dissabte, 11 de juny del 2016

CRÓNICAS EN TINTA AZUL. EMPEZAMOS EN PAMPLONA

El domingo pasado tomé una determinación: hacía mucho tiempo que no daba un vistazo al norte de las Españas. Era evidente que necesitaba comprobar in situ como los nuevos acontecimientos políticos y sociales podían afectar una buena porción de tierra de la que, sin duda alguna, todavía nos puede enseñar muchas cosas. Dicho y hecho, cuatro gestiones por internet, mi salvación, y ya tenía reservadas las tres primeras noches del deseado periplo: Pamplona y Hondarribia. Sin ocultar el gusto por volver a confirmar unos paisajes que deslumbran los sentidos. No podemos ser más papistas que el Papa, los paisajes del norte son indiscutiblemente de lo mejor que hay por estos lares.

Pamplona, ​​otrora tan frecuentada y visitada por un servidor, no sólo es la de siempre, sino que ha renacido de sus propias esencias y hoy se presenta como una ciudad diseñada con sensatez y disciplina urbana. No hay calle ni avenida que no esté poblada de árboles de todas las especies imaginadas y den una sensación de abrigo y frescura al caminante. La acertada planificación de años atrás hoy presenta sus imponentes credenciales. Es un placer pasear por la ciudad y verse rodeado de verde agresivo, sin obviar la cantidad de parques naturales que salpican la ciudad por todas partes. El norte de Navarra sigue siendo vasco, al igual que el sur permanece con las esencias españolistas.

Esta mañana al atravesar los Monegros me ha venido a la cabeza lo que siempre pensaba antes, que en estas áridas tierras incluso las lagartijas viajan con cantimplora. No me he resistido a ir a la cafetería Iruña, buque insignia de la Plaza del Castillo, única plaza donde se circulaba a la inversa, por la izquierda. El Café Iruña es una referencia e historia viva de la capital de Navarra desde 1888. Las luces de techo de época, las columnas de hierro forjado y los grandes espejos de pared, siguen siendo testigos mudos de los grandes eventos de la ciudad o de la asidua presencia de lujosos escritores como Ernest Hemingway, por ejemplo. Ellos y sus célebres borracheras. De la peregrinación por las tascas de la calle Estafeta y confluentes, no es necesario profundizar. Lo de siempre, buenos caldos en copa de cristal y Pinchos sorprendentes. Se acerca San Fermín y todo debe estar listo para las corredizas y las blancas cogorzas  sin freno.



Por la mañana, con las pilas bien cargadas, enfilamos hacia Lecumberri ascendiendo el puerto de Azpirotz, paso obligado para entrar en el País Vasco. De este punto los vascos lo llaman "la muga", frontera. El lugar justo que separa España de su territorio. Antes de aterrizar en  Donostia subiremos y bajaremos grandes desniveles de las montañas vascas en un batiburrillo de autopistas y autovías que se van sucediendo en todas direcciones. No entramos en la Bella Easo, hoy nuestro destino es Hondarribia. Una vez instalado en esta paradisiaca bahía, desenfundo mis utensilios de trabajo para seguir de cerca la belleza de este lugar. Las profundas raíces vasquistas afloran en cada rincón. Su castellano casi perfecto y decidido, da la impresión de que no es para tanto, que no había para tanto aquelarre de sangre. Instintivamente piensas en los cientos de muertos de una lucha encarnizada para defender un antagonismo evidente pero que, inexplicablemente, ha quedado en nada. O eso es lo que parece. Y esto bajo mí mirada enemiga de la violencia, pero firme en las convicciones. Euskadi, en todos los sentidos imaginables, no tiene nada que ver con España.


Hondarribia es una más de las muchas poblaciones vascas que te deja pensativo cuando intentas definir la belleza natural. Su inmensa bahía agota las exclamaciones de sorpresa. Aquí se mezclan en un mágico encuentro dos fuerzas de la naturaleza: El Bidasoa, que baja buscando el mar desde Errazu, Navarra, y el mar que penetra dominante y altivo. Los pescadores de Hondarribia conocen muy bien los repiques de campana de la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano, o mejor dicho, las mujeres de los marineros balbuceando rezos con el toque de naufragio. Seguiremos recorriendo y recortando la costa del norte, hasta pronto.