dijous, 23 de juny del 2016

CRÓNICAS EN TINTA AZUL. SURCANDO EL MAR TIERRA ADENTRO

Después de comer se hace muy pesado escribir, escribir y casi cualquier cosa. Tomo notas en la libreta del tren, como siempre. La conciencia no me permite olvidarme la libreta y la pluma, siempre viajan conmigo, y ya hace muchos años, es mi cámara fotográfica mental. Hemos comido bajo una pérgola acristalada y abierta a la bahía de San Vicente de la Barquera. Los acompañantes se han retirado ya y me he quedado solo y pasmado ante los misterios de la naturaleza que, por mucho que se esfuerce el hombre nunca la vencerán. Junto a la bocana del puerto las aguas chapotean espumosas, hoy la marea comenzará a bajar a las 15'10 h. Ya hace unos días que rodamos por estos jardines divinos del mar cantábrico, la visión de la panorámica y la conmoción de los sentidos llena con creces nuestras expectativas. Pero también los excesos en la mesa empiezan a dar síntomas de imprudencia temeraria. Comidas demasiado contundentes y un repaso exhaustivo del "muestrario" de pinchos, aconsejan dar marcha atrás y limitarse a la austeridad alimentaria, al menos las próximas 24 horas. Por no hablar de la tendinitis de codo y mano.

Hoy dormiremos aquí, ayer en Comillas y el día antes en Santander. Todo es ya conocido por mí, pero este viaje se ha planificado para entrar con más profundidad a lo que en otro tiempo fue más superficial. Y no me refiero al rioja ni al txacolí. Estos son viejos reencontrados. A mar abierto este recorte del océano atlántico nos evoca la ciudad de Londres, con la proa al norte. Comillas es una bonita población costera, como todas, Gaudí les dejó un recuerdo para la eternidad, el Capricho, un pequeño edificio de corte modernista en época orientalista del genio de Reus. En otros tiempos Comillas fue reconocida como la primera población de la costa en capturas de ballenas. Hoy el imponente edificio de la Universidad Pontificia está en desuso académico. Los días se suceden demasiado deprisa como para saborear y profundizar en las bellezas naturales del entorno, la colección paisajística es inabordable en toda su extensión. Aquí la normalidad se expresa en cotidianas grandiosidades, cada mirada es un cuadro de cielos azules, mar de tinieblas marineras y prados insultantemente verdes.



Enfilamos la autopista, que hace años vi construir, tengo prisa por llegar a buena hora a Gijón, dejamos a nuestra izquierda la mole impresionante de los Picos de Europa, nublados y amenazantes, y poniendo la proa rumbo al corazón de Asturias, no dejo de pensar en una rebanadita de buen pan y bien embadurnada de Cabrales, placer de los dioses. Llegados a Quintas, cerca de Gijón, visitamos una fábrica de pastelería donde tengo lazos familiares. La asepsia del proceso tecnificado y la calidad de las materias primas nos dejan boquiabiertos. Si algún día tienen ocasión, no dejen de probar "la tarta de la abuela" quedarán momificados al probar un carrusel de chocolates diversos en el paladar. Gijón es una bonita ciudad -275.000 habitantes- donde se pueden recrear visitando el casco antiguo, hacerse escanciar un buen vaso de sidra o contemplar el Árbol de la Sidra, construido con botellas recicladas de vidrio, el Elogio del Horizonte, majestuosa obra de Chillida que recuerda el Peine del Viento de San Sebastián, la Playa de San Lorenzo con su largo paseo o las instalaciones de Mareo, del Sporting.

Acabamos el viaje cuatro días después, haciendo noche en Castro Urdiales, Vitoria y Logroño. Viajar no sólo cultiva el alma y la cultura, sino que entendido de una manera desacomplejada y sin líricos fanatismos, pone en evidencia que en todas partes hay cosas para admirar, que guste más o menos un lugar no es más que una apreciación personal de cada uno. Que te equivocas cuando te encierras dentro de la cáscara ciega, y desprecias o tildas de banal todo lo que no sea de tu tierra. Aparte de ser un comportamiento mezquino, es falso. No me quiero poner en primera persona, pero permítanme que les diga que a lo largo de tantos años de viajar en tren, mí tren, por medio mundo, todavía no he encontrado ningún lugar que no me haya enseñado nada.


"No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos".