Entramos de lleno en un nuevo
año, en un largo período de doce meses que, como diría el agorero, puede suceder
de todo, de lo bueno y de lo malo, muy posiblemente más de lo segundo.
Abriremos botellas de cava para celebrar la hora mágica del tránsito, liberando
el burbujeante líquido con un taponazo de los que arañan el techo y caen abatidos
bajo las mesas con restos de uvas sin deglutir, estrellitas de brillo naíf y
cintas de colores. Las elegantes mesas emperifolladas con lencería fina de hilo
blanco y atestadas de teléfonos móviles haciendo señales intermitentes, guiños
que se encienden y apagan insistentemente para desear un feliz año nuevo y que
te acompañe la salud, porque de doce a una de la madrugada es Santa Salud.
Abrazos, besos, apretones de manos y escurridizas miradas alrededor en busca de
aquello que ya no te está permitido, de aquello que quedó colgado en un
calendario ya de fecha olvidada. Qué sería de nosotros si ya no fuéramos
capaces de fingir en esta vida, fingir de que gozamos el momento, que reímos y
gesticulamos con sonrisas de cera consumida, que damos gracias al Señor en las
alturas y al gobierno en las bajuras porque nos permiten vivir, malgastar en
nimiedades que ni un tonto compraría, cambiar de coche como un perfecto idiota
porque tu amigo de toda la vida lo ha hecho. De tener la sabia capacidad de
comerte un filete de 200 grs y a la vez entristecerte al ver las legiones de
refugiados en la televisión estafados y burlados a golpes de fronteras, a
dentelladas del frío, no hay derecho, qué
horror, pásame la sal por favor. Y el momento en que las bombas sodomizan con
metralla cuerpos y ladrillos en Alep, es cuando te pilla comiendo la tarta de
chocolate y no puedes resistirte a desenfundar el tampón de las grandes
ocasiones para certificar tu hipocresía golpeando los remedios de cartón piedra,
“a esta pobre gente no hay que darles
pescado ni lechugas, enseñarles a pescar y labrar la tierra es lo que hay que
hacer”. Y ya respiras aliviado, puede que incluso solloces en silencio
alguna lágrima blanca como el boquerón en vinagre.
¿Acaso no es bonito
columpiarse en la hipocresía? Naturalmente que sí. Lo hace media humanidad, y
la otra media se abstiene porque no sabe lo que es. ¿O es que los propios
gobiernos no son un crisol de hipocresía? Recuerdan la última fiesta de la Rosa
en Gavá, reunión estival de los compañeros
socialistas, que con un capullo en la solapa y la navaja en el bolsillo fingen
amarse hasta que la muerte los separe, zambullidos juntos, pero no revueltos,
en un mar sostenible y en paellas solidarias. Con un ojo clavado en Pedro y el
otro deslumbrando la Faraona, allí el compañero
Iceta rompió moldes, a la americana, bailando alocadamente y declamando cual
predicador poseso por la pasión: “Pedro,
¡Mantente firme! ¡Líbranos de Rajoy y del PP! ¡Por Diós, Pedro!” Y se consumó
el milagro, al muñeco Pedro le clavaron el alfiler entre ojo y ojo. ¡Qué
fuerte! Hoy he leído por aquí que no se sabe si actuó de palmero o de
palanganero. Vaya usted a saber. El caso es que a estas horas Iceta ha renegado
de Pedro, le ha sacudido un puntapié en el culo, se marchó a Sevilla a bailarle
las gracias a la Faraona y ayer le mandó una misiva a los compañeros de Ferraz en las que les venía a decir, que es catalán
pero se portará bien y será bueno, y que la independencia es una palabrota que no está en su
diccionario y que cuenten con él y su grupito para ensalivar lo que haga falta,
incluido Rajoy, más que nada para no perder comba, ni sueldos, ni prebendas.
¿Ya saben que Diálogo en idioma Cheli i Sánscrito
significa Tribunal Constitucional? Pues sí. De ahí que el PP se ha tragado un
flamante CD con la canción de moda, ¡Te dialogo! Pronto dialogaré con Puigdemont,
esto se arregla con más diálogo, la vice se ha montado un despacho al lado del
de Millo para poder dialogar cada semana con los díscolos catalanes, no me
vengas con indepes que te dialogo, me voy a comer con Albiol, mientras dialogan
con Forcadell, Mas, Rigau, Ortega y otros insumisos. Joder, joder.
Feliz hipocresía nueva, 2017.