El próximo 24 de mayo se van a dilucidar muchas cosas
en este país. Las elecciones locales van a emitir señales de hastío,
preocupación y cambio. Sobre todo de cambio. Todavía queda gente que cree que con determinados políticos o siglas, no solamente cambiarán las cosas sino
que les van a arreglar la vida. Hay que ser infeliz para esperar milagros
terrenales. Son legiones las familias y empresas que con estos largos años de
crisis han visto truncadas sus vidas, ahorros y patrimonios. La mayoría ocultos
en el anonimato, resignados a su suerte y esperanzados en que un día las cosas
se arreglen. Otros, más pancarteros y pegados a un pito, se han cansado de
manifestarse y gritar consignas en favor de demandas u objetivos utópicos e imposibles.
Paradójicamente estos últimos no suelen padecer tantas calamidades ni
privaciones como los mencionados anteriormente. Alimentan la idea de que vendrá
un redentor con su espada de fuego para exterminar a los mangantes pecadores.
Algo parece moverse, algún cambio parece
confirmarse, más de un partido político se encuentra en crisis de nervios. Miles
de sillas, poltronas y prebendas tiemblan bajo las posaderas de sus ocupantes.
Todo y teniendo claro que estas elecciones locales no tendrán la contundencia
ni la fuerza expeditiva que tendrán las de fin de año para renovar las cortes
generales del Estado. En estas saltarán muchas chispas. Y creo que somos muchos
los que esperamos que esto se produzca. Y ya no es cuestión del gobierno
actual, que también, sino de todos los partidos llamados nacionales o
tradicionales en España. El binomio P.P. y PSOE ya no ilusiona, no convence,
son prácticamente iguales en los grandes temas de estado, son más de lo mismo.
Es de suponer que se va a producir una fragmentación tal del arco parlamentario
que hará de la tarea constituyente de un gobierno una tentativa casi imposible
y, llegado el caso, con muchas más limitaciones de poder. Para tranquilidad
nuestra todo indica que las mayorías parlamentarias y todos sus vicios abusivos
se irán directamente a hacer puñetas en el sentido más amplio y satisfactorio
para la comunidad. Cierto que pueda darse el caso de convertirse en un país
ingobernable, Italia lo sufrió durante décadas y no por ello se han extinguido.
Pero claro, España no es Italia.
Los representantes de los partidos de nuevo cuño
también necesariamente deberán moderar su verbo y gesto. Dos de ellos van a
producir un efecto asalto a las
instituciones de importante relevancia, el golpe será letal para muchos, lo que
de momento ignoramos es si se tratará de una ola en un vaso de agua o se
asentarán de por vida en las instituciones. Lo que es evidente es que los
excesos verbales de estos días, los toscos gestos y los populismos asamblearios
de baja estofa, no tienen cabida en un régimen de libertades y democrático. Y
si tienen alguna duda que consulten con el primer ministro griego, Tsipras, o
su sheriff indomable, Varoufakis. La Sra. Colau, que de momento es más
prestidigitadora que política, y su socio Iglesias, tildan a ciertos políticos de
chusma y mafia. Argumentaciones que, ni de ser ciertas, no caben más que en los
chiringuitos de juego o en las borracheras de fin de semana. Dios nos libre de
ser administrados por esta casta. De momento solo son carnaza para analizar.
Es evidente y necesario un cambio, un cambio total,
pero con las reglas del juego bien aprendidas. Yo no las tengo todas, y no
tendrían más que copiar de Europa, tan simple como esto, copiar. Pero no
olvidemos que esto es España y aquí las cosas siempre son distintas,
diferentes, de otra manera, a su manera. España siempre ha sido durante su
historia una tierra de convulsiones, pronunciamientos, dictaduras y garrotazos.
Hoy se conducen mejores coches, se viste mejor, nos alimentamos razonablemente
bien, dicen que tenemos democracia, pero cada individuo sigue guardando en el
armario el garrote de siempre. En Inglaterra se democratiza la gente con el
diálogo, aquí se discute con los puños en las mismas narices de las urnas. Una
pena.
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