Persiste y aumenta esta vertiginosa venganza
inesperada de los astros en castigarnos con la inmisericorde exposición al
fuego del averno. Ya me perdonarán pero para mí no es una oleada de calor, es
sólo una vulgar y maléfica putada. Pero no podrá conmigo, las armas bélicas en
forma de aire acondicionado no le dan descanso ni de noche ni de día. Aún
sabiendo que no es bueno, pero peor es deshacerse como un queso. Tengo que
tener cuidado, eso sí, en el lugar elegido para el desayuno. En un pequeño mapa
de la población tengo remarcados los lugares cómodos, tranquilos, con buenas
vistas y aire acondicionado. Nada de terrazas abiertas, ni con pérgola ni toldo
ni zanganerías. A buen resguardo y con Wifi.
Domingo salimos a navegar, así, como suena. Es
una antigua tradición que tenemos un buen amigo mío y un servidor. Mis
conocimientos náuticos, a diferencia de él, se concentran en la esmerada labor
del abuelo Pau, lobo de mar jubilado que sabe cocinar las mejores cazuelas de
pescado del mediterráneo, a bordo. Tiene la piel arrugada y surcada por los
cuatro vientos, se cubre con gorra marinera y no abre la boca más allá de lo
imprescindible. Los dedos como garfios torcidos y los labios prominentes,
parecen hinchados, tal vez de la vieja y masticada pipa. En cambio mi amigo
conserva un cuerpo estilizado, moreno y atractivo para las féminas, lugar donde
se jacta de navegar a toda máquina. Le gusta ir afianzado al timón y dejar caer
la mirada al infinito. Me revienta cuando empieza con "Ojo a estribor, viramos a babor, míralo
desde popa, acércame ese cabo". Y yo siempre le digo "Quieres hablar de modo que te
entienda, cojones". Es buen tío, cargado de dinero pero buen tipo. Le
deja a Pau el barco para vivir y a cambio se lo cuida. No hablo de la comida en
"popa", nos pusimos ciegos
de cazuela y vinorro, como siempre. Todavía no entiendo como acierta a la hora
de entrar a puerto.
En cuanto a la bicicleta afortunadamente todo
ha ido bien esta semana, como una balsa de aceite. A excepción de una tontería.
El martes a la hora de salir, bien temprano, se me escurrió el pie del pedal y
me sacudió una rebotada en la tibia que aún recojo sangre ahora. Una buena
muesca astillada que ahora llevo vendada. Hablando de vendas, el otro día me
escondía bajo el diario estirado como un lagarto en una tumbona de la pérgola
del náutico, cuando de repente, al pasar página, vi una foto en la que se
aprecia una reunión de miembros de la troika conversando animadamente con el
líder griego para acordar de qué manera lo piensan degollar. A todo esto se ve
de espaldas a los demás, el señor presidente del gobierno con una incipiente sonrisa
y mirando a la isla de Perejil. Y no es que le guste mucho el perejil, es que
ni tiene nada que decir ni sabría cómo decirlo. La culpa es de los pérfidos
europeos por no saber la lengua de Cervantes. Un verdadero choque que nos habla
de la predilección que tienen en Europa por la grande y libre y la indisoluble unidad. Para ponerse una venda,
vaya.
Hace dos semanas que fui a hacer cola, que
tanto y tanto me gusta, en un Punto de Servicio de una compañía eléctrica, con
el fin de contratar el suministro para un apartamento. Llamé dispuesto a que me
humillasen cariñosamente y a fe de Dios que lo conseguí. Textualmente "fuerón ayer pero no habia nadie, le
llamaron por teléfono y no respondió". A mí no me llamó nadie. "El Servicio se ha dado de baja, pase
por aquí y vuelva a tramitar el alta". Ostia! Me dije para mis
adentros, otra vez a hacer cola? Volveré a pagar 450€ por derechos de conexión? Collons, como
me gusta que me peinen a contrapelo. Quien me mandaría a mí nacer en este
suburbio europeo.
Termino, ayer fuimos al Liceo a ver y
escuchar una de las pocas cosas bien hechas de este mundo. Y para muestra La
Traviata, que he visto la tira de veces pero, amigo, un orgasmo melódico de dos
horas y media.
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