El
domingo pasado tomé una determinación: hacía mucho tiempo que no daba un
vistazo al norte de las Españas. Era evidente que necesitaba comprobar in situ
como los nuevos acontecimientos políticos y sociales podían afectar una buena porción
de tierra de la que, sin duda alguna, todavía nos puede enseñar muchas cosas.
Dicho y hecho, cuatro gestiones por internet, mi salvación, y ya tenía
reservadas las tres primeras noches del deseado periplo: Pamplona y
Hondarribia. Sin ocultar el gusto por volver a confirmar unos paisajes que
deslumbran los sentidos. No podemos ser más papistas que el Papa, los paisajes
del norte son indiscutiblemente de lo mejor que hay por estos lares.
Pamplona,
otrora tan frecuentada y visitada por un servidor, no sólo es la de siempre,
sino que ha renacido de sus propias esencias y hoy se presenta como una ciudad
diseñada con sensatez y disciplina urbana. No hay calle ni avenida que no esté
poblada de árboles de todas las especies imaginadas y den una sensación de
abrigo y frescura al caminante. La acertada planificación de años atrás hoy
presenta sus imponentes credenciales. Es un placer pasear por la ciudad y verse
rodeado de verde agresivo, sin obviar la cantidad de parques naturales que
salpican la ciudad por todas partes. El norte de Navarra sigue siendo vasco, al
igual que el sur permanece con las esencias españolistas.
Esta
mañana al atravesar los Monegros me ha venido a la cabeza lo que siempre
pensaba antes, que en estas áridas tierras incluso las lagartijas viajan con
cantimplora. No me he resistido a ir a la cafetería Iruña, buque insignia de la
Plaza del Castillo, única plaza donde se circulaba a la inversa, por la
izquierda. El Café Iruña es una referencia e historia viva de la capital de
Navarra desde 1888. Las luces de techo de época, las columnas de hierro forjado
y los grandes espejos de pared, siguen siendo testigos mudos de los grandes
eventos de la ciudad o de la asidua presencia de lujosos escritores como Ernest
Hemingway, por ejemplo. Ellos y sus célebres borracheras. De la peregrinación
por las tascas de la calle Estafeta y confluentes, no es necesario profundizar.
Lo de siempre, buenos caldos en copa de cristal y Pinchos sorprendentes. Se
acerca San Fermín y todo debe estar listo para las corredizas y las blancas
cogorzas sin freno.
Por
la mañana, con las pilas bien cargadas, enfilamos hacia Lecumberri ascendiendo
el puerto de Azpirotz, paso obligado para entrar en el País Vasco. De este
punto los vascos lo llaman "la muga", frontera. El lugar justo que
separa España de su territorio. Antes de aterrizar en Donostia subiremos y bajaremos grandes
desniveles de las montañas vascas en un batiburrillo de autopistas y autovías
que se van sucediendo en todas direcciones. No entramos en la Bella Easo, hoy
nuestro destino es Hondarribia. Una vez instalado en esta paradisiaca bahía,
desenfundo mis utensilios de trabajo para seguir de cerca la belleza de este
lugar. Las profundas raíces vasquistas afloran en cada rincón. Su castellano
casi perfecto y decidido, da la impresión de que no es para tanto, que no había
para tanto aquelarre de sangre. Instintivamente piensas en los cientos de
muertos de una lucha encarnizada para defender un antagonismo evidente pero
que, inexplicablemente, ha quedado en nada. O eso es lo que parece. Y esto bajo
mí mirada enemiga de la violencia, pero firme en las convicciones. Euskadi, en
todos los sentidos imaginables, no tiene nada que ver con España.
Hondarribia
es una más de las muchas poblaciones vascas que te deja pensativo cuando
intentas definir la belleza natural. Su inmensa bahía agota las exclamaciones
de sorpresa. Aquí se mezclan en un mágico encuentro dos fuerzas de la
naturaleza: El Bidasoa, que baja buscando el mar desde Errazu, Navarra, y el
mar que penetra dominante y altivo. Los pescadores de Hondarribia conocen muy
bien los repiques de campana de la iglesia de Santa María de la Asunción y del
Manzano, o mejor dicho, las mujeres de los marineros balbuceando rezos con el
toque de naufragio. Seguiremos recorriendo y recortando la costa del norte,
hasta pronto.
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