Pedazo VIII
LOS VERANEANTES DE TODA LA VIDA (1ª parte)
Como todas las fondas, en Ca l’Herminia tenían
una clientela muy fidelizada, hasta el punto de que algunas familias ya eran la
tercera generación en pasar el verano allí. Cierto que en los últimos veinte
años la clientela ha envejecido mucho y tampoco se ha ido renovando como pasaba
en años anteriores. En ocasiones el comedor parecía la antesala del más allá.
Por no mencionar los avances de todo tipo, las ofertas de hoy y el talante de
la gente que es muy diferente. Ahora viene gente joven que al día siguiente han
de hacer una travesía de montañas, y se limitan a cenar y dormir. Sí que hay
veraneantes, pero menos. Y grupos, muchos grupos de chicos y chicas que cenan y
beben como condenados a muerte y luego salen al jardín a tocar la guitarra y
cantar, y esto a Caguendiós no le gusta nada. O poner de vuelta y media la
fonda y al recepcionista perrazo con la raya sobre la oreja. Y claro, por si
fuera poco se mean por los cuatro puntos cardinales de lo que queda de la mierda de jardín.
Los veraneantes daban vida a la fonda y al
pueblo entero. La propietaria, de buena mañana ya llevaba impecablemente
pintada la morrera y ladeaba las ancas con soltura por en medio de las mesas ¿ya
le han servido la crema catalana estas chicas? Durante estos dos meses el Niño
iba como loco arriba y abajo, cada día al menos una avería de mayor o menor
importancia, Caguendiós! Destornillador, alicates, roscas del cuatro y alambre,
arriba y abajo! Si no me compráis guantes no saco la mierda, eh! Eso sí, por la
noche premio, lametazo y chupetón! ¡Glups! Y eso se notaba, se nota. El día que
Herminia ha mojado por la noche, va más arregladita, bien pintada, bien
peinada, a veces con delantal azul cielo y unas puntillas blancas que la hacen
un verdadero amor de mujer, se nota que es una recalentada satisfecha, incluso
las ollas a presión las lleva, como lo diría, más apretaditas, más en su sitio
y el canalillo ni que decirlo, comestible del todo. Bien que lo saben los que
antes llamaban viajantes, estos siempre saben de todo. Después de cenar echaban
unas partiditas de cartas y Herminia no se estaba de pasar a menudo, todo bien,
que falta algo? De lo que después ellos comentaban me abstengo, no estamos para
indecencias ni flatulencias. Este oficio casi ha desaparecido con internet y
las nuevas maneras de comunicarse. Y si circula alguno ya no es un viajante o
representante, no, han mejorado el estatus, ahora es un técnico / corporativo /
de aprovisionamiento, medalla al mérito de ventas que no les obsta para mirarse
igualmente el culo de Herminia. ¿Y el bueno de Rosendu? Pues holgazaneando,
como siempre. Sentado en el taburete de recepción hojeando los santos del
Lecturas. Se enfada como un mono cuando Herminia le escupe un grito ¡Rosendu!
Por favor! Levanta el culo y lleva una baraja de cartas y el tapete verde a los
Sres. Guilleumes! Familia de latón sin pulir que se han destacado desde siempre
por tocar los cojones cada dos por tres, con demandas ilógicas, alabanzas fuera
de contexto o ficticios refinamientos del pixapins
no viajado. No tengo la menor duda de que todo se debe al detallista
comportamiento de Herminia, porque cuando terminan su estancia hacia finales de
agosto, en el momento de la partida, les endosa un jamón dentro del maletero
del coche. Jamón que ni el Dr. Ulldemolins sería capaz de recomendar a Amelia,
maloliente y seco, el gozo de Teruel ¡toma ya! Solían pasar todo el agosto.
Por cierto, hablando de los Guilleumes, me
viene a la memoria aquella famosa cena de fin de año del 97 en que por un
desgraciado incidente doméstico, podríamos decir, el reloj de pesas dejó de
funcionar, muerto, sin dar la hora, tumbado en el suelo como un ataúd
cualquiera. Bailaban la conga alrededor de las mesas unas veinte personas, la
última el Sr. Guilleumes, y ya se sabe que el último es el que se zarandea más,
de un lado al otro. Resulta que con un latigazo de la conga, Guilleumes salió
disparado yendo a dar de frente contra el reloj, donde dejó incrustada una buena porción de su
epidermis facial. Tendido en el suelo como una lubina al horno, las señoras
chillando, los señores intentando escenificar preocupación, y la dueña de la
fonda llamando a Rosendu y el Niño a gritos. El Niño juntó tres tablas y de un manotazo
barrió uvas, turrones y barquillos a la mierda. Lo tendieron allí y el Dr.
Ulldemolins se hizo con la situación
bajo un silencio impuesto y ciertamente sepulcral. Las chicas de servicio
enmudecieron el tocadiscos. Aunque el accidentado hiciera una cara de susto que
daba miedo, no fue inconveniente para que el doctor lo sometiera a un riguroso
examen de constantes vitales. Afortunadamente, al cabo de un rato se
reincorporó y con el rostro sonriente se dirigió a los componentes de la conga
y clientes en general para notificarles: el año nuevo nos trae una buena nueva,
este señor se ha hecho una pequeña herida en la frente, motivada por el impacto
de su cuerpo contra la madera del reloj. Penosa consecuencia de la melopea que
lleva, que no es poca, y que yo diagnostico como desvanecimiento agudo de ignorada
procedencia. Cama, larga sueño, y apósitos de agua caliente en la cabeza hasta
mañana por la tarde. Naturalmente del diagnóstico del Dr. Ulldemolins no hizo
caso nadie, más que nada porque la merluza que calzaba el doctor era de
cátedra, y el resto de comensales, aparte de exhibir cara de cadáveres todos,
ya ni se aguantaban los pedos. Feliz año nuevo a todos! Amelia estalló con
aplausos y las chicas se arrancaron con el carro de Manolo Escobar, qué se lo
habian robado. Rosendu y Niño! Subid al Sr. Guilleumes a su habitación y vigilad
que va meado hasta los calcetines. Caguendiós! Recoged la colcha! Pero si la
colcha es un trapo deshilachado y tiñoso, Caguendiós, la madre que la parió,
morros de coño, decía el bueno de Rosendu, para sus adentros.
Continuará.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada