Esta ha sido una semana movida como viene sucediendo
en los últimos tiempos. Hay para todos los gustos. Desde el terremoto en
el Nepal hasta el incendio de un ferry
en las Baleares. La actividad humana no cesa ni duerme, produciéndose una
ingente cantidad de sucesos por minuto que atestan y a veces colapsan los
medios de información y las redes sociales que, quizá sin proponérselo, se han
convertido en altavoz planetario de todo aquello que tildamos de noticia. Hoy
ya ni tan solo es noticia aquel ejemplo de otros tiempos en el que se
mencionaba como noticiable que un hombre había mordido a un perro, y no al
revés. Estamos saturados, bombardeados, cansados y exhaustos de tantas
novedades. Desgracias y dramas aparte, la política se lleva un buen bocado de
toda esta vorágine mundana. Y precisamente aquí, en lo que ridículamente llaman
la piel de toro, la política ocupa un lugar preponderante, casi enfermizo,
totalmente despreciable. Y no lo digo por el ejercicio de este noble y
necesario arte, sino por la maloliente forma en que se lleva a cabo, el hedor
que desprenden las declaraciones y contra declaraciones de gente
exasperantemente mediocre, gris, y sin la talla adecuada, produce un efecto
totalmente contrario al pretendido por sus instigadores y colma nuestra
capacidad de resistencia.
Muchos de los tertulianos politizados, públicos y
privados, que se han hartado de vociferar las calamidades e injurias de sus
oponentes, siempre de forma interesada, hoy callan miserablemente al haberse
puesto al descubierto que los “suyos” han pecado de las mismas temeridades pero
aumentadas. Y lejos de amilanarse o, porque no, avergonzarse, hinchan su patético
orgullo de triste ineptitud para entablar una necia actitud con el “y tú más”. Para
el ciudadano de a pie es inaceptable. Este es un escenario aborrecible que, al
igual que una epidemia, contagia a la gente con el virus de la indiferencia, la
animadversión hacia todo lo que se airee y revista de politiqueo. Mentiras y
más mentiras.
Si de corrupción hablamos, estimados amigos, aquí ya
hemos de romper la baraja, tirar la nevera por la ventana, divorciarnos o
cortar cabezas, Dios no lo quiera. Cómo es posible haber llegado a donde
estamos por la vileza y ruindad de tantos y tantos. La avaricia y la codicia se han adueñado de la res pública
y ya nada es lo que tendría de ser. A tal punto han llegado ya los destrozos en
la Administración que se asocia cargo público a mangoneo, violador de cajones, oportunidad
para enriquecerse, amiguismo, inmunidad o impunidad. En todas las esferas del
poder, en todos los territorios, en todos los partidos políticos. Cómo se puede
tener la desfachatez de exigir al administrado el cumplimiento de las normas o
la ley cuando quien lo predica es un corrupto, un comisionista o un delincuente
de guante blanco. Lecciones de moral y ética vertidas por individuos que no
cesan de esconder sus vergüenzas, despropósitos y saqueos bajo la pestilente
alfombra de sus lujosos despachos. Que decepcionante democracia la que impera aquí.
Desde luego tanta charca inmunda y fétida no se va a
purificar y convertir en agua bendita. Ni multas ni cárceles van a redimir ni
asear tanta porquería, dado que no es una cuestión de individuos, sino de
educación, de asumir la democracia como algo propio en su más noble sentido. En
Finlandia desconocen el significado de la palabra corrupción política, y en
Holanda la conocen pero dudan que pueda darse algún caso. La sociedad no lo
permitiría, están educados para democratizar sus vidas. Aquí se ha educado al
personal con la inefable receta de el último, tonto. Se trata de ser más listo
que los demás, si un tramo de pared cuesta 300 euros, al final, pagadas
comisiones, el pagano abonará 650 euros. Si una reparación a domicilio vale 150
euros, se facturarán 270 con distintos ardides y maquiavélicos conceptos. Por
qué? Porque son muy listos. Cuánto costaba una vivienda digna hace unos añitos?
Pues lo suficiente para llegar a reventar todo un país. Porque algunos eran muy
listos y la mayoría muy tontos. Así nos va.
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