divendres, 19 d’agost del 2016

DE AQUELLOS POLVOS, ESTOS RECUERDOS

Poco a poco el verano va cediendo, no el climático, el verano de las ilusiones, los chiringuitos, las tertulias de madrugada, los enamoramientos precoces o los polvos improvisados que, haberlos, haylos. Las olas seguirán batiendo la arena a bandazos de espuma blanca bajo la atenta mirada de los pinos retorcidos. El chiringuito “Club Denver” abatirá sus paredes y volverá a sus orígenes “Bar Paco”, y los comercios desvalijados por fin de temporada retomarán sus horarios más humanizados, más sostenibles se dice. Y aquella marquesina con su toldo raído que avisaba “The Last Fashion” recuperará su sempiterna identidad con el viejo neón de “Modas Conchita”. Otros con menos suerte colgarán en la persiana el fatídico letrero de “Cerrado por Vacaciones”, que ya serán eternas y pasarán a engrosar el número de bajas por muerte súbita en la calle mayor del pueblo. Pero no por todo ello el pueblo sucumbirá a la tristeza, al vacío o la soledad. Ni mucho menos, al contrario, recuperará su pulso natural; las cosedoras de redes volverán a sus espacios, las campanas de la iglesia repicaran más nítidas y su cálida esperanza navegará mar adentro, la flota pesquera añadirá racionalidad a sus capturas, los refuerzos policiales regresarán a sus bases, y la gente mayor reconquistará aquellos bancos frente al mar arrebatados por las hordas multicolor, al encuentro de un soplo de sol acariciado por la tenue brisa, a evocar sus mil y una hazañas marítimas en un endiablado mar tan solo visible en sus ojos, aquel mar que fue su despensa, donde  en el mar solo se pescaba. Almibarados recuerdos contados por hombres con el rostro azotado por los caprichos de la rosa de los vientos en su diario quehacer entre la popa y el castillo de proa. Bocanadas de humanidad  para endulzar las penurias de antaño. No, los pueblos no se deprimen, antes al contrario, renacen y se crecen en su aparente soledad, confraternizan, celebran, ayudan y enmarcan sus gestas y sus pequeñas conquistas, fruto de titánicos y mudos esfuerzos en los que la palabra solidaridad se desconoce, por el mero hecho de que en los pueblos la vida no es otra cosa que solidaridad entre sus gentes.  

Para muchos, los pueblos solo son puntitos en un mapa, referencias de colores en un itinerario, reseñas de lugares o establecimientos de comida, crónicas, a veces, de infortunios, accidentes o desgracias naturales. Es cierto que la vida en el medio rural tiene sus inconvenientes, no se tienen a mano muchos servicios o recursos que procura la ciudad, pero sus encantos y ventajas compensan con creces aquellas carencias. Y su vertiente afectiva y humana es mucho más entrañable que en la ciudad, a excepción de la época estival en la que muchos se convierten en grandes torres de Babel, oráculos en donde prima la mezcla de lenguas y la gestualidad como medio de comprensión. Por no mencionar aquellos en que el glamur unido a la tórrida lujuria, convierten las sudorosas noches en pedanías de Sodoma y Gomorra. Que no son un invento del profeta ni un pasaje de las Sagradas Escrituras, tan solo son excesos de alcohol escenificados en la arena, bajo el foco de una sonriente luna, en los restos de una barca carcomida, en un oscuro portal, en el rompecabezas de un solitario aparcamiento y puede que hasta confundidos entre los erectos cipreses tras la pequeña iglesia pintada de blanco. Jocosamente les llaman polvos, como si la vida no fuera ya de por si un soberano polvo. El sol enardece los cuerpos, la brisa nocturna suaviza la piel y la imaginación se ocupa del resto.


No soy crítico con las desmesuras de algunos, me limito a describir el que creo y lo que veo. Puede que hasta con una recóndita añoranza, quien sabe. Ya conocen el refrán “de aquellos polvos, esos lodos”. Pero en este caso les aseguro que no veo lodos por ninguna parte, son otros tiempos. Todavía es prematuro, pero a no tardar serán muchos los pueblos que ya colgaran el rótulo de “Cerrado por normalidad” y hasta el año que viene.