dimecres, 10 de maig del 2017

BERLIN 2

La estación de tren de Zoologischer Garten, es un buen lugar para llegar a Berlín. Hace casi ochenta años las garras del nazismo irrumpían en la capital descubriendo sus maléficos instintos que durante doce años tiñó de horror y heló la sangre de Europa y el mundo. Bob Fosse, basándose en un libro de Cristopher Isherwood, Adiós a Berlín, puso en él las imágenes de lo que sería uno de los mejores musicales en Broadway, más tarde llevado a la pantalla con el nombre de Cabaret. El film, entre locuras, alcohol y sexo, describe el inicio y gradación de lo que no se tardaría en conocer como el Tercer Reich.
El taxi me ha dejado en la plaza de París, Puerta de Brandenburgo y del inmenso parque de Tiergarten, el sol no calienta pero consuela e invita a pasear. A escasos metros está el Reichstag, que fue el Parlamento de la República de Weimar, aplastado por el nazismo. El Shezan, a Neue Rob Str., es un discreto y acogedor restaurante muy cerca del río Spree, suficiente para cargar combustible y junto al KitKat Club, alma y caja de sorpresas de Cabaret.

Liza Minelli entra en tromba en la primera secuencia de la película y con la indefinición de una personalidad inmadura, ya no cesará hasta el último fotograma de hacer una exhibición de nervio, de exultantes facultades interpretativas, primeros planos, y de unas portentosas dotes al cantar y bailar. A pesar de su abrumadora actuación, es Joel Grey, maestro de ceremonias del local, el que se constituirá en amo y señor del espacio con una soberbia actuación, premiada con oscar. La función diaria planea a través de diferentes cuadros escénicos de aparente sencillez "cabaretera" donde el gran Fosse despliega todo su potencial creador para cautivar al espectador y a la hora interponer imágenes superpuestas del letal virus que ya campa por las calles. La incertidumbre y el miedo se alían para confundir y aterrorizar la ciudad berlinesa. "Willcommen, bienvenue, welcome", "Maybe this time", "Mein Heir" espléndidos pellizcos musicales que comparten la potente voz de la Minelli y el perverso truhán de Grey. ¡Ocho estatuillas!



Berlín es una ciudad culta, muy alemana, como diría un bobo, tiene tantos museos como días tiene el año. De camino hacia el hotel, en el oeste del parque Tiergarten, una parada en Potsdamer Str., Para ver el edificio de la Berlinale donde tantos y tantos sueños han sido laureados con el oso dorado. Es una de mis múltiples contradicciones, que me gusta el cine, pero voy muy poco. Tengo pasión por las historias bien escenificadas para poder contraponer las a su más puro origen literario. O inventar alternativas, que también es un pasatiempo.

No me recluyo sin dar un vistazo al Erotik Museum de la señora Beate Uhse a Potsdamer Str., cerca del Zoo. Esta abuela pasó de pilotar un avión en la segunda guerra a regentar un conglomerado de empresas relacionadas con el erotismo más recalcitrante. El museo reúne tantos artefactos, utensilios, trastos, iconos y aparatos referidos a la sexualidad, que se ha situado como líder de este negocio en Europa. Una superficie de 1800 mts2., dedicada a las más rebuscadas virtualidades genitales. Arte Shunga japonés de Utamoro, con unos insignes penes de los de “más dura será la caída” que marcan la diferencia.

A la salida del palacio de los sentidos ahogados, un café frente al Carlton para revivir escenas de ahora hará veinte años en que un grupo de amigos con menos inocencia que ilusiones, transitábamos alborotados en medio de una multitud enloquecida mientras caían los primeros trozos del muro. Era el 9 de noviembre de 1989. La primera vez que Europa reía de verdad, de puro escalofrío. Se desempolvó y lució el cofre de las sonrisas tantos años guardado. Los berlineses ya no dirían nunca más "Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido ". Esa noche todo era un chasquido de emoción, de llanto y de abrazos, ya habían cambiado por "Do not worry, be happy".


Diecinueve años antes en la misma ciudad, en una tarde nubosa y temerosa, al salir del cabaret Sally le dice a Brian "Vive y deja vivir". Quizás era una premonición de lo que aún tardaría demasiado tiempo en cumplirse. Berlín.