerte jugaba a mi favor. La gente me saludaba y
daba muestras de compartir mis ilusiones incluso, para qué negarlo, con una
dulce y socarrona pátina de envidia. ¿Te van bien las cosas? Me alegro por ti,
te lo mereces. El sol brillaba como nunca lo había hecho y la brisa colisionaba
con las ramas secas y las plateadas hojas, originando una preciosa melodía de
cristal. Desaparecieron autopistas y sinuosas carreteras, tampoco se conocían
las distancias, bastaba con tener un sueño y amanecer en aquel lugar tan
deseado. Acercar los labios a los pétalos de una rosa era como besar cien
mejillas, cien labios, amar como nunca nadie había amado. Las palabras todas,
átonas y tenues como el leve descenso de un riachuelo en la noche de luna.
Un
desdichado día equivoqué el camino y la cagué. Me adentré en el bosque
siguiendo el pedregoso sendero, llovía, hacía frío, y el viento azotaba la
maleza creando figuras fantasmales. Sin
apenas dar por cierto mi espanto, atemorizado contemplé bajo la luz de un rayo
como el lobo feroz se acercaba a mí con su asqueroso rostro ensangrentado. No
había duda, acababa de zamparse a la abuelita de la zorra Caperucita. Me mordió
el culo, pero pude evadirme. Bañado en sudor por la pesadilla, me encontraba en
medio de la autopista sorteando veloces coches que parecían correr a por mí. Desperté
bañado en sudor, sin duda erré el camino, nadie me saludaba, nadie tenía una
palabra para mi consuelo, las cosas te van mal, verdad? Jódete cabronazo, te lo
mereces. El sol se equivocó de planeta y vivía en las tinieblas, los ríos se
desbordaron y salvé el pellejo en lo alto de un campanario en donde el
jorobado, el muy canalla, no cesaba de aporrear las malditas campanas. Acerqué
mis labios a una rosa y la muy puta me cosió a pinchos. Aquellos añorados cien
labios me incrustaron unos pavorosos cuernos que me hicieron huir a brincos.
Mientras se relamía entre los brazos (y las piernas) de su amante, me mandó un
repugnante WhatsApp, diciéndome “Te añoro mucho”. Hostia que mala suerte la
mía, me equivoqué de camino, de puerta, de color, y yo qué sé, coño, pero ahí
voy cubierto de mierda hasta el cuello! Y sin luna.
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