Muchas
generaciones en todo el mundo han crecido bajo la sombra y el desamparo de la
mítica niña qué fue burlada por un lobo, pagando con su vida sus desdichados
paseos por el bosque. El amor por su abuelita, residente en un dúplex justo en
el centro del perímetro más frondoso, le hizo transitar por un camino plagado
de incertidumbres y peligros varios. En la cestita unas galletitas y una
botella de vino –hay autores que hablan de un pastel y unas cerecitas
silvestres-. La bondadosa niña vestía una capa con una caperucita totalmente
roja que le regaló la abuelita y que no se despojaba de ella ni para bañarse en
el cristalino río. Pero ¡Ay! Su mente infantil la propulsó a desviarse del
camino, desobedeciendo los consejos de su mami, para entregarse a la noble
inclinación de recoger flores para su abuelita. Incorrección que el lobo
aprovechó para largarse a casa de la abuela y zampársela al primer bocado. Acto
seguido eructó como un lobo, se vistió con los harapos de la abuela y se metió
en la cama a la espera de la dulce niña. Y así transcurrió, al poco rato entró
Caperucita y se entabló aquel conocido coloquio de porque tienes las orejas tan
grandes, los ojos, los dientes, en fin, que de un salto el impresentable lobo
se la zampó con la caperucita puesta. Después entró un cazador y bla, bla, bla.
Conclusión: no debes apartarte nunca del recto camino, obedecer a ciegas a los
mayores y no hablar con desconocidos.
Bien,
hasta aquí el relato que ha tenido en vilo a millones de personas durante su
infancia y de las que, muy posiblemente, una gran mayoría de ellas han
convivido con el terror del lobo feroz hasta sus últimos días. Pero vayamos con
cautela y, a ser posible, con pies de plomo. Estudiando las diversas versiones
escritas y analizando los personajes y sus circunstancias, creo haber llegado a
conclusiones multidireccionales que constatan distintos mensajes que nos
dibujan una versión de los hechos más real, más ajustada a lo que debió ser.
Veamos,
mami no podía condimentar pastelitos ni tortas de cacahuete porque era una
piltrafa de mujer extraída de los bajos fondos de Londres –zona portuaria-,
hecha añicos de tanto ejercer de puta hasta los cuarenta años y que no sabía
freír un huevo, a menos de que fuera humano. El caso de su hijita es distinto, es penoso rayando
la locura. De ninguna manera era una niñita de mofletes sonrosados. Las trazas
psicológicas la sitúan en los quince años. Así es, cuando mami la envió a casa
de la abuelita no saltó de alegría ni dio besos a mami, soltó una ristra de
blasfemias y amenazas que concluyó con “otra vez a la mierda de la abuela”. De
la misma manera que tampoco vestía la capa roja. Todavía no se había inventado
el tanga, pero lucía un harapiento taparrabos que dejaba al descubierto los
mofletes traseros y un par de tetazas de toma consomé. El lobo feroz ni era
feroz ni tenía dientes y la última vez que comió fue en los últimos suspiros de
la 2ª guerra mundial, circunstancia que le había ocasionado el olvido de comer.
Tampoco es cierto que mirara el pandero de Caperucita, su instinto se orientaba
al contenido del cesto. Dicho esto, mis pesquisas se dirigieron hacia la
abuelita. Otro fiasco, nada de delicada y enfermita, acostumbraba a calzar
siempre una cogorza como un piano. Era borrachuza licenciada, dedicada en
cuerpo y alma a ultrajarse el hígado a lingotazos. De ahí lo del cestito de ida
y vuelta y el cabreo de la cachonda Caperucita que de tanto vivir secuestrada
en el bosque no hay que ningunear la posibilidad de que se tirara a más de un
pino.
Las
cosas no son lo que parecen, si no, vean ustedes. No se trata más que de una
leyenda y, como tal, puede ser interpretativa. Mami bien podría ser Rajoy,
siempre cabreado y mandando recaditos al juzgado, que sería la abuelita. Caperucita,
la calentorra, una agente infiltrada para trasladar mensajes y desestabilizar
al lobo. Las botellas de vino serían para el cazador que, además de borracho,
custodiaba el borrador del referéndum, que preconizaba el resquebrajamiento de
un país del sur de Europa, luego mató al lobo, si bien al tercer día resucitó,
ignorando que no era un lobo, sino el presidente de la Generalitat, que se
sentía acechado por todos los flancos, y con razón. Hay algún autor que tras tanto
cachondeo medieval, sitúan al presidente en los bosques de Sherwood, armado de arco
y flechas hasta los dientes. Mitos y
leyendas…ya saben.
(Abogo
por no contar nunca jamás este cuento a los niños).
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