divendres, 15 de maig del 2015

VAYA UN CANSANCIO

El próximo 24 de mayo se van a dilucidar muchas cosas en este país. Las elecciones locales van a emitir señales de hastío, preocupación y cambio. Sobre todo de cambio. Todavía queda gente que cree  que con determinados políticos o siglas, no solamente cambiarán las cosas sino que les van a arreglar la vida. Hay que ser infeliz para esperar milagros terrenales. Son legiones las familias y empresas que con estos largos años de crisis han visto truncadas sus vidas, ahorros y patrimonios. La mayoría ocultos en el anonimato, resignados a su suerte y esperanzados en que un día las cosas se arreglen. Otros, más pancarteros y pegados a un pito, se han cansado de manifestarse y gritar consignas en favor de demandas u objetivos utópicos e imposibles. Paradójicamente estos últimos no suelen padecer tantas calamidades ni privaciones como los mencionados anteriormente. Alimentan la idea de que vendrá un redentor con su espada de fuego para exterminar a los mangantes pecadores.

Algo parece moverse, algún cambio parece confirmarse, más de un partido político se encuentra en crisis de nervios. Miles de sillas, poltronas y prebendas tiemblan bajo las posaderas de sus ocupantes. Todo y teniendo claro que estas elecciones locales no tendrán la contundencia ni la fuerza expeditiva que tendrán las de fin de año para renovar las cortes generales del Estado. En estas saltarán muchas chispas. Y creo que somos muchos los que esperamos que esto se produzca. Y ya no es cuestión del gobierno actual, que también, sino de todos los partidos llamados nacionales o tradicionales en España. El binomio P.P. y PSOE ya no ilusiona, no convence, son prácticamente iguales en los grandes temas de estado, son más de lo mismo. Es de suponer que se va a producir una fragmentación tal del arco parlamentario que hará de la tarea constituyente de un gobierno una tentativa casi imposible y, llegado el caso, con muchas más limitaciones de poder. Para tranquilidad nuestra todo indica que las mayorías parlamentarias y todos sus vicios abusivos se irán directamente a hacer puñetas en el sentido más amplio y satisfactorio para la comunidad. Cierto que pueda darse el caso de convertirse en un país ingobernable, Italia lo sufrió durante décadas y no por ello se han extinguido. Pero claro, España no es Italia.

Los representantes de los partidos de nuevo cuño también necesariamente deberán moderar su verbo y gesto. Dos de ellos van a producir un efecto asalto a las instituciones de importante relevancia, el golpe será letal para muchos, lo que de momento ignoramos es si se tratará de una ola en un vaso de agua o se asentarán de por vida en las instituciones. Lo que es evidente es que los excesos verbales de estos días, los toscos gestos y los populismos asamblearios de baja estofa, no tienen cabida en un régimen de libertades y democrático. Y si tienen alguna duda que consulten con el primer ministro griego, Tsipras, o su sheriff indomable, Varoufakis. La Sra. Colau, que de momento es más prestidigitadora que política, y su socio Iglesias, tildan a ciertos políticos de chusma y mafia. Argumentaciones que, ni de ser ciertas, no caben más que en los chiringuitos de juego o en las borracheras de fin de semana. Dios nos libre de ser administrados por esta casta. De momento solo son carnaza para analizar.


Es evidente y necesario un cambio, un cambio total, pero con las reglas del juego bien aprendidas. Yo no las tengo todas, y no tendrían más que copiar de Europa, tan simple como esto, copiar. Pero no olvidemos que esto es España y aquí las cosas siempre son distintas, diferentes, de otra manera, a su manera. España siempre ha sido durante su historia una tierra de convulsiones, pronunciamientos, dictaduras y garrotazos. Hoy se conducen mejores coches, se viste mejor, nos alimentamos razonablemente bien, dicen que tenemos democracia, pero cada individuo sigue guardando en el armario el garrote de siempre. En Inglaterra se democratiza la gente con el diálogo, aquí se discute con los puños en las mismas narices de las urnas. Una pena.