A
mi uno de los paisajes que más me ha seducido, sin ningún género de dudas, ha
sido en el noroeste italiano. Tierra arcillosa, fecunda, ocre y verde por todas partes bajo la atenta mirada de los
cipreses. Es muy posible que el paraíso terrenal mencionado en la historia
sagrada sea precisamente ahí, en La
Toscana. Todo ello con la aquiescencia y permiso de la Marca España que, ya se sabe, España es como la madre, que no hay
más que una. Y además es de “lo más
bonito del mundo entero”. Aun así he de reconocer que frecuentemente peco
de indeciso, dudo ante el dilema, me ofusco y decido con la pretensión de
simular firmeza, convicción, pero no es cierto ni falso del todo, sino todo lo
contrario. Quien entiende de lo que sabe, defiende con ahínco que en el
mediterráneo hay tres paraísos universales: La Toscana, La Provenza y l’Empordà. Eso dicen, conozco los tres
paraísos y creo que me decido por La Toscana. Eso sí, contando con la
benevolencia de Marbella y Benidorm
aunque, la verdad, esta última la hermano más con Manhattan que con el Mediterráneo,
por aquello de los rascacielos levantados junto a la orilla herida del mar. España es muy
pundonorosa en cuanto a la planificación urbanística de sus costas, sobre todo
en levante en donde se ha edificado allá donde a uno le ha salido de los
botillos y en lógica y consecuente concordancia con la prestigiada Marca
España.
No
en vano en aquellas planicies de suaves colinas vieron la luz grandes
personajes como: Leonardo da Vinci,
Dante Alighieri, Galileo Galilei, Miguel Ángel, Americo Vespucio, Maquiavelo,
mi segundo padre, Puccini, Lorenzo de
Medici y hasta dos cineastas, Roberto
Benigni y Franco Zeffirelli. Aquí, al único Franco que conozco es uno que se fotografiaba a caballo cubierto con
una mullida capa, que nació en El Ferrol
y firmaba condenas a muerte. Marca España. No es que sea mejor o peor, es
simplemente distinto, otra manera, un estilo diferente de enfocar el mundo. Si Puccini escribió Tosca, el de El Ferrol compuso Zasca!,
obra extensa en varios actos donde recibía hasta el apuntador, y si el
apuntador era catalán entonces concluía con una sórdida apoteosis, fusil en
mano. Que le vamos a hacer, es una simple cuestión de gustos, si
bien estaremos casi todos de acuerdo en que hay gustos muy parecidos al de la cicuta.
El
debate político europeo está ausente en los vericuetos y trifulcas de la pseudo
política española. España, y su marca, es diferente a Europa en casi todo, ya lo dijo Fraga pero no hemos sabido entenderlo nunca. En la alborotada y
dulce Piazza de Campo, en Siena, se celebra dos veces al año la
fiesta del Palio, por la Virgen de Provenzano en julio y la de
la Virgen de La Asunción en agosto.
Fiesta de origen medieval en donde los distintos barrios o distritos de la
ciudad compiten en una vistosa y tumultuosa carrera de caballos, circundando la
plaza con lances realmente sugestivos en donde los corceles engalanados galopan
sobre los desgastados adoquines al encuentro del Palio. En ambas fechas Siena
se halla atiborrada de turistas de medio mundo ávidos de conocer de cerca la
emoción de las cabalgaduras en tan reducido espacio y el colorido de los
estandartes en plazas, calles y balcones. Aquí, en donde La Marca capitaliza lo
bueno y mejor de su catálogo, existe otra medieval tradición, la conocida como Torneo del Toro de la Vega. Cruel y
espantoso vía crucis en el que un toro es perseguido, picado y lanceado hasta
la muerte. Muerte sádica, lenta, cruda y estandarte del dolor de un ser vivo
elevado a la quinta esencia. El toro es soltado cerca de la Plaza Mayor de Tordesillas, corre escoltado por la multitud hasta cruzar el puente
sobre el Duero y alcanzar la zona
del Cristo de las Batallas –pobre
Cristo-. Una vez en el Campo del Honor
comienza la liturgia, el lanceo, que consiste en hundirle la lanza en un
costado hasta la muerte. Y lo hace con más agujeros que un colador. Caballistas
y multitud celebran con gran jolgorio tan siniestro propósito un martes de
septiembre, para la Virgen de la Peña.
Qué
les voy a decir, si encuentro una ventana en mi devastada agenda, igual me
planteo un torneo de cuatro o cinco días en San Gimignano. No habrá toros, ni caballos ni lanzas. Pero los
colores y la luz que entrarán por mis ojos les aseguro que no las cambio por
ninguna marca. Tan solo pasear y evitar a quien no quiera oírme. Marca? No, por
favor.
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