Alfredo James ha sido un
personaje que ha creado escuela, nunca mejor dicho, en su dilatada vida
profesional. No sin claroscuros, como no podía ser de otra manera cuando
hablamos de prolongadas y difíciles trayectorias. Nació en el East Harlem, Quens, Nueva York, a los
dos años su padre les abandonó a él y su familia y se convirtió en su infancia
en un mueble urbano más, vida callejera. Pronto destacó por su afición al
teatro hasta el punto de crear una compañía de adolescentes con las que hacían
representaciones por los barrios de Brooklyn.
Años después empezó a ganarse la vida con múltiples trabajos de ínfima calidad
y míseramente remunerados. Ya destacaba su predilección y entusiasmo por las
obras de Shakespeare y, al ser rechazado su ingreso en la Actors Estudio, más tarde se unió al Herbert Berghof Studio donde conoció al profesor de actuación Charlie Laughton, quien se
transformaría en su mentor y mejor amigo. Ahí permaneció por cuatro años hasta
que finalmente pudo entrar a formar parte del prestigioso Actors Estudio,
siendo un aventajado alumno del acreditado Lee
Strasberg y así engrosar las filas de los grandes actores que se habían
sumergido en el famoso “método” de actuación.
A partir de este momento e impulsado por
Strasberg, se inicia una fulgurante carrera que ya no se detendrá hasta
nuestros días, en los que a pesar de sus setenta y cinco años sigue
exponiéndose a los mortificantes focos de Hollywood
y de Broadway. Abandona sus
ocasionales trabajos, pierde de vista sus amigos y dura infancia, centrándose
en su labor interpretativa, con un primer sueldo de 125 dólares a la semana en
1965. Se archiva el nombre de Alfredo James Pacino Gerardi, había nacido Al Pacino. De ascendencia siciliana y,
jugarretas del destino, concretamente de Corleone.
Comienzan a llover premios y reconocimientos de toda índole teatral y siendo todavía
un desconocido para los grandes prebostes del séptimo arte y tras renuncia de Robert Redford y Warren Beatty, y un
historial de tres o cuatro películas sin demasiada historia, Coppola lo
selecciona ni más ni menos que para protagonizar la saga de tres películas
(1972-1974-1990), de El Padrino,
posiblemente la mejor entrega cinematográfica del siglo XX. Y aunque los
entresijos de la Academia se inclinan por coronar a Marlon Brando y Robert de Niro, no cabe la menor duda de que la
impronta y la magistral actuación de Al no solamente no pasan desapercibidas,
sino que lo reafirman para siempre más
como una fulgurante estrella de Hollywood. No será hasta 1992 en que es restituido el
agravio, y se le concede el deseado Oscar por su impagable papel en Esencia de Mujer, interpretando al
irascible teniente coronel Frank Slade.
Una
vida privada algo tormentosa, con múltiples relaciones sin haberse casado
nunca, tres hijos, y quizá por su carácter entre complicado y egocentrista, muy
poco dado a la exhibición pública, rasgo que es de agradecer dada la exagerada
tendencia de las estrellas consagradas a dar el tostonazo a diestro y
siniestro. Se adaptó a sus distintos papeles con tal entrega y perfección que, junto
a su histrionismo y sobreactuación llevados al límite, Pacino creó un estilo, una manera de actuar, un
sello de autenticidad que se describe con una sola palabra: Pacino. 50
películas llenan su bagaje. El alcohol quedó definitivamente enterrado allá por
los 70. Hoy domina su cielo el temido crepúsculo.
La
primera vez que viajé a la inmensa y sorprendente ciudad de Nueva York, y llevado por la curiosidad
que me despiertan los personajes de cualquier actividad que despuntan en la
sociedad, me acerqué al edificio Dakota,
frente a Central Park, para ver de
primera mano donde residía Michael
Corleone. Me quedé igual, el conserje no soltó palabra, tan solo corroboré
que Lauren Bacall, Leonard Bernstein y
Roberta Flack, si vivían allí. John
Lenon hacía pocos años que lo había dejado, asesinado en la acera. Detrás
de la fama y los oropeles se esconden historias, vidas, que, no en todos los
casos, pero sí frecuentemente, esconden apasionantes recodos. Tristeza, drama,
pasión, constancia, carácter, tesón, fracaso, éxito, dinero, necesidad, desamor,
esfuerzo. Desgraciadamente siempre terminan apagándose los focos del estudio.
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