Hoy el bochorno es insoportable, esto no es
para mí. No he tenido más remedio que poner en marcha los mecanismos
refrigerantes y estornudadores, tengo
que andar con cuidado porque todo el lado derecho lo tengo constreñido debido al aire acondicionado. Dice el periódico que lo
que más gusta a los españoles cuando van a los hoteles es practicar el sexo
como los poseídos. Prácticas amatorias no contempladas en la rutina doméstica.
Me pregunto qué deben hacer los holandeses o franceses en el hotel, tal vez
leer la biblia o hacer punto de cruz. La verdad, si a mí me obligaran ahora a
practicar el salto del armario y esas cosas, me lo tomaría como una ofensa con
este calor. Y sin calor, también.
El Náutico ha izado bandera amarilla dos
días, poca broma con Neptuno que al menor descuido te llena la pulmonada de
agua y ya te puedes dedicar a hacer castillitos de arena y de sexo ni probarlo.
Mientras me comía las tres rebanadas con fuet tranquilo y con La Vanguardia
desplegada a los cuatro vientos, ha entrado en el puente de mando una señora
que ha acampado cerca de mí. Unos cincuenta años, bien arregladita, blusa y
pantaloncitos cortos blancos, la piel de color tostada a medio hacer, y piernas
bien perfiladas y largas. Aunque coma y lea yo observo siempre los
acontecimientos de mi alrededor. Se ha pedido un bocadillo de jamón, zumo de
naranja y un café con leche. Ha sacado de la bolsa unas gafas negras y se ha
perdido navegando por el periódico. Un detalle a tener en cuenta, cuando se
disponía a dar el primer sorbo del café se ha detenido bruscamente, ha llamado
al camarero y ha solicitado un cruasán. Tras el bocadillo? Me he quedado un
rato pensativo por la voracidad matinal de la señora, que era delgada y atractiva.
Estos días he sacrificado el paseíto en
bicicleta, ya he dicho antes que tengo el lado derecho dolorido. Voy con el
coche, pero no es lo mismo. He podido corroborar y certificar que no pone el
intermitente ni san Semáforo venido a la tierra y un hecho totalmente
excepcional. Así es, parado como un muerto en el stop de un cruce, venía un
coche por mi izquierda que se ha detenido y con la mano ha hecho signos de
cederme el paso. No se lo creerán, era una muchacha joven y he hecho tantos
gestos de agradecimiento y sonrisas que un poco más y profano el coche de la
policía local de enfrente. Detrás de la chica había un disparate de coches que
me he ahorrado de esperar su paso. No salgo de mi asombro. Después alguien dirá
que soy gruñón, que sólo es una verdad a medias.
Es de esperar como siempre que a partir del
día 15 todo este batiburrillo de playa vaya desacelerando, unos añorados, otros
enfadados y un buen puñado sin ni cinco. Entonces vendrán los recuerdos y
comentarios de unos días que han pasado como un soplo, como un aliento de
esperanza incluso imaginándose que ésta es la vida de verdad, la real. Un
despropósito bien intencionado vestido de ilusión mágica. Los frankfurts
calientes y viscosos y las hamburguesas de mastín tibetano también bajarán la
persiana, lo mismo que la vomitiva sangría o las botellas de whisky
especialmente indicado para la desinfección de pequeñas heridas y el dolor de
huevos. Así mismo las largas hileras de toldos dejarán de vender la sombra
caliente a un euro y medio la hora, al tiempo que oxidados camiones llevarán
montañas de hamacas pringadas de regueros de aceite solar y de sudores
políglotas, para llevárselas hacia un
tétrico almacén con techo de uralita desmembrada a orillas del río seco.
Pero ya se sabe, muchos habrán aprovechado
para perfeccionar su inglés, otros entregados a la lectura de aquellos dos
libros que viven en la maleta desde hace años, algunos intrépidos habrán culminado
el viejo sueño de subir al Aneto y los voluntariosos de siempre entregados al
redondeo de su masa muscular. O sea, Cofee
and drink, los libros durmiendo en la maleta, el Aneto no ha sido más que
el nombre del chiringuito, y las siestas se han ocupado de la musculatura
abdominal. Pero bien morenos, qué coño!
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