dimecres, 22 de març del 2017

LOS GRITOS DEL SILENCIO (Coñas aparte)

Las pequeñas historias cotidianas acostumbran a ser más divertidas, pero también más intrascendentes, aunque no por ello carecen de sustancia. Evidentemente me refiero a sandeces, perogrulladas y meteduras de pata varias. En este caso voy a referirme a dos señoras y un señor. La policía local de Salamanca fue advertida el día 9 de diciembre pasado, por la noche, de que en un determinado piso de un bloque de viviendas, arreciaban unos gritos espeluznantes de mujer que tenían el bloque aterrorizado. Eran intermitentes, no continuos, y con puntas de gran intensidad que se mezclaban con aparatosos crujidos de muebles. Tal alud de llamadas activó una patrulla a las cinco de la mañana. Los agentes se situaron en la puerta del inmueble y uno de ellos desenfundó el arma. Los gritos eran pavorosos y agudos, antes de llamar a la puerta los sabuesos investigaron, vía oreja en la puerta, llegando a la feliz conclusión de que la señora era presa de un mega orgasmo de proporciones gigantescas. De tal manera que esperaron un receso de la pareja para no cortarles su fino y vistoso trabajo. En resumen, una multa de 150 euros a la mujer por alterar el orden público nocturno. Me duele en el alma que el ayuntamiento no haya propuesto una condecoración al causante de tanto chillido, porque dar caña seis horas no es cualquier cosa. Me imagino a las damas del inmueble, una vez calmadas, decirle a su marido “Lo ves pelacañas, eso es un tío, no como tú siempre roncando. Cochina envidia.

Nos situamos en New York, este caso es más comedido porque, con su permiso, hablaré en primera persona. La misma situación anterior pero sin gritos, el hotel en la calle 42 entre Station Central y el edificio de la ONU. Mi mujer me pateaba las piernas porque en la habitación contigua no cesaban los ruidos, murmullos, quejidos y golpes al cabezal en nuestra pared. Le dije “duérmete que se están polvoreando y no vaya a ser un tejano de esos de dos metros que hacen el amor con sombrero”. Al final no tuve más remedio que llamar a recepción, pero mi injurioso inglés provocó que a los diez minutos llamara a mi puerta un pedazo de negro amenazador. No había forma de que entendiera la situación, tuve que gesticular con ademanes groseros y movimientos eróticos, señalando la habitación de al lado. Yo no sé si el pacificador de uniforme entendió que me quería cepillar a la vecina de habitación o que me le estaba insinuando a él con mis gestos eróticos. Levantó el dedo índice, bramó un Ok, y se largó con viento fresco. Y encima tuve de oírme “No te sabes explicar”.


Mi mujer se encontraba fuera, de viaje. Y un servidor, con mi hija, mi  hijo y su novia, nos fuimos a Madrid. Por aquel entonces yo iba frecuentemente a Madrid, nos alojamos en el hotel de siempre en la calle Comandante Zorita, cerca de Azca. Quise marcarme un detalle y les invité a un fin de semana en “donde alfombran con claveles la Gran Vía”. Para abreviar, el segundo día me comunicaron del hotel que se había producido un error y no tenía reserva para aquel día. Nos enviaron a otro hotel en la plaza del Callao. Barrio de teatros y follones varios. Imposible dormir, música y cante a toda pastilla. “Buenas noches, me puede decir que sucede con tanto griterío”. “A si, perdón, mire es que estamos pared por pared con el teatro y hoy actúa Manolo Escobar hasta las doce”. “Pues entonces llévense el teatro a las afueras, no?” “Disculpe, ahora mismo llamo a ver si es posible bajar el volumen.” Dormimos poco, pero el hartón de risa que nos pegamos fue de manual. “Mi carro me lo robaron, estando de romería/Mi carro me lo robaron, de noche cuando dormía”. Si señor,¡Con dos cojones!!