dimarts, 28 de novembre del 2017

SHETLAND

Supongamos que usted está frente a un aparador de ropa para caballero, expuesto todo el arsenal de prendas con sumo gusto y tintes navideños y, de pronto, sus ojos se detienen ante un jersey de lana Shetland de vivos colores y diseño propio de la marca. Y automáticamente se dice para sus adentros ¡coño que guapo es! Podría fardar con él, marcarme un tanto y, de pasada, disimular la estúpida barriga que no cesa de darme por el saco. Ya se lo imagina, ya se ve dentro de ese pedazo de tejido mullido, cálido y esponjoso al tacto, un diez, vamos. ¿Te lo has comprado en el corte inglés? ¡En el corte queee! Por favor, muchacho. Entonces le pego la mordida original y lo fulmino. La dependienta le suelta “Oh good, sir” con ese encanto y aplomo del Imperio Británico, mientras usted se examina ante el gran espejo, el gran delator de nuestras carencias y dedo acusador de los paupérrimos michelines. Caguentodo que barrigón, la madre que lo parió. Pero, que coño, a ver quien puede más, señorita, cuanto cuesta. ¡Santo cielo! Ciento cuarenta libras, que traducido a palabras entendedoras rondará los ciento cincuenta y siete euros, lo que vienen a ser veintiséis mil ciento veintitrés pelas. Ostia macho, vaya ostia, valga la redundancia. Me lo pondré el día del regreso a casa, más que nada por aquello de deslumbrar un poco. Aunque bien pensado como coño voy a deslumbrar con esta facha, con este bodegón entre pecho y bajuras. Pero si lo trincho en la maleta se va a arrugar o desmejorar sus nítidas trazas. ¿Y si me lo cuelgo a la espalda a lo Paul Newman? Pero vamos a ver, como coño lo cuelgo a la espalda si hace un frío de tres pares de cojones y llevo pelliza, bragas al cuello, gorro de lana a lo Brad Pitt y capucha. Mejor me lo llevo en la bolsa y ya veremos, eso sí, revisando la habitación a fondo antes de abandonarla. No sería el primer hotel en donde me dejo…



Hay situaciones en las que uno se siente como humillado, avergonzado, vigilado, sospechoso, delincuente o malnacido. Para mí una de las más escabrosas es en el momento de cruzar la zona aduanera o de la policía de cualquier aeropuerto. Qué quieren que les diga, verme andando descalzo, con los zapatos en la mano, el cinturón en una bandeja azul junto al abrigo, el teléfono, la tarjeta de embarque, la cartera, el cargador del teléfono, el gorro de NY, la cámara, no se cuantas cosas más y tres litros de mala leche. Ese jersey fuera, a la cinta. ¡Cómo que fuera! En puta camiseta Nike Just do It y los zapatos en la mano, presionando las rodillas para que no se me bajen los pantalones. Venga ya hombre, pero esto que coño es. Pip pip, vuelva a pasar por el arco, ¿lleva algo encima? Si, sí que llevo, llevo un saco de lágrimas, caguentodo. Ahora el de la bandeja, que es negro, ¿lleva el portátil en la mochila? Pues…no, solo la tableta. Pues sáquela de la mochila la pone en la bandeja con la mochila y la vuelve a pasar por la cinta. La madre que me parió, perderé el vuelo. Bueno ya está, pasó lo peor. Qué digo, ¿Cómo que ya está? pero si me quedan seis escaleras mecánicas y medio km. de pasillos hasta la puerta de embarque. Hace una hora que llevo el DNI atrapado en los dientes, no recuerdo donde guardé la tarjeta de embarque, el cinturón lo he apretado demasiado y me siento constreñido, la correa de la cámara la até al cinturón y a cada paso me va repicando los gemelos. ¡Diós, como me gusta viajar volando!¡Coño y el jersey! A la mierda el jersey. 

dissabte, 18 de novembre del 2017

LAS PALABRAS DEL ALMA ROTA (Anónimo).

No lejos de aquí el camino se bifurca y toma dos direcciones, una al oeste y la otra hacia el Norte. Es como una parábola de la vida, una encrucijada que se planta ante ti y debes tomar una decisión sin más remedio. Blanco o negro, derecha o izquierda, húmedo o seco, salida o entrada. Acierto o error. Hubo un tiempo en qué, sin apenas pensarlo ni saberlo, optaba siempre por la ruta del éxito, el camino acertado. La suerte jugaba a mi favor. La gente me saludaba y daba muestras de compartir mis ilusiones incluso, para qué negarlo, con una dulce y socarrona pátina de envidia. ¿Te van bien las cosas? Me alegro por ti, te lo mereces. El sol brillaba como nunca lo había hecho y la brisa colisionaba con las ramas secas y las plateadas hojas, originando una preciosa melodía de cristal. Desaparecieron autopistas y sinuosas carreteras, tampoco se conocían las distancias, bastaba con tener un sueño y amanecer en aquel lugar tan deseado. Acercar los labios a los pétalos de una rosa era como besar cien mejillas, cien labios, amar como nunca nadie había amado. Las palabras todas, átonas y tenues como el leve descenso de un riachuelo en la noche de luna.



Un desdichado día equivoqué el camino y la cagué. Me adentré en el bosque siguiendo el pedregoso sendero, llovía, hacía frío, y el viento azotaba la maleza  creando figuras fantasmales. Sin apenas dar por cierto mi espanto, atemorizado contemplé bajo la luz de un rayo como el lobo feroz se acercaba a mí con su asqueroso rostro ensangrentado. No había duda, acababa de zamparse a la abuelita de la zorra Caperucita. Me mordió el culo, pero pude evadirme. Bañado en sudor por la pesadilla, me encontraba en medio de la autopista sorteando veloces coches que parecían correr a por mí. Desperté bañado en sudor, sin duda erré el camino, nadie me saludaba, nadie tenía una palabra para mi consuelo, las cosas te van mal, verdad? Jódete cabronazo, te lo mereces. El sol se equivocó de planeta y vivía en las tinieblas, los ríos se desbordaron y salvé el pellejo en lo alto de un campanario en donde el jorobado, el muy canalla, no cesaba de aporrear las malditas campanas. Acerqué mis labios a una rosa y la muy puta me cosió a pinchos. Aquellos añorados cien labios me incrustaron unos pavorosos cuernos que me hicieron huir a brincos. Mientras se relamía entre los brazos (y las piernas) de su amante, me mandó un repugnante WhatsApp, diciéndome “Te añoro mucho”. Hostia que mala suerte la mía, me equivoqué de camino, de puerta, de color, y yo qué sé, coño, pero ahí voy cubierto de mierda hasta el cuello! Y sin luna.