divendres, 10 de juliol del 2015

CRÓNICAS EN TINTA AZUL (III)

Un establecimiento nuevo a pie de playa me ha llamado la atención, muy probablemente levantado sobre las ruinas de un chalet embargado por la crisis. Se publicita como Chilloud, sólo con horario nocturno. Cerveza a 1 €, no me verán por aquí. Primero porque soy enemigo de las salidas nocturnas, y segundo porque nunca jamás una cerveza puede costar un euro. Vale menos, mucho menos, pero lo que es costar servida en un tugurio de almas en pena en horario de crápulas, cuesta mucho más. Es un julio pegajoso, las temperaturas se han desatado con malas intenciones. Yo siempre digo que agosto se lleva la fama pero el más canicular por excelencia para mí es julio. Tengo un protocolo para estos casos que me funciona bastante bien: llego a casa de mi paseo en bici sobre mediodía, me entretengo media hora para que el cuerpo tenga margen para expulsar hasta la última gota de sudor. Me ducho, conecto el aire acondicionado por toda la casa, y dado que me he regado como una margarita la cabeza con colonia tengo sensación de frío y estornudo un par o tres de minutos. Fin del protocolo para combatir el calor. Ya no salgo de casa ni a empujones. Concluida la cena, escribir algo y dar un vistazo al Face, se hacen las doce tocadas de la noche, cierro el aire acondicionado, subo arriba y me flipo la mar de fresquito. Son modos, cada uno tiene la suyo.

Ayer, mientras mi mujer disfrutaba de una latosa  mañana de peluquería, yo estaba aparcado en la terraza del Náutico. Me acompañaban el diario y un Martini seco con unas gotas de ginebra, sin ninguna insultante aceituna y mucho hielo. Las barcas y lanchas de los pijos no paraban de entrar y salir del puerto, ya saben, "Edu, acércame aquel cabo y prepara amarras". A mí es que estos lame frailes me sacan de quicio, no porque hablen en castellano, sino porque no saben hacer el pijo en catalán. Como la Sra. Colau, que en Nou Barris no la entienden y dice aquello de voy a cambiar al castellano para que me entiendan. Bonita manera de fomentar la integración. Por cierto, dado que esta señora es muy estricta con las cosas de los desfavorecidos, desvalidos y desahuciados, y para dar ejemplo, se ha asignado un sueldo un 25% inferior al del Sr. Trias ahora, eso sí, el doble de lo que decía cuando hacía sus mítines populares. Supongo que más que nada por aquello de que la pasta bien cocinada también es buena. De este despropósito de detener proyectos de inversión en Barcelona de gran calado, prefiero un Martini con oliva antes de darle crédito. Ya dije que esta señora antes de los cien días de confianza haría saltar chispas. Quiere hacer de abogada del diablo, pero en plan cutre, piercing y despeinado. Su homóloga en Madrid ha venido a decir que de parar proyectos turísticos en la capital una mierda como un piano, Madrid turístico a tope. La señora Colau quiere jugar a Robin Hood y puede acabar regentando un todo a cien en el bosque de Sherwood. Allá ella.

No sé si ya comenté que en la nueva bicicleta no llevo el ridículo cestillo metálico. El caso es que antes de ayer mi mujer perturbó mi periplo tempranero para encargarme que le llevara media sandía. Cuestión que agencié de inmediato. Pero una vez en la calle me pregunté "¿Y dónde cojones pongo yo la sandía ahora", menos mal que llevaba alguna de aquellas gomas con gancho, pulpos. La até con gran cuidado en la parte posterior y mientras la singladura se producía por pista asfaltada, todo bien. Pero amigo, cuando enfilé el camino que lleva a casa, pedregoso y polvoriento, todo empezó a temblar y en un recóndito y traidor bache, lo juro, la puñetera sandía voló por encima de  mi cabeza y se estrelló en el suelo dejando el camino ensangrentado con tonos sandía sin semilla. Ya lo digo yo, no se puede ser bueno, hay que saber decir no.