Siendo como soy un enamorado confeso
del cine, sigo con mi pertinaz rutina de no ir nunca al cine ya hace años. Creo
que esa contradicción no merma mi convicción, ya que la deriva de los sueños en
imágenes proviene de mi legendaria pasión por la literatura. Frecuentemente se
atribuye a las películas basadas en un libro, una prostitución del texto
original. Yo no lo creo, aunque si pueda haber sonadas excepciones. Por poner
dos ejemplos recientes en el tiempo, piensen en Memorias de África o en Los
Puentes de Madison, ambas con un magnífico guion y repletas de frases de
aquellas que uno diría que quedan para la historia. Bien, ese mismo guion
ilustrado con las imágenes lo hace crecer como la espuma hasta el punto de
conmovernos reiteradamente durante su proyección.
Les voy a hablar de películas
que dejan poso, que tienen substancia, que hacen pensar. La Dolce Vita (1960) de Fellini,
posiblemente sea la más parecida a la que me propongo comentar. El Gatopardo (1963) obra maestra de Visconti y Muerte en Venécia (1971), del mismo Visconti. Todas ellas piezas de
oro del séptimo arte, al igual que sus directores. La Grande Belleza, de Paolo
Sorrentino, es un lujoso punto de encuentro para todos aquellos que quieran
profundizar en los vuelcos sociales, las épocas y los movimientos de clases,
con unos débiles y ásperos toques del surrealismo italiano. Sorrentino nos abre
las cortinas con una lujosa evocación de la decadencia de la alta sociedad
romana.
Como maestro de ceremonias el
director eligió nada más y nada menos que a Toni Servillo en el papel del escritor/periodista, el papel de su
vida sin dudar, Jep Gambardella. Los
diez primeros minutos de la cinta inducen a salir del cine o cerrar la
televisión, es una trampa. A partir de ahí, una fiesta de cumpleaños (65)
irrumpe con toda la parafernalia de personajes pintorescos y grotescos, jóvenes
y viejos, abstemios y alcoholizados, en un aquelarre de vicio, presuntuosa
intelectualidad, y culminación de la infidelidad, que transcurre en la terraza
del ático de Jep, con vistas al Coliseo.
Prosigue la cámara dando tumbos por la noche romana, caldo de cultivo de una
sociedad nómada, errante y perdida, en la que Servillo nos hace de guía y protagonista.
Gambardella ha cumplido los 65 y se siente viejo, es la personificación de la
Europa, ojerosa, de chaqueta cruzada elegante y hortera a la vez, ha renunciado
a los fastos sexuales y al descontrol de la juerga continua. Beber, hablar,
ofuscarse y derrochar energía dando tumbos toda la noche, participando en
coloquios de gente absurda y de absurdos coloquios. No es la vida de las casas
de familia ni la del comercio o la del trabajo, ni la del estudio o la ciencia.
No son más que los tics y
chasquidos de una clase agonizante de un tiempo casi muerto, que reniega del
presente pero intuye que todo ha terminado. El golferío toca a su fin. ¿Qué tenéis en contra de la nostalgia? Es la
única distracción posible para quien no cree en el futuro. ¿Alguna vez contaste
las mujeres con las que has estado? No soy bueno en aritmética. ¿Qué haces esta
noche chérie? Haré dos cosas: una sopa y echar un polvo. Son dos cosas en
contradicción. No, son dos cosas calientes. Personajes delirantes y
esperpénticos, mujeres casadas pero a su libre albedrio, poetas que no venden,
viejas asexuadas, viudas drogadas, maridos ultra ortodoxos que esconden un
novio, un cardenal asiduo a los canapés y las viudas, una belleza que
“necesita” mostrar sus tetas, en fin, una ruindad humana. Como las situaciones
extravagantes: la cena con la Santa (Parodia de la madre Teresa de Calcuta) o
la espeluznante master class de Gambardella enseñando a Ramona como debe
comportarse en un entierro de la alta sociedad romana.
Hace pocos días una persona
allegada me decía “¿A ti te gusta esa
sociedad, irías una noche a donde ellos? Y le respondí “una noche si me hubiera
gustado para conocer de cerca toda esa fauna. Pero en cualquier caso no, no me
gusta el libertinaje disfrazado de cenizas intelectuales”. Pero no te
puedes imaginar cuanto agradezco una buena película como La Grande Belleza.
(Que ellos no supieron encontrar)
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