Pedazo
V
La
saga familiar
Como
no puede ser de otro modo, cortaremos el melón por la banda de la Sra.
Herminia. Vio la luz en su pueblo, Rocanúa, 1961, de manera que soporta 56 años
en sus enlomadas espaldas. De bien joven ya destacó por una incipiente mala
leche, no olvidada por sus compañeros de clase. Su madre, Herminia, era la
cocinera, y muy celebrada en la comarca. El padre, Josep Petranques, Josepet,
además de su pasión por la poesía, tenía una especie de diligencia con motor y
ruedas que usaba para ir a recibir y transportar los clientes que llegaban por
ferrocarril hasta la fonda. Al concluir la estancia hacía el recorrido inverso.
Era un automóvil abierto sin puertas ni ventanas, y bajo el trasero del
conductor se apilaban las mantas malolientes y deshilachadas que se
proporcionaban a los señores viajeros. Los forasteros, diríamos. Como anécdota
cabe decir que además de estas ocupaciones dormía todo el día. La Sra.
Herminia, la actual, es justo reconocerle que era una mujer muy guapa, muy
bonita, guapetona para entendernos. Tenía un cuerpo bien torneado, las piernas perfiladas
y un par de tetas que eran la admiración de todos los moscones y boinas de la
comarca. A los diecisiete años ya empezó a tensar las riendas del negocio
simultaneando el hecho de que la abuela Herminia ya perdía aceite. Del padre no
había que esperar nada porque seguía durmiendo como siempre hasta un buen día
en que ya no le apeteció despertarse. En estos años la Sra. Herminia ha
endurecido el carácter, se ha creado una rutina intocable y, desgraciadamente,
su cuerpo se ha transformado. Para más inri ha sufrido un pequeño colapso
facial que le ocasiona un tic que le hace cerrar el ojo izquierdo y al mismo
tiempo los labios se le hinchan un poco dejando ver los dientes. Mucho más
acusado cuando se enfada o discute. Es muy desagradable porque hay veces que al
producirse este episodio facial se le observa algún residuo alimentario en
algún diente o, incluso, el resto de un palillo insertado en algún rinconcito
bucal. Y al mismo tiempo emite un ruido como de inspiración salivera. Un asco,
vaya.
Se le nota mucho, pobrecita, porque cuando se pinta aquel trozo de morro,
y tiene un susto o se enfada, se le empiezan a hinchar los labios y, antes del
chupetón salivero, le adquieren una maldita forma de herradura. La madre que la
parió, ¡qué trueno de mujer! Por desgracia se ha engordado más de lo que fuera
de desear. Yo creo qué si un día le estallase la faja de forma sobrevenida, arrearía
un latigazo que Dios nos guarde de que alcanzara alguien. Aquellas hermosas y
redondeadas tetas han mutado por dos ollas a presión y dos pezones como dos
brocas del ocho. Agresivos diría yo. El personal le guarda un respeto cáustico
y sarcástico que me parece esconder un temor palpitante. No grita nunca,
excepto a su marido, y cuando entra en la cocina fulminando aquellas miradas
como cuchilladas y rebobinando los ruidos salivares mientras cierra el ojo, las
mujeres baten los huevos y cortan la morcilla como perseguidas por el demonio.
Fue aquí precisamente, en la cocina, cuando se le ocurrió de que quería un
montacargas para subirle el desayuno cada día a la cama, su habitación se
encuentra justo encima de la cocina. Cuando le remitieron el presupuesto cerró
el ojo y dijo que con un agujero en el techo y una polea con dos bandejas ya
era suficiente. Para no desentonar arriba, cuando ya ha desayunado pone el
orinal encima del orificio. Y el personal desde abajo lo mira como diciendo,
mira, la mierda de Herminia. Después de comer sube a su estancia, pero en
realidad se va a la salita secreta donde mira la Belén Esteban y otros
programas de corte cultural y enriquecedor. La salita se usa también para
conversaciones con proveedores relevantes o visitas familiares. Dicen las
chicas, las criadas, que todo lo saben, que en cierta ocasión subió el Sr.,
Llorens, proveedor de carnes, hombre muy sensato y reconocido. Estaban sentados
frente a frente y el Sr. Llorens le decía: Mira Herminia hace muchos años que
nos conocemos y mutuamente nos hemos favorecido con nuestros negocios, ya sabes
que para mí eres la mejor cliente y que te aprecio sobremanera. Si por mí fuera
... Por temor a ser vistas y los nervios, las chicas iban y venían ... El Sr.
Llorens se había levantado de espaldas a la puerta, tapando a la señora. Estaba
él con el torso un poco inclinado y con las manos aferradas a las ollas a
presión de la propietaria, dicen las chicas que se oía un ruidito que no era
exactamente el del tic de la señora, digamos, como si sorbiera el porrón, beber
de canto, chorrito de refilón. Pero
claro, como no se le veía la cabeza no llegaron a saber que le podía pasar a la
señora. En fin, ya se ha sabe, la gente joven ve pelo por todas partes. Rosendo
Tió, Rosendu, pudiendo haber elegido el mejor mozo del Valle, fue el elegido
para compartir su vida. Feo, vago, bebedor, con una alopecia cabalgante y una
halitosis que tumba un muerto. No ha funcionado nunca, para ella viene a ser
como el perro sin oreja ni ojo. Dicen que intentaron hacer el amor la víspera
de la boda por aquello de entrenarse, dicen. Y otra vez tres años más tarde
para engendrar a su hijita. Y no lo consiguieron. Lo que nos hace deducir que
la señora hace al menos unos treinta años que no ha remachado ningún clavo.
Pobre, los mejores años de su vida. Cuando Herminia no se encuentra suficientemente
católica, les dice a las chicas, ¡que vengan los del asaguru! lo que significa que
ya hace años que no viene el Dr. Ulldemolins, que la visitaba frecuentemente y
con notoria diligencia en la salita secreta.
Continuará.
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