Pedazo
IV
LA
FONDA POR DENTRO
Las
reformas del 87 vinieron a ser un punto de inflexión, ni más ni menos, en la
vida de la fonda, en todos los aspectos. En la planta baja se encuentra la
recepción, un poco asilvestrada y sin seguir ninguna pauta o línea decorativa de
ningún estilo. En la pared de detrás del mostrador, de manera desafiante,
cuelgan dos cuernos grandes como un rayo. Imposible que pertenezcan a la fauna
del lugar, más bien me inclinaría por alguna bestia de Mongolia o países
adyacentes. No es menos cierto que las maledicencias del pueblo les atribuyen
propiedades alegóricas. Antes, en un extremo del asqueroso mostrador de madera
pegajosa, tenían aquel hermoso timbre de los hoteles, abrías la mano y apretabas
el botoncito ring-ring-ring. Lógicamente cada vez que pasaba un niño por allí
ring-ring, y los domingos talmente parecía un festival de timbres pirenaico. El
hecho causó el enojo del ama hasta el punto de ordenar al Niño que pegara una
chincheta del revés en la punta del timbre. Aconsejada por buenos clientes se
llevó el timbre a su cuarto para que no le endiñasen de nuevo un palo los de Hasienda, que no tenían nada que ver.
Junto al voluminoso libro de reservas, gentileza de Codorniu, tenían un
calendario reproduciendo una belleza morena con una guitarra en las manos, Julio
Romero de Torres, del año 1979. Entrando a la izquierda hay yace un enorme
perro inmóvil, como abstraído, y no se mueve, nunca ladra, y no se mueve porque
es de yeso pintado, le falta una oreja y sólo tiene un ojo. Ahora hace un año
que están pensando en cambiar la alfombra de recepción, es de rafia y muestra
más agujeros que alfombra, deshilachada, representando un serio peligro para
las personas mayores, los de mediana edad y los niños. A la derecha tenemos la
puerta de los lavabos y retretes. En el de las señoras pasa los años un
destartalado armario donde van depositando los periódicos leídos y los Lecturas de la Sra. Herminia. Aún hay
ejemplares de la República. No sé si es prudente señalar que toda esta zona se
halla infectada por un hedor que depende del país podría llegar a ser motivo de
encarcelamiento. Ay Señor, qué disgusto con las dichosas cloacas dicen a los
fondistas. Yo creo que entre los años que lleva esta peste señoreando la zona y
lo enemigos que son todos del jabón, si lo arreglaran se encontrarían como
solos, abandonados. Añorados, tal vez.
El
comedor es el alma mater de un establecimiento de estas características. Tiene
un aforo de unas 60 personas que, en la época vacas gordas, se acostumbra a
llenar. No tienes la sensación de un restaurante parisino, coqueto e íntimo,
pero si se hubieran empleado un poco, seguro que el resultado hubiera sido más gratificante.
Uniformidad en el conjunto sí la hay; No hay ni una sola cortina que no esté
agujereada, los cubiertos son rigurosamente desiguales en todas las mesas, los
manteles tienen unos colores ofensivos a la vista y hará unos cinco inviernos
que la Niña les propuso con el fin de incrementar las ventas en invierno, de
convertir el comedor en una sala de reuniones para empresas; megafonía, proyectores,
pizarra, etc. La Herminia se fue a Barcelona con su marido y volvieron al
atardecer con un horroroso atril de plástico con pie, que hoy está tras la
puerta del comedor con una cesta de castañas carcomidas. Joder, las mesas están
dispuestas de lado y por filas. Como los pupitres de los niños en el cole. De
modo que todo el mundo mira al frente y todos los ojos se concentran de repente
con un osado reloj de pesas que se detuvo hacia el año del 87, por una
sinuosidad involuntaria durante el baile de la conga. Pero hoy, según como, se parece
a una caja de muertos puesta en pie con unas bolas dentro.
El
aire para acondicionar el comedor en verano, se proporciona mediante cuatro
ventiladores de techo como los que tenía Meryl Streep en Memorias de África. Si
bien las instrucciones de la señora son bastante precisas: los días pares el 1
y el 3, y los impares el 2 y el 4. Más que nada porque consumen y a la gente
mayor no les gusta. Por encima de todo este panorama en la planta baja, el
caserón levanta tres pisos. El primero lo conforman las cámaras de los
propietarios, el Niño, la hija de los propietarios, las dos criadas del verano
y la salita de la gerente Herminia, que es secreta. En el segundo y tercero
están las habitaciones de los hospedados, nueve puertas cada piso más dos al
fondo del pasillo en las que están los baños. Dieciocho habitaciones para
arreglar todos los días. Las habitaciones no son pequeñas, sencillas y
orientadas al norte. Todas disponen de un pequeño lavabo que, mayormente, se
usa como meatorio de hombres
improvisado. Aunque son un poco altos. En su día se plantearon hacer los baños
dentro de la habitación, como todos los hoteles, pero el coste se disparaba. El
inconveniente viene dado porque la clientela, mayoritariamente, es gente de
edad avanzada, y en el caso de los hombres ya pueden imaginarse que casi todos
ya tienen la próstata como la trompa de un elefante, circunstancia que obliga a
salir de la habitación frecuentemente durante la noche originando un revoltijo
de portazos y ruido de zapatillas. El ama siempre se ha negado a poner
orinales, que los vacíen ellos, dice, pero claro, el precio es ruido nocturno o
aseos infectados y habitaciones malolientes. Las criadas están hasta los
ovarios de tanto abuelo y tanta mierda y, por si fuera poco, no hay verano que
uno u otro no se cague en la cama, dando pie a una embadurnada general que
incluso los pomos de puerta quedan como materia reservada. Colcha y almohadas
incluidas. El cuarto de la Herminia, Sra. Herminia, es la más grande, no tiene
baño, pero sí orinal. Dos paredes están tapizadas con una especie de terciopelo
color sangre, como los antiguos prostíbulos parisinos, y las otras empapeladas
con motivos románticos cool azules,
con fuentes de agua y adonis desnudos con unos atributos de peso. La lámpara de
techo es una estilizada araña con ribetes cerámicos blancos que entrecruza los
brazos causando una buena impresión en el reparto del rayo lumínico, si bien
nunca jamás ha tenido bombillas. Dispone de una pequeña lámpara sobre la
mesilla de noche que es un joven sentado y con la bombilla entre las piernas
que se acciona con pera. Del joven cerámico se podría decir que es pariente del
maricón, ay, ¡perdón! Del afeminado de la fuente del jardín. Junto al cortinaje
que esconde el balcón, un amplio balcón, hay una jaula muy bonita y lustrosa
con el pie de metal y filigranas. Dentro hay un loro de vivos colores y el pico
amenazador. No da demasiado la lata porque también es de yeso como el perro de
recepción. O sea que no puede decir lo de Herminia puta, Herminia puta, tan
propio de los loros. Por indicación de la Sra. Hermínia, las chicas introducen
pipas dentro de la jaula, dice que dan vida. Ostras qué mujer, qué exigencias
más extrañas. Si tuviéramos que hacer una valoración de la estancia en su
conjunto, no podríamos por menos de asimilarla con un mausoleo, con una
espectacular y sensorial tumba de esbeltas figuras fantasmales. Aunque aquí de
mármol, tururú. Hay una puerta tapada con un cortinaje verde oscuro, qué
activando los mecanismos oportunos de apertura, da a una habitación contigua
que es la del Niño, donde duerme el Niño. Nunca nadie en la vida ha visto esa
puerta abierta, y la ama siempre dice que ni siquiera los bomberos la podrían
abrir, una roca, el paso cerrado a cal y canto. Más sellada que la tumba del
faraón. Del resto de estancias no hay que hacer una descripción detallada dada
la exagerada austeridad ornamental de las mismas. Bueno, la Niña guarda con
desazón encima de un estante una de aquellas latas que llamaban un cine NIC. Y
una simpática fotografía panorámica de la familia Monster al completo. ¿Efectos
vinculantes quizás? No, sólo una serie televisiva.
Continuará.