dimecres, 23 de març del 2016

SE MUEREN POR NADA

Hay quien se muere por amor, estos son los más idiotas, y los hay que se mueren porque han muerto, pobres. También los hay que se mueren por hacer un  largo viaje, subir a la luna, zamparse una mariscada o tirarse a la vecina del tercero segunda. Hay aspirantes a palmarla por todas partes aunque, eso sí, a la hora de la verdad solo se mueren aquellos a quienes entierran, pobres. Los hay que suspiran por el fin de sus días con tal de que gane la liga el equipo de sus amores, ganen las elecciones los impresentables de su partido político, tener en casa un perro Husky para que lo saque a pasear la madre que lo parió o confiar en la lotería para comprarse un yate de tres pisos y castillo de proa para salir los domingos de agosto a navegar por los chiringuitos de su pueblo. Pero nada, siguen muriendo los que han de morir, pobres, y los otros siguen muriendo con sus sueños, pero de asco, aburrimiento, envidia o con unos cuernos más exultantes que los de un reno finlandés.

Dice Paulo Coelho que “las cosas simples son las más extraordinarias y sólo los sabios consiguen verlas”. El brasileño tiene más razón que un San Luis: Nos perdemos en majaderías y naderías que transformamos inmediatamente en asuntos candentes por los que podemos llegar a sustituir las palabras por un baño de hostias, como quien no quiere la cosa. La espontanea agresividad es un rasgo inherente a las personas. Sea por un semáforo, un coche que se detiene frente a nosotros o un operario que pretende poner a salvo su inutilidad mediante estúpidas excusas, son sencillas y simples circunstancias que pueden desencadenar alguna puñalada trapera. En el lote se puede incluir la venganza, y no por hechos que nos hayan podido cambiar la vida, ni mucho menos, un aniversario sin felicitación, un descuido involuntario o un despido más que justificado, puede originar el patético…te vas a acordar de mí. Confucio, que no se confundía, ya dijo que “antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”.



Tengo un amigo que anda despechado y abatido, es joven, apasionado y afronta sus objetivos o deseos a tumba abierta, sin dilaciones ni subterfugios, con el corazón en la boca. Tiene una novia hace seis meses y ahora ha descubierto que está casada, de esas casadas inquietas que tanto abundan. Estaba dispuesto a compartir novia con el marido, porque su amor por ella es a prueba de bala. Pero la estocada ha sido definitiva, ella no se la pega con su marido, sino con un fulano que parece ser amigo de la infancia. Mi amigo está tan desorientado y crispado, que no descarto que pueda llegar a hacer un disparate. Es joven y va de buena fe, aun admitiendo que le han diagnosticado dos protuberancias óseas en la frente. Tiene nobles sentimientos y no acaba de entender ciertas cosas. Yo le recomiendo, intentando no herirle, que se olvide de todo, que no tiene una segunda oportunidad, sino cientos a su edad. La vida te da sorpresas y sorpresas te da la vida. Casi todo se rige por normas, códigos, leyes, recomendaciones, consejos y costumbres, pero al final, no muy al final, todo el mundo hace lo que le sale de la entrepierna, lo que más seduce sus deseos.

Valga como ejemplo los casorios de hoy en día. Te dicen que el dos de mayo se casan Manolito y Maribel, habrá que preguntarles en dónde tienen la lista de bodas, hoy casi extinguida, o meditar cuanta pasta pondrás en el sobre. Llega el día, te vistes como para ir a comer fideos, ves la basílica o ermita y te quedas pasmado, criticas el ágape de pescado congelado, sonríes cuando te cortan una mierda de trocito de corbata, hoy en desuso, y aguantas el coñazo de un tío que es rapsoda y toca la guitarra. Se hace el silencio cuando las abuelas ya llevan una cogorza para comunicar que los novios saldrán de madrugada para culminar un viaje a Cancún, y por qué coño a Cancún, y es entonces cuando uno piensa en el sobre que ya no tiene.


Lo peor viene a la vuelta del viaje. Te llaman los padres del novio o de la novia, para comunicarte que ya se han separado, que fue un noviazgo precipitado, quizá un error, no se conocían lo suficiente y han afrontado el dilema con sensatez. Uno cuelga el teléfono mirándose las zapatillas, se acuerda de la madre que parió a los desposados y reclama a gritos que le devuelvan la pasta del puñetero sobre. Créanme, todo es un coñazo, no se enfaden.