“I have a
dream”, sí, de noche tuvo un sueño Martin
Luther King, era el 28 de agosto de 1963 cuando habló en las escalinatas
del monumento a Lincoln, Washington, a lo largo de una de las mejores piezas oratorias de la historia. Defensor a ultranza
de la coexistencia pacífica entre blancos y negros, abolicionista de la
esclavitud y defensor de las libertades individuales, caía poco antes de
cumplirse los cinco años de su inolvidable discurso, cosido a balas en Memphis, Tennessee. A la edad de 39 años. Ese fue su sueño, vivir
en concordia, sin diferencias raciales, compartiendo aulas en la universidad,
viajar en los mismos autobuses y comer en los mismos restaurantes. Sin duda se
trató de un bello sueño, de un justo y humano anhelo. Aunque, sin él poderlo
remediar, las heridas todavía no han cicatrizado, hay fisuras que fluyen y se
esparcen.
Sin ser tan contundentes ni trascendentales, quién
no ha tenido un sueño, quién ha puesto límites a fantasías, quimeras o
espejismos? Luther combatía por la humanidad, por la igualdad entre todos los
seres, nosotros solemos instalar el listón mucho más bajo, casi a nivel de tierra,
por aquello de poner los pies en el suelo. Hasta en eso, soñar, somos
discretos, casi prudentes. Así y todo, por poco que cueste construir castillos
en el aire, qué cara nos sale su demolición, su evaporización. Cuando el sueño
se transforma y se muta en realidad nos sentimos aturdidos y contrariados, y
muchas veces hasta lo consideramos una injusticia. Apelamos a la mala suerte y
desafiamos el azar. Pero también hay que hacer notar que somos de buen
conformar, aceptamos el sinsabor con gusto a miel: “Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro
de haberlos tenido”.
No les parece que la mera posibilidad de poder soñar
ya nos hace la vida un poco más interesante, huir de rigideces y desalientos
para desatar todas aquellas pequeñas o grandes cosas que solo en pensarlas
asoma un cosquilleo en el pecho, un rayo plateado en la mirada? Coger aviones,
visitar lugares exóticos, codearse con las estrellas, malgastar dinero, amar
sin ser amado. No cuesta un euro ni hay que hacer cola alguna. Dispones a tu
antojo porque nadie te va a contradecir, ninguna autoridad te lo prohibirá y
con un poco de suerte y dedicación hasta puede que lo vivas intensamente
durante una noche de profundo sueño. Pero si algún día la diosa fortuna te
sonríe, comprenderás la riqueza de nuestra imaginación y la pobreza de algunas
realidades.
Shakespeare dijo que “un
hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto”, comparto esa
afirmación. Hay que soñar, es necesario soñar, porque de lo contrario nos
volvemos insensibles y despiadados con la esperanza, no atendemos a los
impulsos y ruegos del corazón y vagamos por las esquinas de la vida buscando
respuestas en dónde no las hay; La humanidad es culpable de mis desdichas, no
yo. Pero hay una cuestión que tampoco hay que pasar por alto ni olvidar: dijo Sarah Ban que el mundo necesita soñadores, pero también hacedores. Claro,
una cosa es soñar maravillosas banalidades y la otra pensar en sueños en los que
algo inesperado mejorará tu vida. La verdadera magia precisa de sudores,
determinación y trabajo duro, todo lo demás es una utopía más fantástica que el
propio sueño.
Calderón lo plasma con maestría en la voz de Segismundo:
¿Qué es la vida? Un
frenesí.
¿Qué es la vida?
Una ilusión,
una sombra, una
ficción,
y el mayor bien es
pequeño:
que toda la vida es
sueño,
y los sueños,
sueños son.
No es fracaso, traición, ni mucho menos injusticia,
tan solo se trata de vivir la vida dos veces, la real y la imaginada o deseada.
Es necesario soñar, y soñar que soñaste, pero jamás olvidar, ya saben, que al
final de cada episodio los sueños, sueños son.
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