dimecres, 28 de juny del 2017

AZOTES DE MAR. EN PELOTA PICADA

El pasado lunes se abrían las puertas a una semana que me prometía tranquila y sin sobresaltos inesperados. La presión del sol condicionaba pero no llegaba a los récords de días anteriores. De viernes a sábado la concentración de gente fue importante. Y la tan manoseada verbena de San Juan cumplió los mejores pronósticos. Una multitud de gente cargada de cocas, y un éxito -patético-, la afluencia de grupos a la arena en la noche del solsticio. Digo patético porque el estado en que se despertó la playa daba una imagen más que lamentable. Por todas partes había una sucesión de círculos que evidenciaban la posición de la gente durante la larga fiesta. Pero la gente ya no estaba, sólo era mierda en cantidades industriales: restos de madera quemada, envases de comida preparada, botellas, latas, papeles y un largo etcétera. Me detuve cerca de una máquina que labraba la arena a fin de aflorar la porquería enterrada, "Mucha suciedad, no? Pues sí, y condones también". Hay un dato curioso ahora, ya no sólo son adolescentes y los más espigados. Parece que hace más "in", más moderno, como más progre, se ve gente de cuarentena y cincuentena como se ponen ciegos amorrados a la botella. Ya tarde, y agrietando la noche, todos al agua. Abrazos, risas, besos, la luna, tocamientos e intentos fracasados ​​de polvos líquidos. El agua fría, el cerebro adormecido por la hora y el alcohol, y los ardores íntimos, hacen mala combinación. Al día siguiente te dirán que hacía mucho calor y se bañaron para refrescarse y ver la luna de más cerca.  Y como buenos imbéciles nos lo creeremos. Huelga decir que la escena de baño nocturno se produce en pelota picada. ¡Cielo, porque te mirabas tanto aquella muchacha de los pechos como misiles! Tú misma!

Lunes transcurrió sin incidencias destacables. Cuatro gestiones domésticas e ir criando barriga. Martes ya no, martes muy posiblemente pasará a mi atropellada historia como una larga jornada de esfuerzos y sufrimientos. Estaba contento porque tenía la bicicleta limpia y engrasada, hacía buena pinta. Por la mañana la remojé y enjaboné en la gasolinera. Una vez en casa, piñones, cadena y puntos de fricción, debidamente engrasados. Batería recargada, sin ella no hay paseo. Tenía un buen pretexto para el paseo, resolver un malentendido de escasa importancia en el pueblo de al lado. Nueve kilómetros por el circuito de la playa, y uno por camino de tierra. Todo correcto, la brisa acariciándome el rostro y la gorra desafiando el sol. La verdad es que ya tengo las cuatro extremidades, sólo tengo cuatro, bien barnizadas, el moreno se ha instaurado. Eso sí, desnudo soy igual que un BIC de dos colores, lo que antes llamaban moreno paleta. Ya de vuelta a casa, en el camino de tierra, al pasar por encima de una alfombra pedregosa oí un ruido seco y de mal presagio. Efectivamente, la llanta trasera tocaba el suelo y el neumático reventado. Dejé la gorra colgada del retrovisor y me dispuse a pensar cuáles podían ser las mejores opciones ante la gran contrariedad, o putada, depende del estado de ánimo, con lo cual era sin lugar a dudas, una evidente putada. Idea! Se me encendió la luz; el camino de tierra hasta la playa era bajada, y dado que todas las herramientas que llevaba encima no eran ni un corta uñas, así lo hice. Incluso subí a la bici y con suaves pedaladas fui bajando, si bien que, cuando llegué al Mediterráneo, la llanta no era más que un proyecto metálico. La idea consistía en atarla a un árbol o una señal y recogerla por la tarde con el coche. Pero me sentí culpable de abandono, de ser un mal padre. Mi hija tiene la casa a unos cinco kilómetros en mi dirección. Arrastrar el artefacto no lo encontré pesado, al principio. Pero madre mía, cuando una hora y media después llegué a casa de mi niña, no había niña ni nadie. Yo estaba al límite de mis fuerzas, casi moribundo por así decirlo, y el tobillo derecho sangrando de la cantidad de veces que el pedal se cebaba en mí. Bueno, la amarré  en la puerta de la casa y me fui. Faltaban cuatro kmts, hasta casa y era tan desesperado mi estado que los llamé diciéndoles que no me esperaran para comer y mucho menos que me hicieran preguntas. Todo mi deseo se centraba en una sopa de aspirinas, un flan de ibuprofeno, masaje intensivo de pies y mi cama de dos metros. Tan ilusionado que estaba por la mañana con la maldita bicicleta.