El tiempo no puede matarse a cañonazos ni a
traición por la espalda. Hay diversas maneras de matar el tiempo, como por
ejemplo morirse de asco o aburriéndote como una ostra. Es algo crudamente
insoportable, yo no he tenido nunca el temple necesario para estarme ocioso. Se
trata de emplear todas las horas del día, no importa la actividad que elijas si
con ella te sientes satisfecho. Excepto si se trata de iniciativas
contemplativas como hacer vida monacal o desparramarse por el sofá con el mando
a distancia en la mano. Esto es letal, horrible, frustrante, es como una
tentativa a quitarte la vida, morir con los ojos enrojecidos tras un lúgubre
itinerario por la senda de la televisión. Si una emisora es un bodrio integral,
las demás son una insensatez patológica y en muchos casos, escatológica.
Evidentemente hablo de canales de televisión
convencionales. Luego, claro, hay los otros, los etiquetados como formativos o
culturales, documentales habitualmente de animales y sus animaladas o los que
te taladran el cerebro a base de incursiones en el frente ruso por las tropas
nazis durante la segunda guerra mundial. Estos son un milagroso antídoto para
combatir el cruel insomnio y dejar en poco tiempo el sofá listo para su
renovación, sin otros muelles que el del bolígrafo de encima la mesita sin
tinta. Hay que ser muy masoca para hartarse de cacahuetes mientras te deleitas
mirando como un cocodrilo de catorce metros soporta las injurias de un
aventurero en calzón corto y el cerebro hecho virutas. Por no hablar de la
serpiente gigantesca y con cara de mala leche sesteando en la copa de un árbol
y el aventurero mostrándole su cuchillo de cocina a ver si pica. Sencillamente apocalíptico.
Porque si entramos en el capítulo de canales
deportivos entonces la cosa ya toma un cariz de insuficiencia intelectual
permanente con agravamiento de ambos parietales. Se obturan los circuitos del
riego sanguíneo, todo son pelotas, y el lunes por la mañana se padece de
desconexión neuronal y clavo incrustado en el frontal. Cacahuetes salados,
cubatas y bocatas de atún hacen el resto. Es muy lamentable y sobre todo
excesivamente perjudicial para seguir siendo uno mismo. Ahora bien, se lo pasan
de coña? en ese caso nada a decir. Pero Dios me libre de pasar 48 horas
ensimismado con un batallón de tíos tras un cuero hinchado o intentando meter
una pelota en una papelera atada a más de dos metros. Que hago extensivo a otra
troupe que montados en coche o moto no paran de dar vueltas por el mismo sitio
jugándose el físico en cada curva.
En fin, si, el tiempo se puede matar, pero
también asesinar que es cosa distinta. No sería justo olvidar otro pasatiempo
de moda que congrega a millones de aficionados. Se trata de los” “megusta”. Consiste en rellenar con tu
culo y espalda el hueco que tienes hundido en el sofá y pensar de qué manera
puedes sorprender a amigos, conocidos,
saludados y babosos, que siempre los hay. Ya está, colgaré la foto de ayer
zampándome los calçots, o esa otra donde tengo una mirada subyugante observando
el horizonte. Al poco tiempo de publicar tales iniciativas empiezan a llover
los megusta en forma de admiración, respeto o deseo que lujuriosos siempre los
hay. Fácil verdad? Incluso es susceptible de practicar mientras engulles la
tortilla de patatas o, ya en plan más íntimo, cortándote las uñas de los pies.
Dicen que llena mucho el espíritu y combate la soledad.
Hace ya muchos años estos días eran de
recogimiento, silencio y reflexión. Si reías o cantabas te arreaban media
hostia y penitencia cumplida. Afortunadamente todo aquel barrido mental ha
pasado a mejor vida. Todavía quedan muchos reductos en España en donde la fe y
la devoción mueven verdaderos festivales turísticos en los que tras los pasos
santeros se esconde el vil metal vestido con mantillas. Resumiendo, no quiero
perder el tiempo, no hay tiempo que matar.
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