dijous, 6 d’octubre del 2016

NO UNO, SINO LOS DOS

Es la primera vez que he acudido a un fisioterapeuta, hoy tan en boga. Tras una breve espera me han acompañado a una gran sala llena de camillas, aparatos gimnásticos, esterillas esparcidas  por el suelo y un par de reservados con cortinas. Me ha parecido ver dos hombres de mediana edad y una señora mayor haciendo ejercicios supuestamente reparadores de sus carencias o lesiones. Hablaban entre ellos y se reían con frecuencia, posiblemente coincidían desde hace tiempo por la confianza que se dejaba entrever entre ellos.

La noche anterior a colgar el cartel de cerrado por NO vacaciones, me levanté de la cama para ir al baño, puse los pies en las zapatillas, a oscuras, me levanté, y sin comerlo ni beberlo sentí algo parecido a una descarga de un millón de voltios en mis desdichados talones. Era tan intenso el dolor que creí morirme por los pies, me desplomé quedándome de rodillas y procurando no hacer ruido para no despertar a mi compañera de lecho, mi mujer, claro. Como un buen San Agustín me desplacé de rodillas hasta el baño, como pidiendo perdón por mis pecados, cerré la puerta, abrí la luz y me senté en un taburete meditando muy seriamente qué coño les había pasado a mis talones. Me dije “será el tendón de Aquiles, tan famoso él”, pero no, reflexioné, lo mío era talón, no tendón. También podía haber dicho condón, por aquello de la semejanza fonética. Estaba asustado, pensaba en la mañana y de qué manera podría andar si estaba  imposibilitado. Me dolía de manera creciente y muy aguda. Me dormí pensando si podría andar de puntillas pero caí en la cuenta de que nunca he practicado el ballet clásico y al entrar en el ascensor me podía incrustar de un ostión en el espejo frontal.

Una vez ya en la vida normal, no vacacional, en una tarde de cielos claroscuros, me quedé fijamente mirando a los ojos del traumatólogo y angustiado por el temor le clavé mis palabras entre ojo y ojo “Que tengo doctor?” El buen galeno jugueteaba con sus gafas y sin mirarme a la cara dijo “recientemente ha cambiado el calzado? Yo estaba atónito y sudando, creí que se burlaba de mí, por un momento pensé que los talones se retorcían de risa y me jodían más y más. “Mire doctor, he estado cuatro meses calzando chancletas o descalzo y hace una semana que ya calzo zapatos. El hombre sonrió y dijo “usted tiene un espolón en cada pie”. Me quedé sin palabras, apesadumbrado, inquieto. Como pude dije balbuceando “es grave tener dos espolones” y ya no sonrió, se rio a carcajadas y me soltó “No, no es grave, solo que es largo de remediar y jode bastante”. Aquí sí que ya me tranquilicé, miré los zapatos de reojo y sonreí. Cojo por partida doble pero contento.

El fisio se apiadó de mí y me entregó una revista para distraerme durante el tratamiento, que no fue muy prolongado. Me detuve en un informe relativo a las torturas físicas durante la edad media. Les confieso que estuve a punto de vomitar por la voracidad del detallado relato y sus espantosas consecuencias. Huesos rotos, carnicerías, podredumbre y ríos de sangre daban colofón a un documento escalofriante. Tenía mis pies frente a mí y no cesaba de mirarlos por si seguían teniendo cinco dedos cada uno. Me llamó la atención un instrumento llamado la pirámide consistente en una pirámide de madera estrecha y de punta muy afilada, jamás se limpiaba la podredumbre acumulada que a su vez servía de vehículo transmisor de todas las infecciones posibles. Mediante un sistema de cuerdas y poleas se sustentaba al reo, al que iban subiendo o descendiendo según sus confesiones. Basta decir que vaginas o escrotos quedaban reventados por el propio peso del torturado. La Santa Inquisición española fue una adelantada administradora. Comúnmente eran ajusticiados infieles, adúlteros y brujas.




Terminada la sesión anti espolón abandoné el lugar dejando tirada en la camilla la siniestra revista, cogí el coche y no me libraba de las horribles imágenes de las criminales máquinas funcionando a plena producción. Cerrada la puerta del garaje, ya en casa, en medio de un silencio sepulcral, pensé aturdido si el Tribunal Constitucional de España acabará con nosotros restableciendo las jodidas máquinas. No es ninguna broma, estoy colapsado con tanta sangre. Maldito espolón!!