Es
un hecho inalterable e indiscutible que Catalunya hace ciento cincuenta años
que tira de los desballestados cimientos de la nación española. Sin el empuje
de los catalanes, España, con tilde, a día de hoy seguiría siendo lo que nunca
ha renunciado a ser: un país encerrado en sí mismo, que detesta la
modernización de sus estructuras administrativas y organizativas, así como el
ensamblaje con las naciones de progreso. De igual manera se opone a renovar la
gobernanza política basada en un pseudo feudalismo liderado y controlado por
las élites de siempre, degenerando en arcaicos y arbitrarios sistemas de
gobierno con el consiguiente endurecimiento de sus políticas trasnochadas. La
mitad del país es yermo, y sobre la otra mitad recae la inamovible obligación
de sustentarlo contra viento y marea, aunque ello suponga una degradación y
asfixia financiera de las zonas productivas. Singularidad nefasta e injusta,
que condena al acomodo y ostracismo de las partes receptoras de recursos,
creando una situación de victimismo a perpetuidad, con la complacencia, no ya
de los distintos gobiernos, sino de la misma población. Con la constante
evocación a Madrid, como concepto, no como ciudad y su población, se pretende
concentrar todo el poder habido y por haber desde hace trescientos años. El
resto del territorio no pasa de ser considerado como “provincias”, entes de
segundo orden que, cual vasallos descarriados, restan obligados a tributar y
depender del acérrimo centralismo. Para no confundir hay que precisar que estas
actitudes se han mantenido a lo largo de centurias en república, monarquía,
derechas, izquierdas o dictadura.
El
nacionalismo español es cien veces más identitario y excluyente que lo que
pudieran ser vascos o catalanes. Todo lo que no sea españolismo a ultranza es
despreciado o eliminado. Si un sujeto es entrevistado en televisión y responde
en inglés o suajili, es ignorado, pero si el caso se da cuando asoma alguna
palabra catalana, entonces arde Troya. Porqué, pues porque odian el idioma
catalán y no soportan lenguas que no sean el castellano. A tal extremo llegan
que la franja de políticos mayores de 50 años se ven en la necesidad de acudir
acompañados de un intérprete en sus relaciones internacionales, con el
consiguiente bochornazo que ello
supone. Y para fobias basta echar un vistazo a las redes sociales para darse
cuenta de hasta qué punto la catalanofobia es abrumadora, insultante y
encarnizada. Y ni tan solo en las amenazas de todo tipo, incluyendo las de
muerte, he visto jamás un fiscal de oficio interesarse por el caso.
Se
hace muy difícil entender el porqué de esa animadversión a todo lo catalán, que
viene arrastrándose desde tiempos inmemoriales. Alemania, por ejemplo, no
esconde su reconocimiento y admiración por Baviera o Hamburgo, potentes motores
del estado teutón, ambos con una aportación aproximada del 18’1% al erario alemán.
Lo mismo puede decirse de La Lombardía con cerca del 25% de la economía
italiana. En el caso alemán su contribución a la cuota de solidaridad interterritorial
es del 5% y están hartos y quejosos de tanto dispendio. En el caso catalán
supera el ocho por ciento, dejando las arcas de la Generalitat en situación de
quiebra perenne.
Recientemente
Ian Gibson, buen conocedor de las
Españas, ha declarado “España no hace más
que tejer y destejer. Es un país amnésico, de maricón el último. Donde solo los
gilipollas pagan impuestos, un país, en definitiva, que funciona a ostias. No
debería ser así,dice, pero la verdad es que si no hay ostias, aquí nadie hace
nada”. En 2016 Catalunya registró un PIB per cápita superior a Finlandia,
Suecia, Alemania y Francia. Su volumen económico es superior al de Finlandia,
Irlanda, Grecia, Portugal, República Checa, Rumania, Hungría o Eslovaquia.
Inmediatamente por debajo de Dinamarca. Y la única realidad española es su
desmesurado y estrambótico plan para entorpecer, eliminar, difamar, confundir,
expoliar y combatir mediante la judicatura, cualquier expresión o iniciativa de
los catalanes, incluidos el amedrentamiento y la amenaza continua. ¿Hay algún
remedio?
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