dijous, 2 d’abril del 2015

MATAR EL TIEMPO

El tiempo no puede matarse a cañonazos ni a traición por la espalda. Hay diversas maneras de matar el tiempo, como por ejemplo morirse de asco o aburriéndote como una ostra. Es algo crudamente insoportable, yo no he tenido nunca el temple necesario para estarme ocioso. Se trata de emplear todas las horas del día, no importa la actividad que elijas si con ella te sientes satisfecho. Excepto si se trata de iniciativas contemplativas como hacer vida monacal o desparramarse por el sofá con el mando a distancia en la mano. Esto es letal, horrible, frustrante, es como una tentativa a quitarte la vida, morir con los ojos enrojecidos tras un lúgubre itinerario por la senda de la televisión. Si una emisora es un bodrio integral, las demás son una insensatez patológica y en muchos casos, escatológica.

Evidentemente hablo de canales de televisión convencionales. Luego, claro, hay los otros, los etiquetados como formativos o culturales, documentales habitualmente de animales y sus animaladas o los que te taladran el cerebro a base de incursiones en el frente ruso por las tropas nazis durante la segunda guerra mundial. Estos son un milagroso antídoto para combatir el cruel insomnio y dejar en poco tiempo el sofá listo para su renovación, sin otros muelles que el del bolígrafo de encima la mesita sin tinta. Hay que ser muy masoca para hartarse de cacahuetes mientras te deleitas mirando como un cocodrilo de catorce metros soporta las injurias de un aventurero en calzón corto y el cerebro hecho virutas. Por no hablar de la serpiente gigantesca y con cara de mala leche sesteando en la copa de un árbol y el aventurero mostrándole su cuchillo de cocina a ver si pica. Sencillamente apocalíptico.

Porque si entramos en el capítulo de canales deportivos entonces la cosa ya toma un cariz de insuficiencia intelectual permanente con agravamiento de ambos parietales. Se obturan los circuitos del riego sanguíneo, todo son pelotas, y el lunes por la mañana se padece de desconexión neuronal y clavo incrustado en el frontal. Cacahuetes salados, cubatas y bocatas de atún hacen el resto. Es muy lamentable y sobre todo excesivamente perjudicial para seguir siendo uno mismo. Ahora bien, se lo pasan de coña? en ese caso nada a decir. Pero Dios me libre de pasar 48 horas ensimismado con un batallón de tíos tras un cuero hinchado o intentando meter una pelota en una papelera atada a más de dos metros. Que hago extensivo a otra troupe que montados en coche o moto no paran de dar vueltas por el mismo sitio jugándose el físico en cada curva.

En fin, si, el tiempo se puede matar, pero también asesinar que es cosa distinta. No sería justo olvidar otro pasatiempo de moda que congrega a millones de aficionados. Se trata de los” “megusta”. Consiste en rellenar con tu culo y espalda el hueco que tienes hundido en el sofá y pensar de qué manera puedes sorprender  a amigos, conocidos, saludados y babosos, que siempre los hay. Ya está, colgaré la foto de ayer zampándome los calçots, o esa otra donde tengo una mirada subyugante observando el horizonte. Al poco tiempo de publicar tales iniciativas empiezan a llover los megusta en forma de admiración, respeto o deseo que lujuriosos siempre los hay. Fácil verdad? Incluso es susceptible de practicar mientras engulles la tortilla de patatas o, ya en plan más íntimo, cortándote las uñas de los pies. Dicen que llena mucho el espíritu y combate la soledad.


Hace ya muchos años estos días eran de recogimiento, silencio y reflexión. Si reías o cantabas te arreaban media hostia y penitencia cumplida. Afortunadamente todo aquel barrido mental ha pasado a mejor vida. Todavía quedan muchos reductos en España en donde la fe y la devoción mueven verdaderos festivales turísticos en los que tras los pasos santeros se esconde el vil metal vestido con mantillas. Resumiendo, no quiero perder el tiempo, no hay tiempo que matar.