El
calor empieza a ganar la partida, hasta hace dos semanas todavía contemporizábamos
con la bonanza de las temperaturas, pero
ahora ya sí, julio revienta y el astro reparte tortazos recalentados a troche y
moche. Es el tiempo, ya se sabe, a pesar de que el tiempo y un servidor siempre
hemos mantenido fuertes discrepancias. Dando cuenta de un Martini seco, sin
ginebra, hojeo el periódico bajo la protectora sombra del edificio de la
Cofradía de Pescadores. No hay barcos, son mar adentro haciendo lo que yo no
hago; trabajar. Me detengo en una discreta noticia del Ayuntamiento de Madrid
en que mediante una propuesta de la dirección general de Deportes a los
distritos, pretende instaurar el "día sin bañador" o el día de
"bañador opcional" en las piscinas municipales. No se puede negar que
la iniciativa sorprende un poco. Y digo un poco porque ya estamos saturados de
despropósitos y sandeces de todo tipo. Incluso el distrito de Vallecas, que no
es el de Salamanca, ha declinado la sugerencia. "Se trata de normalizar la
desnudez en piscinas, sin molestar a nadie". Gran argumento, pero y si
estoy tumbado en el césped y junto a mí tengo un tipo con las glándulas a dos
palmos de mi diario? O una bonita doncella que extiende su floreada toalla a
mis pies y con dos peras como dos buenas
ideas, podré seguir leyendo los disparates de la Sra. Colau? Es preciso
normalizar la desnudez? Coño es que cada vez me siento más oxidado, luego dicen
que me paso el día gruñendo. Menos mal que al marchar he consumado buenos
tratos y he salido con dos buenas lubinas y un kg de cigalas.
El
miércoles a las nueve de la mañana el mar estaba como si le hubieran pasado la
pulidora, plano, quieto y a la vez inquietante y misterioso. Una delicia. Era
el “día del pescado” con Pere, como cada año. Fue puntual y en un santiamén
zarpábamos con su mini barco, en cinco minutos se perdió de vista la bocana del
puerto. Pocas embarcaciones, el sol todavía misericordioso y ninguna moto
náutica apagando fuegos. Con la proa al sur la navegación resultaba de una
belleza y tranquilidad exultante. Desde los pequeños altavoces desfilaban los
clásicos de la música francesa que tanto gustan al patrón, y a mí también. Años
atrás le dije que pusiera mi música operística y me lanzó un puñado de sardinas
a la cara. Nada como tener las cosas claras. Decía Pla que el pescado, sin
lugar a dudas, la mejor manera de cocinarlo es a la brasa. Ni salsas, ni
romescos ni paridas de principiantes huérfanos de talento. Pez pescado a bordo,
consuelo mientras reza el responso y leña al fuego.
Pasábamos
el rato charlando de pequeñas cosas, como las travesuras de la adolescencia, la
música que nos gusta, los colores del fondo marino irisados por puñales de
sol, y también de mujeres. Pere es un hombre cabal que a día de hoy su máximo
interés son las mujeres, es un gran estudioso del tema y lo domina. Enviudó
hace años y ahora estudia. Al llegar al puerto inició las maniobras para
atracar en el muelle de transeúntes, cuerdas, amarre, defensas laterales,
manguera de agua dulce sobre cubierta y al náutico a pagar los derechos de
estancia. Durante el trayecto habíamos compaginado la placentera conversación
con el levantamiento de codo, más que nada para aclararnos la garganta. No
hicimos excesos, si bien ambos coincidíamos en que se nos estaba despertando la
necesidad de sentarnos en una buena mesa y empezar la santa liturgia de invocar
al Dios Neptuno para que nos abriera las puertas del océano. Qué empiece el
festín de la cáscara y la carne blanca! decía Pedro. Y como todo gran evento,
comenzaron a tintinear las copas.
Mientras
me peleaba con un acorazado bogavante a la brasa, Pere me quiso hablar de la
Sra. Colau, y tuve que ser muy expeditivo: mira Pere, esta señora ni
mencionarla, puede acabar poniendo un cuenta langostas o cigalas en el puerto,
y tú y yo ya nos podemos jubilar de este mundo. Si te parece bien podemos colaborar
desinteresadamente para que instale un cuenta cagadas en su despacho. No hagamos
esperar los langostinos, por favor.
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